Los yanquis son unos hipócritas, que aplican leyes desalmadas contra los migrantes que llegan a su país mientras nos exigen respetar los derechos humanos de los que llegan al nuestro. Son unos abusadores, que nos castigan con chantajes y represalias por negarnos a hacer lo que ellos tampoco hacen: establecer campamentos para acoger migrantes y refugiados haitianos en nuestro territorio. Son unos imperialistas arrogantes, que año tras año se atreven a evaluar el cumplimiento de las normas internacionales de DDHH por los demás países del mundo mientras ellos rechazan la jurisdicción de la Corte Penal Internacional y se niegan a suscribir la mayoría de instrumentos internacionales de DDHH.
Para reconocer la verdad de lo anterior no hay que hablar mentiras ni tratar de tapar el sol con un dedo patriotero: en RD hay racismo, discriminación racial y xenofobia anti-haitiana, no nos hagamos los ingenuos; lo que se hace en nuestro país no es una repatriación legal y ordenada, respetuosa de nuestras propias normas legales, sino una cacería inhumana de haitianos y sus descendientes que está siendo usada por militares y funcionarios para enriquecerse con el chantaje a los infelices y por el presidente Abinader para apuntalar su proyecto reeleccionista.
¿Es que son falsos los centenares de testimonios -de migrantes y de testigos dominicanos- de que, para evitar la deportación, son chantajeados con miles de pesos en el Centro Vacacional de Haina? ¿Acaso es mentira que muchas de las redadas ocurren en los alrededores de las construcciones los días de pago? ¿Faltan a la verdad las denuncias de organismos hasta ahora considerados serios, como UNICEF y CLACSO, sobre la gran cantidad de abusos que caracterizan la actual cacería de haitianos? ¿Algún funcionario honesto se atreve a negar que, como señala CLACSO, “siguen desnacionalizadas alrededor de doscientas mil personas dominicanas de ascendencia haitiana, producto de la sentencia 168-13, y que miles de personas haitianas que han vivido y trabajado por décadas en el país no cuentan con residencia legal debido a una política deliberada de no regularización migratoria aplicada por los sucesivos gobiernos”. Los mismos que piden evidencias contundentes a UNICEF a propósito de los 1,800 niños repatriados sin sus padres (a lo que habría que sumar las madres y padres repatriados sin sus hijos) repiten sin sonrojarse que la tercera parte de los nacimientos en hospitales dominicanos son de madres haitianas.
La actual histeria anti-yanqui y anti-haitiana permite a los empresarios, a los partidos del sistema y a los conspiranoicos del nuevo orden mundial darse un lavado de patriotismo, para que uno no se acuerde de su histórica postura genuflexa ante el imperio. Para que, en medio de la actual oleada de demagogia e hipocresía patriotera, no nos acordemos que muchos de los empresarios que se rasgan las vestiduras y boicotean el almuerzo de la Cámara de Comercio son los mismos que se lucran con la explotación de la mano de obra indocumentada y rechazan la aplicación de la ley 16-92 que establece un tope del 20% en la contratación de extranjeros.
Es una pena que la mortificación casi unánime por los destinos de la patria que exhiben los políticos y sus partidos solo sirva para justificar lo injustificable y nunca para defender los intereses reales del país. ¿Dónde están todos esos patriotas a la hora de enfrentar los abusos de las empresas que se lucran obscenamente de la seguridad social a costa de las clases medias y pobres del país? ¿Qué están haciendo los políticos y sus socios empresariales para evitar que dentro de pocos años los EEUU nos robe la seguridad alimentaria inundando el país de arroz y otros productos subsidiados, tal como hicieron en Haití en los años años 90? Por más que escucho no los oigo denunciar el escandaloso régimen de privilegios tributarios con el que inversionistas criollos y extranjeros defraudan (legalmente, eso sí) a los contribuyentes dominicanos. Las palabras “monopolio” y “oligopolio” no pasan por sus labios y ni se les ocurre investigar la evasión criminal de impuestos a través de cuentas offshore. Solo recuerdan su gran amor a la patria cuando de haitianos y sus descendientes se trata.
