-Porque: “Nadie es más que nadie y, nadie es menos que nadie”.

-Existe la excelencia cuando un hombre o una mujer se exigen a sí mismos, más que los demás. J. Ortega y Gasset.

Partiendo de la premisa cierta, – al igual que las huellas dactilares-, tenemos que admitir aquello de que cada cabeza es un mundo distinto, tanto en creencias, comportamientos y actitudes, razón por la cual, es innegable que nuestros políticos no son santos ni mucho menos, que estos, al igual que lo han hecho otros tantos, se casan con compromisos y con gentes, solo, para la obtención de sus ambiciones políticas o personales, a costa del Estado.

Podríamos, dentro de este contexto, referirnos a la acción de Joseph Stalin que, para consolidar su poder, recurrió al asesinato de Trotski, mientras, otros tantos, por estos predios, no han tenido el más mínimo miramiento, para asociarse con gánsteres, con tal de obtener o mantenerse en el Poder, y, esta acción, al haber pasado sin pena ni gloria, es decir, sin ningún tipo de consecuencias, basada en una errada concepción de lo que es y debe ser la figura presidencial, todo ha sido y es cubierto con una gruesa capa de blindaje irresponsable, corrupto e inmoral, razón por la cual, estos desmadres se regodean en su impunidad, sacándole la lengua a la justicia, amparados precisamente en un “código legal”, orquestado por ellos mismos. Esto ha dado lugar a que otros lo hagan igual, con total impunidad.

Esta lamentosa situación, ha dado lugar a que muchos -sí, porque ya son muchos- hallan llegado a pensar, que la Nación no es de todos, sino, algo como una fruta, que se puede pelar, cortar y comer, todo en nombre de la llamada democracia, la cual utilizan, en ocasiones, como un simple papel sanitario y en otras, como un ariete para abrir las arcas del erario. Son los mismos, que no han querido entender que el desarrollo y el poder, son cosas que deben usarse para elevar el amor propio, el sentido de pertenencia y el amor nacionalista de cada ciudadano, a fin de que, luchen por su superación mediante el trabajo digno y, no, para esclavizarlo o aborregarlos.

En medio de nuestra endeble democracia, las viejas imágenes de tiranos y patriarcas se metamorfosean ante nuestros ojos, aún y nos pongan otras que, supuestamente, son nuevas. Y es posible que lo sean en cuanto a lo físico, pero, en su accionar, son más de lo mismo desde los tiempos de la dictadura, como esa de los hijos, que, en vez de ser émulos de sus progenitores, más bien, parecen engendros del mismo demonio. Porque, sean o no prevalecientes a la moral actual, el hombre debe desempeñarse por obtener que la moral o lo justo, sean el Norte que guie su obra.

En tanto, pasa el tiempo y, este pueblo, en ocasiones, pareciese que negarse a comprender que ningún asunto de interés para el país, sea este cual fuese, se puede lograr sin algún tipo de sacrificio, de lucha, aun sea, contra nosotros mismos o nuestros allegados. Al parecer, nos hemos acostumbrado a vivir bajo un cúmulo de patrañas y “dulces” envenenados, donde, supuestamente, obtenemos concesiones de derechos y privilegios, como ese del porcentaje de las mujeres y su participación obligada en las elecciones, obviando, exprofeso, que lo importante no es si se es mujer o gay, es decir, que no importa el sexo, sino, la personalidad, el intelecto y la profesionalidad del individuo, cual que este sea.

Pero, es bien conocido, que, tanto en la vida, como en el ajedrez, el rey, se come al peón y, en la actualidad, y, desde hace un buen tiempo, es lo que ha estado aconteciendo en este país, donde las franquicias políticas, llamadas partidos o los parásitos apegados a estos, representan al rey y el pueblo a los peones.

En tanto, estamos claros, que cual fuese el resultado, no sería peor que lo que ha acontecido hasta el momento, porque, lo que, si ha de estar claro, dentro de la gestión de crisis que se está llevando cabo por diferentes medios, es que, aun y parezca paradójico, hay que cortar la cabeza de la Medusa. ¡Sí señor!