En el marco del pensamiento filosófico el conocimiento es un jardín que se enmarca en un descubrimiento continuo de nuevas semillas y extravagantes hierbas que se enredan en los laberintos de los suelos. Como pensadora reconozco la importancia del silencio y la intimidad con una misma para pensar, leer y escribir.

Los filósofos y filósofas formamos parte de ese mundo que define una misteriosa codicia compulsiva de responder a preguntas que necesitamos descifrar y reconocer, a fin de que se abran las simientes. Es el primer paso para dar el empujo que impulse la genialidad de lo que tiene que surgir y salir de lo abstracto. Es aquello que pertenece a seres particularmente especiales y nunca casquivanos.

Es lo que está recluido en un rincón de la memoria o de un mundo de sombras, como aquella caverna que dibujo Platón en su maternal amor por los filósofos para darle una oportunidad de que participaran de una mirada  en ese cegado mundo por medio de una chispita de luces. Eso es lo que llamamos conocer. Lo cual pertenece a un mundo crudo y ordinario, pero que tenemos que descifrar dentro del mundo de la sombra.

Hoy quiero hablar de esos espíritus libres que fueron emboscados por los sentires de la botánica. Se cuenta que Friedrich Nietzsche le gustaba descansar debajo de un limonero en un huerto de cítrico. Comentaban sus alumnos que se quedaba en su soledad en modo de contemplación por un largo rato, ordenando sus pensamientos bajo la sombra de referido árbol. ¿Qué le abra contado el ánima de ese limonero? La asfixiante reclusión de sus neurosis, tal vez las nostalgias de una sociedad que cantaba por los tiempos perdidos. Tal vez le hablaba de su maternal neurosis. Era un viejo huerto decían los amigos. No obstante, era el lugar preferido Nietzsche. Estaba conmovido por los cítricos y se dejaba acompañar de esos portales naturales que transformaba su vida ordinaria.

Los jardines son delicias sagradas de belleza.

Era una parte vital de su vida personal, quedarse en lo agrio para montar un pensamiento crítico y con mucha acidez sobre el pensamiento occidental. Luego de salir del huerto se preparaba leche tibia y una taza de té. Y luego se concentraba en su catedra para iniciar los dictados de sus ideas, cartas y otros textos. Su amigo era un joven germano llamado Albert Brenner y era quien tomaba las notas. Siempre se necesita de un amigo o amiga sensible para comentar o tomar notas. No hay duda que la experiencia va crear memoria y no está separada del paisaje. Occidente con su antropocentrismo, olvido lo palpable del bosque y del huerto.

El filósofo no actuó en solitario. Se asocio con los motivos verdeados por eso durante toda su vida, él busco bosques, jardines y parques entre otros. Eran los lugares fuera de las aulas para poder pensar y realizar sus reflexiones. Según se recoge en su biografía, él decía que le ayudaba a ordenar sus pensamientos. En todos los momentos difíciles, se auxilió de la montaña para recibir ese sustento vital para su vida. Era un gran solitario, le provocaba vomito mezclarse con muchas personas. Su affaire con Andrea Salomé le cuesta casi la vida, por eso se refugió en los bosques alpinos para aliviar su dolor de amor.

Tal vez por eso expreso en Su libro Humano, demasiado humano enunció que le gustaba estar en la naturaleza porque esta no tiene opinión sobre lo humano. Todo lo contrario, regala oxígeno, belleza, da ese espacio vital que luego tomaran los fascistas y tergiversaran para sus intereses políticos. Ese espacio vital era lo que el filósofo consideraba en Más allá del bien y el mal, una rica y hermosa soledad creativa en un lugar embocado de sentires.

Los jardines son delicias sagradas de belleza. Están impregnado de caminos de flores. Existen, lo marca lo hierático. Tienen múltiples voces por la diversidad de vida. Los jardines muestran que lo homogéneo no es posible para la vida biológica como tampoco para la social. La diferencia es su rama juguetona de la que se echa mano, cuando necesitamos recoger las flores, construir metáforas, replantar los bulbos, podar lo que está ya extinto y es lo que alimentará las nubes de confusiones de los suelos.

Los bosques y jardines son lugares donde el pensamiento profundo dimensiona palabras y desentierra los territorios de significantes para construir teorías, formular preguntas y enhebrar tejidos de conocimiento.

En el psicoanálisis, Bruno Bettlheim decía que el bosque era el lugar de tránsito. El objeto perdido para siempre se lleva cruzando linderos, rocas, arboretos, ríos, piedras, setos, grandes árboles y arbustos, enredando los pies entre hierbas y sotobosque. Es por ese camino del bosque que hay que descolonizar los saberes, los relatos que no son propios. Para encontrar eso salvaje natural que envuelve la imaginación y te lleva a tu propio lugar psíquico. No me incomoda la expedición de mi vida, yo voy de la mano de Schiller, Freud, Lacan, Jung, Goethe, Lemba, Pedro Henrique Ureña y Guarocuya.