En una entrevista radial que me hizo el connotado periodista Jean Dominique, en su emisora Radio Haïti Inter, afirmó que la República Dominicana es la causante de los problemas de Haití. Por lo menos en esa exposición no aludió a ningún otro factor.

Cualquier mirada a la realidad del país vecino muestra que la pobreza extrema de la gran mayoría de su población resume el cúmulo de sus problemas. Junto a ella, a partir de la tiranía de François Duvalier, se desarrolla un cuadro de violencia crónica que agudiza las deplorables condiciones de vida de la inmensa mayoría de la población. Este cuadro consuetudinario no ha cesado de agravarse, hasta llegar a la tragedia humanitaria de los tiempos recientes.

En la actualidad, ciertamente, la economía haitiana tiene lazos de dependencia respecto a la dominicana. Pero esto no constituye una causa de sus problemas, sino una consecuencia de ellos. Mientras el producto interno ha crecido a tasas dinámicas en República Dominicana desde la Segunda Guerra Mundial, con un promedio superior al 5%, conforme al sistema de cuentas nacionales, en Haití se ha caracterizado por un ritmo mucho menor, que desde hace décadas llega casi al estancamiento. A la vista del incremento de la población, el ingreso per cápita se ha ido progresivamente deteriorando. La extrema desigualdad en la distribución del ingreso a favor de una minoría explotadora, también rasgo de larga duración en la formación social haitiana, agrava más ese panorama.

Haitianos supliéndose de alimentos y otros bienes en el mercado binacional de Jimaní, República Dominicana.

Contrariamente a la tesis de Dominique, propongo algunos factores que han incidido en el cuadro de pobreza que ha acompañado la población trabajadora del país vecino.

Procederé a ilustrar en el tiempo algunos de estos factores en su interconexión con otros. No pretendo agotar el tema, como es de rigor, y me limito a partir de constantes estructurales de larga duración, aunque algunas hayan experimentado cambios importantes en el decurso del tiempo.

1- El antecedente colonial francés, configurado a lo largo del siglo XVIII como la economía de plantación por excelencia, dejó secuelas de rupturas sociales que han gravitado de manera desfavorable en la economía a través del sometimiento atroz de la población trabajadora, el reciclaje de patrones de explotación social y dificultades para la conformación de un colectivo integrado.

2- Los sectores dominantes de la formación social haitiana, desde la constitución del Estado en 1804, mostraron escasa propensión productiva y se orientaron a la obtención de rentas, con lo que acentuaron su carácter depredador y no se erigieron en factor de crecimiento económico.

3- Con rapidez, por efecto de la forma en que se produjo la independencia del país, la economía campesina tendió a generalizarse en sustitución de la plantación esclavista y de los fallidos intentos señoriales de sustituirla con trabajo forzado.

4- Por razones históricas, en las condiciones del siglo XIX la unidad campesina tendió a mantenerse estancada en torno a parámetros de reducida productividad, auto subsistencia, consiguiente escasa relación con el mercado y perpetuación de empleo de tecnología atrasada. Este comportamiento de la unidad campesina se imbricó con la carencia de capacidad de gestión productiva del conjunto de los sectores dominantes.

5- Como efecto de la herencia colonial, los sectores dirigentes de Haití se fracturaron conforme a una dualidad étnica basada en el color de la piel, como “negros y mulatos”, o a sus orígenes, como nuevos libres y viejos libres.

6- El enfrentamiento de ambas fracciones se tornó crónico e impidió la emergencia de una hegemonía suficientemente apta para impulsar un proyecto integrador de nación. El conflicto en cuestión se agravaba a causa de una ruptura radical entre los sectores dominantes del orden independiente y la masa campesina.

7- Una de las consecuencias de ese vacío radicó en la emergencia de regímenes autocráticos que profundizaron los efectos de las pugnas intestinas e infligieron daños terribles a la sociedad y la economía.

Toussaint Louverture.

El surgimiento del Estado haitiano, en 1804, descansó en la ruina de la economía colonial. La gran mayoría de las plantaciones esclavistas (denominadas habitaciones) fueron destruidas por la acción insurgente de las masas liberadas de la esclavitud. Esa acción se explica por el horror de la economía colonial, basada en una masa de esclavos que cubría alrededor del 90 % de la población. Apenas un 6 % estaba constituido por franceses o descendientes criollos y el restante 4 % por libres de “sangre mezclada” (mulatos) y descendientes de africanos emancipados.

