“Cualquiera por su mejoría, hasta su casa dejaría”. Así lo expresa el saber popular. Es una manera de hacer saber lo generalizada de esa aspiración casi natural de las personas.
“Hoy mejor que ayer, pero no tanto como mañana”. Es otra expresión que sirve para aludir a ese reiterado deseo de mejorar y mejorar.
Y es más que entendible. ¿Quién no querría mejorar su situación? Se puede afirmar que, salvo las actitudes extremadamente conformistas, la generalidad de los seres humanos aspira a inscribirse en la perspectiva de mejorar permanentemente su situación.
Esa tan común aspiración humana, además de impulsarnos para el avance, sirve como palanca para ejercitar el liderazgo; es una especie de “motor” que puede inspirar, orientar y promover el auténtico desarrollo de muchas sociedades.
Es así como, en procura de mejorar situaciones, resulta muy normal encontrarse, como punto de partida, con hogares en donde no se cuenta con piso de cemento ni agua corriente, y ni pensar en que también sea potable, para realizar todo lo que implica uso del vital líquido por los seres humanos, además de las precariedades para encontrar lo mínimo para alimentarse.
Al otro lado de esa realidad, marchando a otra velocidad, es muy normal encontrarse sociedades en donde un tema muy actual y de gran importancia, y hasta declarado de alta prioridad, es elaborar normas para el buen funcionamiento de los taxis aéreos o quizás, y hasta sin quizás, determinar las oportunidades de cara a incidir ventajosamente en lo que se pronostica para mediados de este siglo.
Ante uno y otro extremo es como para preguntarse: pero ¿y es de verdad? Y la respuesta ha de ser: sí, es de verdad. Así opera ese deseo de mejorar. Así opera eso que a alguien se le ocurrió denominar “desarrollo”.
Así opera eso de lo que algunos tratadistas ubican cuatro corrientes fundamentales: una referida al estudio evolutivo; otra, a las necesidades humanas; una tercera, que se coloca por encima de las organizaciones, las estadísticas y los datos de la calidad de vida de las personas a las cuales se refiere, y una cuarta, que considera al desarrollo como algo más integral, ya que “incluye el estudio de condiciones individuales, sociales y políticas”.
De ahí es sencillo deducir que el desarrollo no se corresponde con ciertas actuaciones mesiánicas que hasta llegan a disfrazarse de caridad. Tampoco es asunto de los tristemente famosos “expertos” que se pavonean ante quienes asumen como brutos y atrasados.
Y por supuesto, tampoco es asunto de las buenas intenciones que pueda tener alguna persona u organización de cara a “mejorar” las condiciones en que vive cierto conglomerado.
Para que sea sostenible, ese deseo de mejorar debe implicar compromiso desde cuatro ámbitos, además de operar con claro criterio de sostenibilidad: el político, la empresa, el conocimiento y el territorio organizado.
Quienes conducen han de hacerlo para bienestar colectivo. La empresa, en coherencia con su propia lógica, ha de ser dinamizadora de las sociedades. El conocimiento es el verdadero soporte de la mejoría, además de fuente para generar tecnología, que ha de asumirse como medio para lograr propósitos.
Y sobre el cuarto ámbito, el territorio organizado, vale precisar que eso de hablar sobre “destinatarios” o “beneficiarios” solo sirve para enmascarar el deseo de perpetuar la situación de marginalidad de muchos conglomerados humanos.
Para que sea sostenible, el trabajo para la mejoría de vida ha de implicar organización, participación activa, el ser humano y su entorno como centro, esclarecimiento de visión, construcción de consensos y entendimiento del carácter dinámico de las relaciones humanas.
Así se logra auténtico desarrollo. Así se logra real avance. Así se logra verdadera mejoría de vida. Todo lo otro puede servir para objetivos que, apoyándose en disfrazar “más de lo mismo”, van desde entretener hasta engañar.