En mi anterior artículo, realicé unas aclaraciones sobre el concepto de posverdad sin abordar el problema filosófico de su origen, empleando este término para referirme al conjunto de principios o fundamentos que provocan la emergencia de un fenómeno. (https://acento.com.do/opinion/aclaraciones-sobre-el-concepto-de-posverdad-9349663.html).
Para el filósofo Maurizio Ferraris, la posverdad es un objeto social novedoso producto de la conjunción entre “una corriente filosófica, una época histórica y una innovación tecnológica”. (Posverdad, Alianza Editorial, p. 12).
La corriente filosófica a la que se refiere es el posmodernismo, un término acuñado para designar a un conjunto de filósofos del siglo XX tan distintos entre sí como Richard Rorty, Michel Foucault o Jacques Derrida. El aire de familia que comparten es la aceptación de la muerte de los grandes metarrelatos o metafísicas que defienden la existencia de una Verdad.
Ferraris entiende que la posverdad es la vulgarización de un principio que, de la mano de Friedrich Nietzsche, se convierte en un lema de la posmodernidad: “no existen los hechos, solo las interpretaciones”, provocando una confusión entre la ontología (lo real) y la epistemología (lo que sabemos o creemos saber sobre lo real).
Ferraris ve un proceso de cuatro grandes momentos distinguibles en el devenir de la cultura posmoderna. El primero lo denomina “la fase del desenmascaramiento”, que hunde sus raíces en el siglo XIX, caracterizado por un conjunto de enfoques críticos con la racionalidad occidental y su concepto de verdad, reinterpretada como una ficción ideológica al servicio de la manipulación política.
El segundo momento, asociado a los inicios del siglo XX, es el de la verdad como autoridad institucionalizada, o la fase de la verdad desvinculada de la objetividad, tal como es entendida en la cultura científica.
El tercer momento emerge de la crisis de los grandes totalitarismos del siglo XX. La decepción por el resultado de la imposición de la Verdad asociada a dichos regímenes desemboca en la apología de principios “más blandos” como la solidaridad y la caridad (Richard Rorty y Gianni Vattimo respectivamente) llamadas a promover formas de vida más dialógicas y democráticas.
El cuarto momento, desde fines del siglo XX hasta nuestros días, consiste en la amplificación, difusión pública y vulgarización del posmodernismo académico, convertido en discurso trivializado de la verdad por parte de los políticos y los demagogos.
El desarrollo histórico del posmodernismo se une a la fuerza regulatoria de los documentos y al impacto de los medios de comunicación de la revolución digital para originar la posverdad. En otras palabras, vivimos una época donde la capacidad de elaborar contenidos y todo tipo de registros se une a una capacidad inmensa de poder difundirlos a través de las redes sociales.
La innovación tecnológica permite reelaborar la relación entre emisor y receptor y, a la vez, contribuye a resquebrajar las bases institucionales de la verdad, así como los filtros regulatorios de las comunidades epistémicas. Todo ello, unido a la dinámica de los sistemas algorítmicos que configuran los mundos de los usuarios de la Red en función de sus gustos y prejuicios, posibilita la creación de grupos cerrados de fanáticos digitales que habitan en mundos inconmensurables y se constituyen en grandes promotores de la posverdad.