Basta considerar la inaudita mortandad de esclavos para caracterizar este sistema de plantación y los rasgos del proceso revolucionario que llevó a su liquidación. Crónicas relativas a Saint Domingue en el siglo XVIII aseveran que la duración promedio de la vida de un esclavo de campo tras su llegada desde África occidental no traspasaba mucho los ocho años. Las habitaciones constituían verdaderas fábricas de exterminio.

El régimen de Duvalier y su hijo se prolongó por casi tres décadas (1957-1986), probablemente el período más nefasto de la historia de Haití. Se practicó el crimen sistemático sobre disidentes de cualquier orientación.

Era natural que los esclavos liberados por los decretos de Sonthonax y Polverel, los comisionados franceses del régimen de los jacobinos en 1793, aspiraran a la autonomía social completa con vistas a retornar a lo más parecido al ordenamiento tribal aldeano dejado atrás en África. Ahora bien, en las reglamentaciones adoptadas concomitantemente con el otorgamiento de la libertad general se consignó la adscripción de los antiguos esclavos a las plantaciones en calidad de cultivadores. Estos pasarían a cumplir con obligaciones laborales estrictas a cambio de recibir porciones del producto anual de estas unidades agrarias a gran escala.

Sobrevino una ruptura de expectativas entre la masa trabajadora y los sectores dirigentes que fueron apareciendo. No solo los franceses se empeñaron en mantener esta adscripción forzosa de los cultivadores, sino el conjunto de las dirigencias alternativas que acompañaron el proceso revolucionario.

Era natural que los “antiguos libres” propietarios se solidarizaran con esa reglamentación, pues no pocos de ellos eran dueños de habitaciones, sobre todo en los departamentos del Sur y el Oeste. Tampoco tiene nada de extraño que la jefatura de los esclavos insurrectos en 1791 acogiera este modelo de economía y sociedad. La capa dirigente de este proceso insurreccional estaba compuesta casi en su totalidad por esclavos criollos (algunos incluso liberados con antelación), quienes acrecentaron distancias puntuales respecto a la masa ampliamente mayoritaria de los nacidos en África. En el proceso se fue constituyendo una fracción clasista dominante por efecto de la destrucción de las relaciones coloniales.

La generalidad de los jefes de los esclavos insurrectos eran monárquicos. La insurrección de agosto de 1791 se hizo en venganza por la ejecución del rey de Francia y fue atizada por círculos contrarrevolucionarios de franceses. Mientras tanto, practicaron una política de destrucción sistemática de las plantaciones en la porción del norte, donde se concentraba más de la mitad de ellas. Los líderes que sucedieron a Boukman Dutty, encabezados por Jean François Papillon y Georges Biassou, se colocaron bajo la bandera de la monarquía española. Uno de ellos, Toussaint Breda (luego Louverture), operó una escisión tras la liberación de los esclavos en 1793 y fue cobrando protagonismo en la defensa del régimen francés contra España y Gran Bretaña.

Rebelión de los haitianos contra el gobierno colonial francés.

Toussaint, de excepcionales condiciones, tomó control de los asuntos como general en jefe y en 1801 hizo aprobar una constitución colonial autonómica para toda la isla (tras la cesión de Santo Domingo a Francia). En ella se ratificaba el sistema de Sonthonax de adscripción forzosa de los cultivadores a las habitaciones. Toussaint procuraba recuperar la economía con el fin de fundamentar una independencia de facto, aunque nunca renegó de su condición de general francés. En torno a la jefatura proveniente de los esclavos emergió una nueva clase dominante sustentada en el usufructo, por arrendamiento o hasta propiedad, de antiguas habitaciones. Toussaint y sus acompañantes, todos beneficiados con esas propiedades, sentaron la base de una nueva clase dominante, la de “nuevos libres”.

A raíz de la invasión de Saint Domingue en 1802 por el contingente enviado por Napoleón Bonaparte, bajo el comando de su cuñado Víctor Emmanuel Léclerc, tras una fase de colaboración con los franceses, la mayor parte de los jefes mulatos y negros canalizaron la rebeldía espontánea de la masa de cultivadores que temía caer en la esclavitud, como era el proyecto de los franceses.

El 1 de enero de 1804 se formalizó la ruptura con Francia mediante la alianza de negros y mulatos. Los primeros tenían la hegemonía por razones étnicas, expresada en el reconocimiento de la jefatura de Jean Jacques Dessalines, uno de los ayudantes de Toussaint. Dessalines no instituyó una república y un año después se hizo proclamar emperador, imitando a Bonaparte y atendiendo a la mentalidad monárquica de raigambre africana.

