Para el parisino promedio, la preparación de los Juegos Olímpicos fue una fuente de estrés. Las conversaciones e informaciones giraron durante meses sobre los tapones presentes y por venir, el interés o desinterés de los turistas, habitaciones de hoteles que no se iban a llenar, la no venta de taquillas, la capacidad para terminar las infraestructuras a tiempo, así como sobre los riesgos de atentados. No se debe olvidar que el francés forma parte de los campeones mundiales del pesimismo.

Los comentarios negativos fueron ampliamente reproducidos por los medios de comunicación reforzando este pesimismo. La actitud frecuente de quienes se lo podían permitir fue de dejar el barco e irse fuera de París, aprovechando el teletrabajo o las vacaciones de verano.

Sin embargo, la mayoría de los que se quedaron por falta de alternativas o dispuestos a integrarse a la gran fiesta olímpica, los parisinos, los franceses de paso en la capital y la inmensa cantidad de turistas que abarrotaron los estadios estuvieron fascinados y jubilosos de poder gozar de lo que nunca se había visto en un ambiente fuera de lo común.

La ceremonia de apertura dio el tono de unas festividades casi mágicas donde la ciudad y sus magníficos escenarios se presentaron bajo su mejor gala. París estuvo de fiesta y volvió a ser el centro del mundo, de un mundo positivo, unido tras los mejores ideales deportivos.

El público ha dado una fenomenal respuesta participando y compartiendo al unísono los valores más nobles e inspiradores de la humanidad: la sana competencia, los desafíos, la superación permanente, la determinación y la solidaridad que han aflorado entre los “super humanos” que vinieron a competir.

Los mejores atletas del mundo asombraron a los espectadores con sus proezas, la belleza de sus gestos y de sus cuerpos en movimiento, su sencillez y sus anhelos de querer ir siempre más allá, de romper sus propios registros ofreciendo valiosas lecciones al mundo entero.

Nuestra inmensa atleta Marileidy Paulino, que implantó une nueva marca en los 400 metros, es una magnífica exponente del esfuerzo, de la dedicación y de la tenacidad. Su proeza, al igual que las de los demás medallistas de nuestro país, ha llenado los corazones dominicanos de júbilo y de un legítimo orgullo nacional.

Habría que ser ciego para no reconocer que hubo fallas, problemas y quejas en esta gigantesca organización. La calidad de la comida, del alojamiento y la limpieza del río Sena fueron puestos en entredicho por los atletas.

En otro orden, las olimpíadas dejan un impacto climático negativo y, obviamente, los sectores menos favorecidos no participan de esta gran fiesta que reúne la elite deportiva y la administración olímpica mundial, así como quienes pueden comprar las taquillas.

Independientemente de saber si las repercusiones económicas del evento serán tan favorables como previsto, los Juegos Olímpicos han sido un paréntesis planetario que ha ratificado a Francia como país de la libertad y ha reiterado que un mundo mejor es posible.

Ha sido un ejemplo de intercambio pacífico entre los pueblos. Este paréntesis era más que necesario frente a la situación imperante en Francia y el mundo, con su siniestra agenda de conflictos.

En su discurso de clausura el presidente del Comité Internacional Olímpico, Thomas Bach, hizo un llamado para que la cultura de paz que imperó durante los juegos pueda establecerse en el mundo.