En esos días también estuvo en Puerto Plata el ilustre don Federico Henríquez y Carvajal. Allí conoce a Betances y a Hostos. Los tres visitan a Luperón.  Años después Hostos recordará aquel encuentro: "Confieso que no dejó de parecerme extraordinario el encuentro detrás del mostrador de una mercería al hombre que en la guerra nacional y en la civil había deslumbrado tantas fantasías. Pero allí, y así lo conocí en 1875, puesto en contacto con él por maestro, guía y amigo, el noble y primer ciudadano de Puerto Rico, el siempre desterrado Doctor Betances".

Desde entonces se inicia entre ellos estrecha colaboración, que luego se convierte en fraternal amistad. El guerrero llama al pensador "amigo de corazón y hermano", y el pensador ve en el guerrero "al esperado Máximo Gomez de Puerto Rico". Aquellos fueron días muy ajetreados para Hostos. Establece contacto con toda la sociedad anticolonial. Pronuncia discursos, dirige periódicos y escribe en favor de su Puerto Rico y Cuba. Aquel intenso laborantismo le perturba al gobierno  encabezado por Ignacio María González que, presionado por España, intenta expulsar a muchos boricuas y cubanos, entre ellos, de manera principal, a Hostos.

Luperón resueltamente se opone a esa pretensión que califica de "horrible crimen". La solidaridad de Luperón dificulta al gobierno ejecutar lo que se proponía, pero lleva a considerarlo como enemigo, razón por la cual el 23 de enero de 1876 soldados del gobierno rodean su casa con la intención de apresarlo. Claro, no iba a resultar tan fácil doblegar al centauro azul. El presidente que ordenaba esa acción no conocía el carácter del hombre que nunca le tuvo miedo a nada ni a nadie.

Emilio Rodríguez Demorizi, con la autoridad de quien dedicó su vida entera a la investigación y recopilación histórica, describe aquel acontecimiento: "Un grupo de soldados, portador de siniestras órdenes, se acerca al hogar de Luperón. Va a hacer preso a quien jamás conoció "las pesadumbre de las prisiones". Luperón rechaza la orden arbitraria y convierte su casa en un reducto inexpugnable. Desde el balcón, a tiro de fusil, dispersa la soldadesca. El pueblo, el Municipio, el Cuerpo Consular, los emigrados, acuden en auxilio de Luperón. Entre ellos está Hostos". Sí señor, allí acude Hostos en solidaridad con el amigo, que en situaciones similares ha sido solidario con él.

El error del gobierno, la valientía de Luperón y la solidaridad con él provocan la caída del gobierno. Ulises Espaillat, decidido civilista y patriota, y amigo de Luperón y Hostos, es por sugerencia de Luperón elegido el 15 de abril presidente de la República. Pero Hostos no espera el inminente triunfo. Diez días antes, el 5 de abril, se marcha hacia Nueva York. Luperón hizo esfuerzos por convencerlo a quedarse, y si es preciso a colaborar con el gobierno de Espaillat. Pero ese hombre no andaba detrás de poder. Andaba en busca de la libertad de su amada borinquen. Su norte, le dice a Luperón, era "compartir todas las pesadumbres de  la libertad y ninguna de las delicias del poder".  Su convicción es fuerte, inconmovible, y no hay nada que Luperón pueda hacer. Lo despide con fuertes abrazos de amor. El Maestro se marcha, pero su corazón se queda en Quisqueya, a la que regresaría después de una ausencia  de tres años, donde iba a dejar un legado que perdura aun. Pero esa es otra historia a contar en el próximo artículo.