Dessalines fue eliminado por una conspiración de los mulatos (y negros) del Sur, temerosos del propósito estatista-despótico que ponía en riesgo sus propiedades, inspirada por Henri Christophe, uno de los jefes negros que habían acompañado a Toussaint hasta su arresto por los franceses. Christophe fue investido como presidente de la República de Haití, posición que rechazó en la medida en que aspiraba al mando absoluto. En 1806 el naciente Estado quedó escindido en una república, con base en Port-au-Prince con Alexandre Pétion como presidente, y un régimen en la porción norte dirigido por Christophe que terminó proclamándose rey en 1811. El despotismo de Christophe era manifiesto, mientras en la República se implantó un sistema oligárquico controlado por una exigua minoría de funcionarios y generales que detentaba el poder sin contrapesos, lo que se concretó en la presidencia vitalicia otorgada a Pétion.

La guerra civil se tornó crónica y generó perjuicios suplementarios en un país que había experimentado destrucciones masivas. En el Reino de Henri I los jefes de los nuevos libres (negros) descartaron al sector rival. El ordenamiento económico se sustentó en la prolongación del sometimiento de los cultivadores a un control exhaustivo en beneficio de una nobleza diseñada conforme a un patrón perfecto: príncipes reales, duques, condes, etc. Los nobles recibieron habitaciones en las cuales laboraban los antiguos esclavos en condiciones no muy diferentes a las de la colonia. La corte del flamante soberano se caracterizó por la ostentación exagerada. Se construyeron palacios y fortalezas en diversos puntos sobre la base del trabajo forzado generalizado.

En la República la hegemonía de los antiguos libres se acompañó de fracturas casi constantes. Se recompusieron y agravaron todo el tiempo las consideraciones de color como factor definidor de la política, lo que conspiró contra la integración nacional y la eficacia del Estado. Las conspiraciones y alzamientos se saldaron en inestabilidad crónica. Expresión sobresaliente de esto fue el establecimiento en 1807 de un “reino cimarrón” en las montañas de La Hotte, encabezado por Jean Baptiste Perrier (Goman), un antiguo oficial, que solo pudo ser derrotado en 1820. Era la expresión de un malestar creciente de los cultivadores con los jefes de todos los colores, aunque los partidarios de un presidente de raza negra tuvieron la capacidad de manipular y canalizar en cierta medida esa rebeldía. La resistencia campesina, generalmente “silenciosa”, se erigió en un valladar para la recomposición de la plantación, en especial en la República.

Alexandre Pètion.

Precisamente con la finalidad de obtener la adhesión de la masa campesina, Pétion dispuso la distribución de parcelas a oficiales y soldados, conforme a su graduación. Se superpuso un mecanismo de distribución de las viejas plantaciones expropiadas a los franceses, por el cual los oficiales superiores obtuvieron propiedades grandes, mientras los suboficiales y clases parcelas promedio de cinco carreaux (poco más de 100 tareas dominicanas).

En principio, la productividad en las plantaciones del Norte fue sustancialmente superior a las del Sur y Oeste, y cuanto más de las pequeñas y medianas unidades distribuidas a los militares. Pero, en definitiva, el sistema falló, habida cuenta de la propensión rentista de los nobles. El Reino no fue capaz de aplastar la República, a pesar de sus condiciones más favorables, porque la masa de cultivadores encontraba más atractivo liberarse de las ataduras de la plantación. De tal manera, en 1820 Christophe enfrentó una sublevación de una parte de sus dignatarios y optó por el suicidio. De inmediato, el presidente Jean Pierre Boyer, quien había sustituido a Pétion dos años antes, organizó una marcha arrolladora que pudo vencer la resistencia que intentaron presentar los nobles. Para consolidar su ascendiente, extendió el sistema de repartos de fincas y parcelas, con lo infligió un duro golpe a la continuidad del sistema de plantación basado en trabajo “libre”.

Semejante perjuicio al sector terrateniente contribuyó a perfilar los fundamentos materiales depredadores de la clase dominante republicana. Además de la disminución del componente productivo de las habitaciones, los jefes republicanos se sustentaron en el monopolio de las posiciones elevadas en el ejército y la administración, al igual que en la intermediación comercial, aunque esta se conectaba con la presencia de extranjeros que entablaban relaciones de concubinato con haitianas con el fin de eludir la prohibición constitucional de que tuvieran propiedades.

Por consiguiente, en la práctica triunfó el diseño suave implantado por Pétion. La facilidad con que Christophe fue derrocado indica que el sistema de plantación en manos de su séquito dirigente había experimentado contradicciones fundamentales en su eficacia.

Ahora bien, desde muy pronto en la República aparecieron graves dificultades económicas por efecto de las fallas en la gestión de las plantaciones por los dignatarios de los antiguos libres. El régimen no estuvo en condiciones de evitar la tendencia al aislamiento de la masa de cultivadores, quienes opusieron una resistencia consistente en abandonar las llanuras y refugiarse en las montañas con el fin de escapar las compulsiones terratenientes.

