Hostos agradece el gesto de Luperón en lo más hondo de su alma, pero se queda en la capital. La Escuela es su vida y a ella está consagrado. Pero  la Escuela iba a confrontar muchos problemas.  En el poder ya está Ulises Heureaux, que está camino a establecer una dictadura cruel. Los planes de Lilís son contrarios a los de Hostos.  Pero, crecido en astucia, Lilís le simula amistad, sin dejar de tomar partido en favor de los enemigos de Hostos. De hecho,    metido en su proyecto dictatorial, es adverso a eso de formar ciudadanos libres y racionales. También recela de Hostos  por su amistad con Luperón.

Sinuoso, Lilís no enfrenta directamente a Hostos, pero lo ahoga económicamente.  No dispone de recursos para la escuela y ni siquiera le pagan su salario. La situación de Hostos es calamitosa. Asfixiado, ahogado, contra sus deseos, decide abandonar a Quisqueya que tanto ama. La dictadura de Lilís está sólida, y Hostos no tiene oxígeno para vivir en ella. No hay cabidas para él como luchador por la libertad  ni para sus ideas como educador.

Sale hacia Chile. Poco después Luperón también sale al destierro. Otra vez al destierro. Y Lilís, el otrora restaurador y solidario con la causa cubana y boricua, convertido ahora en dictador, está feliz y satisfecho. Ha vencido. Los ha vencido a ambos, a Luperón de manera directa, y a Hostos de manera indirecta.

Desde Chile Hostos sigue los acontecimientos de República Dominicana, y en diferentes ocasiones le escribe a su amigo. Pero Luperón está en Saint Thomas en condiciones deplorables. Con poco apoyo, enfermo de un  cáncer en la garganta y sin recursos económicos. No hay nada más terrible que la enfermedad conbinada con la pobreza y la vejez, y Luperón padece de las tres.

En diciembre de 1896 es traído al país a morir. El prócer no quiere ninguna otra cosa que no sea terminar sus días en su Puerto Plata, y rodeado de su esposa, sus hijos y amigos. Se prepara para morir como un centauro. El 21 de mayo cierra para siempre sus ojos. Es el momento del eterno descanso  del guerrero. Puerto Plata está de duelo cerrado. Todo el pueblo lo despide como a un hijo querido y amado.

Hostos recibe la noticia en Chile. No fue una sorpresa para su corazón que se llena de tristeza y angustia. Se refugia en su bella prosa, que en el dolor es más bella. Solo puede deshagorse escribiendo, para él y para los diarios. La muerte del amigo y hermano arrancan del alma del Maestro conmovedoras palabras.  "Nunca, al decir de Emilio Rodríguez Demorizi,  pareció el Maestro más íntimamente  adolorido".

Solo seis años sobrevivió El Maestro al soldado. Hermanados por las ideas, la historia y el amor por la libertad, se fueron uno tras el otro. Hoy sus cuerpos están, ambos, en Quisqueya, la tierra  que amaron, y que los vio juntar la luz y la espada. ¡Que fuerza tan bella y poderosa produce la alianza entre la honestidad y la libertad!