Ahí están los tres, cada uno en su añoso caparazón de piedra. Ahí están, en su silencio de lejana ausencia, sin trabucos ni voces libertarias. Ahí están, sobre el polvo centenario de la muerte que les trajo la traición, el designio irrecusable de los vende-patria. Ahí están, esperando su ración de recuerdo solo cada 27 de febrero, carnavalesco y breve. Ahí están, ante una llama puesta para santos que no hacen milagros. Ahí están, inmóviles testigos mudos de la demagogia, la hipocresía, el abuso, la farsa, la codicia, la politiquería. Ahí están, pues, solo esperando las ofrendas de flores que al siguiente día amanecen marchitas.