Se fue generalizando, así, a partir de la porción republicana, una unidad campesina aislada de circuitos terratenientes y lo más alejada de compulsiones estatales, que desde el principio se caracterizó por una baja productividad. El campesinado prefería la condición de pobreza a caer en las garras del trabajo forzado de las plantaciones. Conforme a los historiadores clásicos de Haití, como Beaubrun Ardouin, la deserción de las habitaciones se aceleró con la sustitución de la población africana por sus descendientes nacidos en Haití. Desde muy pronto la insatisfacción de las masas por su estado de pobreza conllevó un abismo entre pueblo y Estado. De más en más, el fraccionamiento de las unidades agrarias, grandes y pequeñas, por efecto del rápido incremento de la población y la baja productividad, fue provocando una exacerbación de la pobreza y una degradación progresiva de las condiciones del suelo. Un Estado débil, sujeto a pugnas intestinas en sus alturas, se vio impedido de corregir estas tendencias.

Boyer.

Boyer intentó imprimir un giro de timón con la aprobación del Code Rural en 1826, que retomaba los parámetros de la plantación basada en cultivadores jurídicamente libres, conforme a las pautas definidas por Sonthonax y continuadas por Toussaint, Dessalines y Christophe. Era la respuesta a la reducida productividad de la parcela campesina y los restos de las plantaciones. Boyer se encontró urgido de elevar la productividad en el campo a causa del reconocimiento de la exorbitante indemnización de 150 millones de francos a los colonos franceses expropiados a cambio del edicto de Charles X de reconocimiento de la independencia de Haití por Francia en 1825.

Se ha aducido que la pobreza de Haití proviene de esa deuda, tesis que no se corresponde con la realidad. Con anterioridad, las finanzas haitianas adolecían de graves problemas y eran patentes realidades como la pobreza del campesinado y el carácter depredador de los sectores dirigentes de todas las adscripciones políticas o étnicas. Por ejemplo, se hizo casi de aceptación oficial la falsificación de monedas desde poco después de proclamado el régimen republicano. Los problemas estructurales de las fallas en el agro estaban ya sobre el tapete, y la deuda lo que hizo fue agravarlos mediante un subsiguiente debilitamiento de las finanzas gubernamentales.

En 1826 era tarde para intentar recomponer un orden eficiente. El régimen de Boyer hubo de enfrentar resistencia generalizada al Code Rural, tanto entre terratenientes como campesinos. Estos últimos rechazaban ser sometidos a una situación de servidumbre como la concebida a partir de 1793 y aplicada en el Norte hasta 1820. Por su parte, los terratenientes se habían inclinado a una solución rentista: en vez de gestionar sus propiedades, prefirieron dividirlas entre arrendatarios o aparceros en búsqueda de una renta. Pero esta misma relación se debilitó considerablemente, al grado que los viajeros de esos años observaban la decadencia de las plantaciones o su completo abandono, como hicieron el cónsul británico Charles McKenzie (Notes on Hayti), el también británico James Franklin (The Present State of Hayti -Saint Domingo) o el misionero John Candler (Brief Notices of Hayti).

A pesar del fracaso del intento de retorno al patrón de la plantación, Boyer pudo continuar gobernando hasta 1843 a costa del agravamiento de la economía y la exacerbación de los conflictos latentes entre actores, no solo negros y mulatos, sino habitantes de las regiones o campesinos contra funcionarios-terratenientes. Se explica que el derrocamiento de este dictador (prácticamente un monarca con un cetro republicano) fuese seguido de la explosión de las tendencias sociales contrapuestas. El colapso de la hegemonía mulata y la pérdida de la “Parte del Este” en 1844 dieron lugar a la ascensión de presidentes “de raza negra” de muy bajo nivel de instrucción.

Los presidentes efímeros culminaron en Faustin Soulouque, quien por primera vez después de 1820 reivindicó un orden monárquico absolutamente autocrático sustentado en la proclama de hegemonía de los negros. Se proclamó emperador, objeto de la burla despectiva de Karl Marx, quien por ello fue acusado de racista. Sobrevinieron jornadas de exterminio de los ciudadanos de sectores superiores, perseguidos por una banda de asesinos conocidos como zinglins. Soulouque, al igual que tantos otros desde 1806, apelaba a la masa pobre a nombre de un motivo racial contra el grueso de la clase dominante. En esta demagogia racialista no se presentaba alternativa productiva alguna, sino lo contrario: el empobrecimiento de la masa, la destrucción sistemática de riquezas o la práctica sistemática del latrocinio.

