Que la educación de la República Dominicana haya dejado de estar en el último lugar del mundo en la última evaluación PISA no es algo que debería ser motivo de orgullo para nadie. Pero que mejorara algo en el tiempo en que todo el mundo empeoró, sí es algo alentador.
Es ampliamente conocido que la pandemia del COVID constituyó una calamidad no solo para los sistemas de salud pública, la economía y las relaciones humanas, sino particularmente un retroceso en los sistemas educativos. Esta es una de las razones de que los resultados de PISA empeoraron para casi todos los países.
Que en nuestro país mejoraran algo constituye un alivio para aquellos que creemos en el valor de la educación y que pusimos tanto empeño en que se asignara un presupuesto razonable a tal fin, concretado en el 4% del PIB. La realidad es que los resultados de las diversas evaluaciones venían siendo muy desalentadores, lo cual estaba fomentando un ambiente de opinión contrario a que se siga destinando “tanto dinero” al MINERD.
Los datos venían contradiciendo lo que dicen innumerables investigaciones, en el sentido de que aportar más recursos al sistema sí importa para alcanzar logros, sin que sea el único factor. En años recientes, vistos los precarios resultados, diversos artículos, comentarios y editoriales venían sugiriendo veladamente que se recortara el presupuesto educativo. Esto podía dar pie a que un gobierno, tan urgido de fondos para múltiples otras cosas, en algún momento diera marcha atrás.
De hecho, el propio informe PISA trae a colación el tema cuando advierte que, “entre los países cuyo gasto acumulado por estudiante, durante todos los años de escuela primaria y secundaria hasta la edad de 15 años, fue inferior a 75,000 dólares estadounidenses en paridad de poder adquisitivo (PPA), un mayor gasto en educación se asoció con puntuaciones más altas en la prueba PISA de matemáticas. En República Dominicana, el gasto acumulado por estudiante equivalía a unos 46,500 dólares, PPA”.
De modo que la solución no implica destinar menos, sino más recursos a la educación. Ahora bien, eso no significa un cheque en blanco para malgastar pues, como advertía en un artículo anterior, “entre corrupción e ineficiencias, el mayor riesgo es que el 4% para la educación perdiera legitimidad y apoyo ciudadano, ambiente propicio para que gobiernos futuros, apremiados por otras urgencias, vuelvan a dejar abandonado financieramente el sector”.
Probablemente el mayor problema del sistema educativo al iniciarse el 4% era que partía de un punto demasiado rezagado; en ese momento la discusión se centraba en por dónde empezar, qué hacer primero, dado que se necesitaba todo, y se optó por lo que se pudiera exhibir más rápido, que era construir aulas, subir sueldos, dar alimentación, mochilas y uniformes. En la práctica, los maestros siguieron yendo a la escuela cuando quisieran, dando las clases que quisieran y enseñando lo que pudieran (que era muy poco).
La realidad era que había que comenzar por la formación de maestros y transformar la gestión; y esto era además lo que más tiempo requería, porque había que comenzar por formar formadores. Uno desearía esperar que estos resultados recientes sean un punto de inflexión, que a partir de ahora las calificaciones sigan mejorando.
Ello no significa que construir escuelas, distribuir material y alimentar los niños no fuera necesario; además, subir los sueldos era crucial, no como un fin en sí, sino como un medio de atraer talentos y vocación a las facultades de ciencias y de pedagogía.
Pero había que cambiar mucho más. El informe PISA hace énfasis en las responsabilidades de directores y docentes, la potestad de los directores para contratar docentes, y de estos para elegir los materiales de aprendizaje ¨Muchos sistemas escolares de alto rendimiento tienden a confiar estas responsabilidades a directores y docentes¨.
Vale destacar algunas particularidades positivas de nuestro país, como el hecho de que presenta la menor variabilidad entre las mejores y peores escuelas, y que la diferencia entre los pobres y los más favorecidos son menores que en los países OECD. Lo cual sería motivo de orgullo de no ser porque su uniformidad es en lo malo, es decir, los ricos reciben una educación casi tan mala como los pobres (una diferencia de 45 puntos en matemáticas, frente a 93 en los países OCDE).
Es significativo que entre el cuartil (25%) más pobre hubo un 13% de alumnos que sacaron calificaciones comparables a las del cuartil superior. También es notorio que las niñas obtienen mejores calificaciones en matemáticas y lectura que los varones. Ciertamente eso es habitual en gran parte de los países en lectura, pero no en matemáticas.
Ahora bien, no nos engañemos: los que son excelentes en República Dominicana estarían por debajo de los peor calificados en economías asiáticas como Singapur, Japón o Corea y las ciudades chinas que fueron evaluadas (Macao, Taipei y Hong Kong), a cuya competencia tendrán que enfrentarse en la vida.