El fenómeno de la deriva conservadora de un segmento numéricamente importante del segmento de jóvenes de 18 a 35 años tiene su origen en diversos factores, se hace más complejo conforme pasa el tiempo, tiende a ser estructural y a convertirse en uno de los grandes temas no solo de la política sino las ciencias sociales de esta época. Como todo fenómeno social, a pesar de su complejidad, es posible identificar el momento en que este comienza a despuntar y por eso varios trabajos de investigación sitúan su inicio partir de los años ochenta y la sostenida acentuación de la tendencia del voto conservador de los jóvenes a comienzo del presente siglo.

En este periodo, se expande el sentimiento de repudio a la política, a los políticos y a los partidos, sobre todo. El voto de significativos segmentos de jóvenes comienza a decantarse por ofertas conservadoras y la tendencia hacia el retraimiento político se manifiesta con la abstención electoral.  No existe una única causa del fenómeno, pero sí se puede establecer una clara coincidencia de su aparición con la crisis capitalista que, iniciada a finales de los setenta y se agudizó en los ochenta con tendencia hacia la disminución de la inversión estatal para la cobertura de servicios claves: educación, salud, empleo y seguridad social. Es el momento en que, por primera vez en la historia, las generaciones del presente tienen menores posibilidades que la que tuvieron sus padres.

Recordemos que esa fue también la década de la crisis y posterior colapso de las experiencias socialistas que, inmersas en un inmovilismo, en el verticalismo estatal/partidario centralista bloquearon toda iniciativa en el plano de la tecnología y las ideas tendentes enfrentar la estructural incapacidad de esas experiencias en producir bienes y servicios básicos para el discurrir sin sobresaltos ni angustia la vida cotidiana. A la crisis de los dos sistemas aludidos, se suma la tendencia hacia consolidación de una clase política y de un sistema de partidos y electoral esencialmente excluyentes, que se reproduce en el poder a través de procedimientos que limitan la calidad de la participación y la representación. Por eso, y no sin razón, se produce la irrefrenable rebeldía de los jóvenes, principalmente, que llaman castas a las élites políticas de todo signo.

Desafortunadamente, esa rebeldía no se basa en proyectos colectivos, sin en aspiraciones esencialmente individualistas. Esa posición los retrae de la política y de todo proyecto de sociedad alternativo, cayendo en la modorra, en la pérdida de horizonte y en la coincidencia con elementos cardinales del discurso del conservadurismo político. En nuestro país, esa actitud la refuerza las posiciones de comunicadores de toda suerte, que no siendo políticamente de derecha, sus críticas y condenas a la clase política y a los partidos sin los debidos matices los conectan con el relato de la ultraderecha política. De hecho, no pocos son socialmente conservadores.

A diferencia de las generaciones que vivió los cambios de los años 60, las grandes manifestaciones contra las dictaduras y luchó por grandes proyectos colectivos esperanzadores, los jóvenes del presente viven el momento de la crisis de esos grandes proyectos, son generaciones criados en un ambiente de libertad para manifestarse por lo cual ignoran cómo se vive sin ella, algo que sí valoran sus antecesores, de ahí que muchos de ellos se inclinen por un régimen que le dé certidumbre, sin importar si son o no de fuerza, pero que le garantice no sólo un empleo de calidad, sino que una vez terminados sus estudios eventual el que logre se relacionará con la carrera cursada, que tendrán las posibilidades del acceso a la vivienda y otros servicios que tuvieron muchos de sus padres.

Sienten que la incertidumbre la provoca una clase política que ha sido incapaz de garantizarle un mínimo de seguridad de cara al futuro. La certidumbre creen encontrarla en el discurso simplista del populismo ultraderechista que le promete barrer la clase política, a la que culpa de ser el origen de todos los males. Por esa razón, entre otras, se convierten en gran parte del caladero de votos del conservadurismo y/o de la población abstencionista La respuesta a esa circunstancia no es fácil, ni mucho menos única, pero sí está claro que, en nuestro país, la deriva conservadora de los jóvenes no podrá ser detenida si se mantienen las condiciones que la provocan.

En ese tenor, en el contexto de las discusiones en torno a reformas que se están planteando podría contemplarse discutir medidas tendentes a enfrentar este tema. Es indetenible la aversión a un sistema político con un Congreso sobre representado, con sus barrilitos y canonjías, dispendioso de los recursos, con organismos inútiles como el Parlacen, etc. Tampoco ofertándoles modelos de sociedad que han fracasado. Quizás, si eventualmente se destinara parte del dinero del dispendio político y del que se obtendría con impuestos a las grandes fortunas a programas de acceso a viviendas y al suelo, de empleos y salarios de calidad, además de los espacios donde discurre la cotidianidad podría limitarse la deriva conservadora y/o abstencionista de los jóvenes.

Esta es solo una idea. Este fenómeno es sistémico/estructural y ahí donde debe enfrentarse, no con paliativos puntuales sino con cirugías de profundo calado.