En este artículo se procura reivindicar la capacidad de juicio en las sociedades democráticas para enfrentar el creciente uso de la mentira y las noticias falsas en política, ante las cuales no debemos quedarnos callados. Preguntemos, cuestionemos sin miedo y sin excepciones.
Como expresa el filósofo, sociólogo, economista y psicoanalista greco-francés Cornelio Castoriadis, “el problema de nuestra sociedad es que dejó de interrogarse. Ninguna sociedad que olvida el arte de plantear preguntas o que permite que ese arte caiga en desuso puede encontrar respuestas a los problemas que la aquejan, al menos antes de que sea demasiado tarde y las respuestas, aun las correctas, se hayan vuelto irrelevantes”.
Aquí. Ahora. Recientemente. Cuando los partidos políticos criollos se han lanzado a la calle a contar sus verdades y sus mentiras políticas hay que obligarlos a responder con cordura las preguntas de los ciudadanos a sabiendas de que la ausencia de buenas respuestas nos angustia, atemoriza e irrita y produce una inseguridad similar a la sensación que experimentan los pasajeros de un avión cuando descubren que la cabina del piloto está vacía, y la voz amigable del capitán es solamente la grabación de un mensaje viejo.
En la arena política criolla hay muchas confusiones e incertidumbres. Todo parece indicar que hay ausencia de verdades y presencia de mentiras políticas. Y esto debería preocupar. Como expresa Hannah Arendt “la mentira en política pone en cuestión lo fundamental de una comunidad humana, siendo este un problema político de primer orden”.
No se trata de “mentiras piadosas”. La mentira política no se improvisa. Se calcula, se cultiva, se destila y se elabora. Tiene sus reglas. Es un arte “sabio, útil y bello”. Así lo expresa, desde la sátira, el escritor irlandés Jonathan Swift en su obra “El Arte de la Mentira Política”, escrita en 1712.
Visto en serio, sin embargo, tendríamos que decir que más bien se trata de un “arte sucio, perverso, dañino e inmoral”. El arte de la mentira política, dirá el autor, es el “arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables con vista a un buen fin”. El “buen fin”, sin embargo, no se refiere a lo absolutamente bueno, sino a lo que le parezca al que tiene como profesión el “arte de la mentira política”.
Mentiras que, por demás, se tornan irreverentes y engaños crueles porque se pronuncian “en nombre de la democracia, de la voluntad popular o la felicidad de los más necesitados”.
Pero, una noticia falsa no es un error, sino una falsedad intencional, es decir, una mentira. Así, debemos destacar que frente a la verdad y a la opinión se opone la mentira. Y que aquellos que quieren utilizar la mentira en política, pretenden hacerla pasar como una opinión más. Sin embargo, hay que tenerlo claro: frente a la verdad está la falsedad; frente a la opinión está la mentira.
Para determinar la verdad o la falsedad de un juicio, contamos con los hechos. Se dirá que los hechos no están seguros en manos del poder. Y a esto podemos responder con las palabras de Hannah Arendt: “el poder, por su propia naturaleza, jamás puede producir un sucedáneo de la segura estabilidad de la realidad objetiva, la cual, al ser pasado, ha entrado en una dimensión que está más allá de nuestro alcance. Los hechos se afirman a sí mismos por su tozudez …” (Arendt, 2017, p. 77).
Muchos políticos del patio llegan más lejos: a las mentiras divinas. Son las que dicen aquellos políticos que acompañan sus mentiras de salmos, citas bíblicas e invocaciones para atraer votantes. Pero olvidan que el Dios de la verdad jamás estará en sus filas. Sin embargo, cabe señalar que no todos los políticos dominicanos practican el arte de la mentira. Los hay comprometidos con la verdad política. Son los menos. Son mucho más los que han hecho de este arte una profesión muy lucrativa.
Para los políticos criollos que practican el arte de la mentira les viene bien lo que propone Jonathan Swift en su obra El Arte de la Mentira Política: “para los que mientan demasiado o mientan mal, el partido acordará someterlo a decir sólo lo que sea verdadero durante tres meses; esto le retornará el derecho a mentir de nuevo con absoluta impunidad”.
Hannah Arendt también nos dirá que solo la verdad “humanizada por el discurso” nos permite dar sentido a nuestro mundo compartido. En política, la verdad emerge del ejercicio de juicio compartido.
Como ciudadanos, obliguemos a los políticos de aquí a hablar verdades. Declaremos a gritos sus mentiras. Preguntemos. Preguntemos. De pie. En alta voz. Comunitariamente.
La verdad política se descubre con preguntas políticas valientes. Las preguntas nunca están equivocadas, sino las respuestas. ¡No preguntar es la peor de las respuestas”.