En un pueblo de Namibia
ella dio clases de inglés
y de salud femenina.
Ella ayudó a educar
y salvar niñas. Y cuando
me contó de su trabajo
y de sus aventuras
me ayudó a salvarme
de ese estado
de melancolía
y desesperación,
de pensar que
la poesía, sí, no hace nada.
Leyendo sus poemas
vi a la maestra
en su casa de paja,
escuché al tambor
y comí carne de la selva.
Se ha ido como ese
agouti y jabalí
y venado
que nos nutría.
Da a comer ahora
en su cielo.