En dos períodos de estabilidad, separados por dos décadas, de los presidentes Fabre Geffrard y Lysius Salomon, se intentó fomentar la economía de exportación, los negocios y la educación, pero no tuvieron éxito en impulsar una modernización efectiva. A pesar de cierta inserción en la economía internacional y del auge de los negocios durante la presidencia de Salomon, en la década de 1880, no se modificaron los fundamentos apuntados de la baja productividad agrícola y la propensión rentista de la clase dominante, sin importar su color. El nacionalismo racial de todos, negros y mulatos, levantó una barrera al establecimiento de empresas extranjeras.

Militares estadounidenses en Haití.

Haití recayó reiteradas veces en el caos entre formaciones rivales resultantes de la inestabilidad, la debilidad del Estado, las pugnas consustanciales entre fracciones dominantes y la pobreza crónica. Esto culminó con la acción de formaciones de caudillos dirigidas por políticos, conocidas como cacos. El caos facilitó la intervención militar de Estados Unidos en 1915. Si bien los invasores suprimieron la cláusula constitucional que prohibía la propiedad por blancos (sinónimo de extranjeros), no se produjo un fenómeno similar al de República Dominicana. En Haití las contadas plantaciones modernas, como una de sisal cerca de Fort Liberté, o contados ingenios azucareros (de los cuales solo tuvo envergadura la HASCO a las afueras de la capital), tuvieron consecuencias devastadoras sobre las condiciones de vida de la población rural. La masiva resistencia al régimen militar estadounidense por parte de los cacos no fue sino una consecuencia de los efectos perjudiciales que conllevó la acción estadounidense sobre la mayoría campesina.

Así pues, la prolongada ocupación estadounidense hasta 1934 no se acompañó por el desarrollo de un capitalismo que rompiera el círculo vicioso derivado de la propensión rentista de la clase dominante. Ciertamente, se recompuso la hegemonía mulata sobre la base de una directriz racista brutal de la oficialidad de la Infantería de Marina, pero sin efecto auspicioso alguno sobre los determinantes estructurales. Más bien, se agravó la ruptura entre pueblo y Estado.

Soldados de EEUU, durante la invaión y ocupación de Haití, que empezó en 1915.

Durante las tres primeras décadas del siglo XX el persistente deterioro de las condiciones de vida de la población rural se acompañó por el fomento de la emigración con el fin de apoyar a las compañías azucareras estadounidenses en Cuba y, más adelante, en República Dominicana. Hasta entonces los campesinos haitianos evitaban por todos los medios emigrar, conscientes de la conveniencia de permanecer en Haití por razón de dignidad social. Pero el fraccionamiento de las fincas minifundistas generación tras generación retroalimentaba el cuadro de pobreza, el cual se agravó mucho durante la intervención militar estadounidense. Los obstáculos a esta “solución” durante la década de 1930 agravaron aún más el panorama.

El legado de los 19 años de control directo sobre Haití, con la colaboración de la generalidad de la clase dominante, fue consolidar la hegemonía de los mulatos sobre la base de consideraciones racistas y clasistas. Tras la fase de “estabilidad”, bajo las presidencias de Louis Borno, Sténio Vincent y Élie Lescot, se levantó la disidencia de la “clase media”, denominación del sector de piel oscura de las ciudades. Continuaba una agenda racialista en la oposición al dominio tradicional de los llamados mulatos. Se fortalecieron los cuestionamientos de intelectuales al dominio de la élite mulata. Empero, no fue de extrañar que un intento progresista de estudiantes y trabajadores en 1946 no prosperara.

François Duvalier.

Hizo acto de presencia François Duvalier, ministro de la administración de Dumarsais Estimé, médico y antropólogo conocedor de la mentalidad rural. Desarrolló consideraciones teóricas de carácter racial sobre los conflictos de clase para abogar por el predominio de los negros. El régimen de Duvalier y su hijo se prolongó por casi tres décadas (1957-1986), probablemente el período más nefasto de la historia de Haití. Se practicó el crimen sistemático sobre disidentes de cualquier orientación. Se recurrió de nuevo a una formación paramilitar de pretendida raigambre popular, los Voluntarios de la Seguridad Nacional o Ton Ton Macoutes, remedo de los también “negristas” zinglins. La demagogia racial se puso al desnudo en su esterilidad, su carácter abyecto y el perjuicio que deparaba al pueblo.

En otra entrega se abordarán algunos procesos tras la caída de Jean Claude Duvalier, cuando la miseria tomó las proporciones más desgarradoras de la actualidad.