En mayo pasado, Vladimir Putin se juramentó para un nuevo período que prolonga su liderazgo en Rusia tras ganar abrumadoramente las elecciones. Pocos creerán que las elecciones fueron limpias. Pero también pocos dudarían de que, en el caso de haberlo sido, de todas formas Putin habría ganado. En Occidente, y en todo el mundo, hay cierto consenso en que Putin cuenta con una enorme popularidad en su país.
Y mucha gente se preguntará que de dónde sale tanta simpatía, aun a sabiendas de que se trata de un dictador criminal, ultra religioso, violador de los derechos de la mujer y de todas las minorías en ese país. Y probablemente corrupto. Sus principales opositores están todos muertos, presos o exiliados.
Posiblemente, ver la historia reciente de Rusia ayude a entenderlo. Y ayudaría a entender también que los acontecimientos que se viven hoy en Europa, posiblemente ocurrirían de todas formas, cualquiera que fuera que gobernara en Rusia, aunque en ese país hubiera un gobernante respetuoso de los derechos humanos a su interior. En definitiva, la guerra actual es algo de difícil justificación, pero de fácil explicación,
Aparentemente la popularidad de Putin se origina en factores económicos y geopolíticos. Comencemos por la economía. De acuerdo con los Indicadores de Desarrollo Mundial que publica el Banco Mundial, el PIB del conjunto de repúblicas que formaban la Unión Soviética era en 1990 de 1,548 miles de millones de dólares (o para más facilidad, 1.55 billones, o millones de millones), en US dólares de valor constante del 2015.
El 75% de ello era solo de Rusia, la economía principal de la antigua URSS, cuyo PIB era de 1.16 billones, correspondiendo los otros 387 mil millones a las restantes repúblicas soviéticas (para fines de ilustración, el PIB dominicano era en ese tiempo alrededor de 10 mil millones de dólares).
Al desmoronarse el imperio soviético, no solo dejó de existir la economía del conjunto de la unión, sino que se fue a pique la economía particular de cada uno de los países separados. En el caso de Rusia, aquellos 1,16 billones se habían reducido a 666 miles de millones en 1998, es decir, se redujo a un 57 por ciento. De pronto, quien gobernara Rusia no solo se veía dirigiendo una economía de poco más de la mitad que en 1990, sino que era casi una tercera parte de lo que habían dirigidos sus antecesores soviéticos.
No es que el capitalismo funcionara peor, sino que el aparato económico no estaba preparado para funcionar bien con la desarticulación del Estado y del partido que se vio. Camarillas de políticos, empresarios y dirigentes se habían repartido gran parte del botín del Estado Soviético. Una nueva clase oligárquica se apropió de fábricas, fincas, minas, bancos, comercios y todo tipo de negocios, al tiempo que se fue apoderando de mansiones, torres, industrias, yates, equipos de futbol y enormes activos financieros por múltiples países de Europa y otros continentes.
Mientras tanto, la población se empobreció a tal grado que el Gobierno ya no estaba en condiciones de pagar ni los sueldos de los militares ni las pensiones de los ancianos. Muchos militares hasta vendían sus armas de reglamento para sostener sus familias o se enrolaban en los ejércitos de otras antiguas repúblicas soviéticas. La mafia rusa se expandió por el mundo, penetrando en los bajos mundos del crimen organizado, el sicariato, el tráfico de armas, de dinero sucio o los delitos tecnológicos.
Las figuras de Mijaíl Gorbachov, último presidente soviético, y Boris Yeltsin, primer presidente de la Rusia postsoviética, tan admirados en Occidente por haber patrocinado, el primero, la transformación y posterior derrumbe del imperio soviético, y el segundo, por haber llevado la democracia a Rusia, se fueron sumiendo en la mayor impopularidad y descrédito en Rusia, al ser asociadas sus figuras a la debacle económica y la irrelevancia geopolítica de su país.
Al mismo tiempo, fue surgiendo la fuerte figura de Vladimir Putin, antiguo miembro de la KGB, que había regresado, lleno de amargura, de la Alemania Oriental tras el desalojo de las fuerzas del Pacto de Varsovia, con la misma frustración que había manifestado Hitler siete décadas antes cuando le dijeron que los generales alemanes habían firmado la capitulación, en la humillante paz de Versalles. Putin era lo menos parecido a un comunista, sino pronunciadamente procapitalista, aunque sí nacionalista e imbuido del ideal de la Rusia imperial.
Como muestra el gráfico, a partir de 1999 la economía rusa volvió a crecer, aunque sin conseguir ritmos espectaculares, pero volviendo a superar actualmente en términos reales, no solo el PIB que tenía Rusia, sino al de la suma de todas las Repúblicas Soviéticas antes de la caída.