Los partidos surgieron de la necesidad de organizar y ampliar las demandas espontáneas de participación de diversos sectores en las instituciones del Estado donde se tomaban las decisiones políticas fundamentales. Nacen como una mediación necesaria entre esa institución y una pluralidad de intereses sociales y/o de clases que emergían conforme se desarrollaba el proceso productivo de la sociedad capitalista. Fue, por tanto, “el triunfo del pluralismo social frente a un orden simplemente constrictivo y conservador”. Desde finales de XIX, hasta la sexta década del siglo XX, los partidos jugaron un papel determinante para la consolidación del capitalismo y de la llamada democracia política. Pero, a partir de las últimas décadas del pasado siglo, comienza el declive de estas organizaciones que las ha sumido en una profunda crisis

Una crisis que no es sólo de los llamados tradicionales, como dicen algunos, sino que abarca a todas las colectividades políticas organizadas como partido. Un balance sobre el estado de situación actual de los sistemas políticos, en todo Occidente, arroja el incontrovertido dato de que la generalidad de las grandes colectividades políticas que jalonaron el desarrollo de la democracia en sus respectivos países hoy día o no existen o están en extremo disminuidos. Se diluido grandes partidos social demócratas, conservadores, de centro, socialistas y comunistas. Entre otras, las causas explicativas de esa circunstancia es que esas colectividades dejaron de ser un cuerpo de ideas para dirigir lo público y se convirtieron en meras máquinas electorales dirigidos por técnicos.

Igualmente, que al convertirse en gobiernos algunos de esos técnicos son quienes diseñen y dirigen las políticas y los grandes temas del Estado. También que los principales dirigentes partidarios dejan las actividades partidarias y se concentran en las que, como parte del tren gubernamental, deben hacer como dirigentes partidarios y por ende, de hecho, el partido deja su función de mediación entre la sociedad y Estado, como fue al inicio de surgimiento como tal. El partido, como pluralidad de intereses de grupos y clases, pierde su función mediadora y el control del Estado lo asume un grupo reducido de funcionarios, muchos de ellos que nunca fueron ni serán del partido.  De esa manera, como dice Michels, se produce el “dominio de los elegidos sobre los electores de los delegados sobre los delegantes, de los mandatarios sobre los mandantes”

¿Cómo pensar la organización formas de acción y participación colectiva para cambiar el presente, sin ser prisionero del tiempo y modelos organizativos del pasado?

En ese sentido, la crisis de estas colectividades es causa y efecto al mismo tiempo de la crisis de la democracia. Paradójicamente, las mediaciones que surgieron como un triunfo de la sociedad sobre el absolutismo conservador precapitalista se han convertido en fuente de degeneración de la democracia… y de cualquier sistema político. Y es que toda forma de organización política tiene que darse un sistema jerárquico de dirección que termina fagocitando toda forma de demanda espontánea de participación democrática del común. Mientras más crece un partido e incluso hasta un movimiento, mayor nivel de organización requiere para funcionar y, al decir de Michels, “al crecer la organización, decrece la democracia”.,

En eso radica el solapamiento de la crisis de los partidos con la crisis de la democracia. Por sí solos, éstos no están en capacidad de superar sus problemas, pero tampoco está claro que las sociedades pueden prescindir de ellos. Así como la organización es imprescindible para el funcionamiento de la democracia, toda idea o proyecto político requiere de determinados niveles organización para lograr su propósito. Por consiguiente, para no perecer, la generalidad de los movimientos sociales termina dotándose de formas organizativas que los convierte en partidos con papeles en reglas: jerarquización, cadenas de mando, burocratización, su jefe (hoy día cada día más pálidos) … y sus tendencias.

La solución a este problema se dificulta por diversos motivos, uno de ellos es que a los seres humanos se les hace en extremo difícil dejar de orientar sus prácticas al margen de lo que ha sido su socialización, es difícil pensar en formas de organización política sin instintivamente tender hacerlo como se ha hecho siempre: con el partido, en este caso. De igual modo es difícil pensar en hacer cambios (o revolución) sin instintivamente pensar en los que se intentaron en el pasado. Hasta ahora, lo más que se puede hacer es tomar conciencia de estos problemas y no persistir en cambiar las cosas utilizando los mismos métodos o vía del pasado… y el presente, que se han demostrado esencialmente ineficientes e ineficaces.

¿Cómo pensar la organización formas de acción y participación colectiva para cambiar el presente, sin ser prisionero del tiempo y modelos organizativos del pasado? no tengo la respuestas, pero pienso que en su búsqueda podría ser útil la reflexión sobre las propuestas de nuevos paradigmas de desarrollo político y económico que se hicieron en los años 80, a saber, la descentralización del Estado, la identificación del territorio como eje central para producir los cambios sociales, del control de lo público sobre lo privado y del reconociendo de que los derechos ciudadanos no solo constituyen un principio ético, sino una herramienta para superar las malas prácticas que han lastrado no solo a los partidos, a los procesos de cambios sino a la democracia misma.