Preguntémonos qué harían todos estos patriotas si los EEUU hicieran con los nuestros lo que nosotros hacemos con los haitianos, es decir, emprender cacerías de trabajadores migrantes y sus familias para llevarlos en jaulas a la frontera y deportarlos sumariamente, sin debido proceso alguno; modificar su Constitución para negar la nacionalidad por el jus soli y luego desnacionalizar retroactivamente a generaciones de descendientes de migrantes nacidos en su territorio; aprobar leyes para corregir los excesos de la sentencia 168-13 y suspender cínicamente la implementación de las mismas tan pronto como la comunidad internacional se olvida del asunto. Si los yanquis son unos hipócritas, los nuestros no se quedan atrás.
Da miedo ver cómo el país se ha unificado en apoyo a las políticas anti-haitianas del gobierno de Abinader, el mismo que cuando era precandidato defendía los derechos humanos de los migrantes y comparaba la experiencia haitiana a la de sus abuelos libaneses, y que ahora dicta el decreto 668-22 “en el que alegando razones de seguridad nacional habilita y ordena la expulsión masiva de las personas haitianas y dominicanas de ascendencia haitiana que viven desde hace décadas en bateyes de las zonas cañeras que son tierras estatales”.
Con honrosas excepciones, pareciera que los hacedores de opinión pública han asumido la agenda de la ultra derecha retrógrada con la que Abinader se propone neutralizar el discurso anti-haitiano del PLD y la FP en su campaña por la reelección: historiadores, intelectuales, periodistas, ministros y embajadores le han dado la espalda a la causa de la decencia y el respeto a los derechos humanos que una vez defendieron, aplaudiendo ahora las medidas de Abinader o guardando un vergonzoso silencio.
Y lo hacen a sabiendas de que están jugando con fuego, de que atizando el pánico anti-haitiano refuerzan la vieja idea trujillista de que patriotismo es sinónimo de xenofobia y que la defensa de la patria exige que enfrentemos al “enemigo” haitiano. Lo hacen a sabiendas de que las repatriaciones masivas, los discursos incendiarios y los muros fronterizos no van a resolver el problema de la migración indocumentada, que el gobierno le tira piedras a los chiquitos para no tener que enfrentar a los grandes: a los empresarios que se lucran de la mano de obra indocumentada y a los funcionarios civiles y militares que se enriquecen con la corrupción que genera el tráfico fronterizo.
En vez de enfrentar las verdaderas causas de la migración irregular, prefieren pintarnos como víctimas acorraladas por una conspiración internacional, a sabiendas del peligro que esto supone en un país donde ya hubo una limpieza étnica en 1937 y donde se están creando las condiciones para la próxima. ¿De qué otra manera podemos interpretar la absoluta impunidad de que goza la Antigua Orden Dominicana, que convoca públicamente a asaltar viviendas privadas en la Ciudad Juan Bosch y a cometer otras agresiones sin que las autoridades muevan un dedo? De impunidad también gozan los infelices dominicanos que, animados por los discursos de odio, roban y queman las casuchas de los migrantes a la menor excusa, como hicieron en Jimaní el año pasado y en Estero Hondo hace unas semanas, para solo mencionar dos casos.
Mientras Abinader alimenta los delirios conspirativos de la ultraderecha –ya circula en el país la “teoría del reemplazo”, favorita de los extremistas yanquis y europeos- observamos impávidos el sufrimiento de trabajadores migrantes despojados de sus escasos ahorros y pertenencias, de niños expulsados sin sus padres y padres expulsados sin sus hijos, de gente nacida y criada en la República Dominicana que no se atreve ni a salir de sus casas. Los abusos que cometemos contra ellos no solo afectan a los migrantes sino que nos carcomen el alma a nosotros, corroen nuestro sentido moral y socavan la institucionalidad del país. Ojalá no tengamos que pagar un precio muy alto por ello.