Conversando en la casa con mi hijo bajo diversas argumentaciones académicas y reflexiones juveniles abordamos eso que llaman “Música Urbana”.  Ambos intentamos excavar la frescura genealógica que intenta dar respuesta a ese género musical heterogéneo y controversial. Nuestra mirada se centralizó en una perspectiva postmoderna.

Un lugar de ruidos, palabras explícitas que hablan de pasiones erotizadas como si fuera un delirio divino donde se endiosa al Eros en su forma gráfica con aspiraciones que conllevan un pulso de palabras que otrora formaban parte de lo privado. Una cofradía de poderes corpóreos y palabras que se esconden en las horteradas de significantes que se explicitan en los recovecos y paredes donde frotan sus cuerpos no domesticados.

Es un lugar de memoria de diversos estilos. Espacio que recupera la rabia de los grupos subalternos, clase obrera y otros tantos que notifican el dolor de la no posibilidad, de palabras. Hoy los manumitidos de la historia, los que no cuentan con el pan de cada día, ni asisten a grandes universidades que legitiman academias. Los nombramos: juglares postmodernos. Aquellos que promueven un salto, un nuevo escalón social.

Los nuevos estilos que deletrean realidades sórdidas. Palabras con un contenido tácito, que aluden a las crisis existenciales de los grandes dramas de la psiquis, las pasiones que envuelven deseos, la violencia de género, la misoginia, la zozobra de los naufragios comunes del amor, el pálpito de la vida que se elude por medio de las drogas, el alcohol y la muerte de los imaginarios.

Un grupo que se expresa, pese a todos los obstáculos de la fábula capitalista. Ellos, los nuevos juglares, los tapetes que satisfacen el mercado de consumo del acto y que no tienen oportunidades para escalar socialmente. Aquellos que no van a ser elegidos para tomar el poder. Ellos son los otros, la prole que quedó atrapada en las drolerías de los barrios obreros.

Es una música que incita a la discriminación. Es el otro oprimido que canta y cuenta sobre lo que se vive en los márgenes de la ciudad. Es un presente que fluye sin ningún tipo de asidero.

Es un género que muestra con honestidad, la mística de un desorden social, que no se soluciona con palabras bonitas, ni políticas públicas que solo tapan el hedor de la miseria de los barrios urbanos como producto de la explotación capitalista. Es la quemadura de una época que no busca la transformación social, porque no puede arribar a tales transformaciones.

Es el lugar del desinterés, por cualquier doctrina que inspire un nuevo orden social,  una causa histórica que fluya para dar paso, a un proyecto colectivo. La música urbana es una propuesta performática que fluye en un presente  que arrastra lo marginal, la expresión del barrio, los significantes que no podían expresarse, porque no hay asidero de publicación en el mercado de las ideas o de poder político.

Es la muestra de la desnudez de los mil problemas que sujetan los cuerpos, a las vilezas sociales, tales como el racismo, sexismo, violencia, homofobias, patologías sociales que se sostienen en el aparcamiento y la discriminación.

Es la alteridad cruda que utiliza lo soez, para burlarse de sus propios estereotipos, aparcamientos y relacionamiento cotidiano que sella el deseo de ser, mientras la juventud se debate en el consumo sin poder encontrar salida para agenciar el cambio. Es resistencia y burla. Una propuesta que destroza el entramado tradicional religioso de la monogamia, mientras muestra como se embarazan las adolescentes en los barrios y la muestra de la infamia de las desigualdades sociales.

Es la aceptación de las relaciones no binarias que rechazan las élites. Es la letra que pautan las identidades, las cuales atraviesan los tiempos, porque desgarra el viejo modelo de familia y el curso de lo privado. Es lo opuesto, a la metáfora moderna. Es un conjunto de trovadores que verbaliza sin tapujos, la promoción de la aceptación del dinero, por medio lícito e ilícito. Un oscuro pasaje de rabia.

Es la contracultura que se aferró al ciberespacio para escaparse de las desigualdades sociales  y las limitaciones de acceso a la educación. Es resistencia y vacío que limita la creatividad musical de los jóvenes de los barrios, que por la falta de herramienta, no han podido educarse para el  desarrollo de sus talentos.

Es la expresión cultural que necesita expresarse para aliviar la metáfora no dicha. Es  la locución de las propias experiencias identitarias. Es el insulto que merecen las artes europeizantes y los modelos de desarrollo económicos  que no dan posibilidad, a la justicia social, ni al ascenso social.

La música urbana es el nuevo coro que trasciende las ceremonias sociales, para hacer presencia de los contenidos antisociales e historiar, la pasión del otro. Aquellas historias que no han tenido cabida en las verdades y filosofías muertas de los modernos.

Es resistencia y vacíos. Es una creatividad musical de la espontaneidad. Es el insulto que merecen las clases dominantes que no dan posibilidad a la justicia social. Es el coro que no conoce La Internacional, pero enfrenta las ceremonias sociales y sus fiestas, para hacer presencia de los contenidos antisociales e historiar su pasión.