Decía el filósofo y político italiano Antonio Gramsci que “decir la verdad es siempre revolucionario”. El intelectual existe para decir la verdad. Y en el caso de la política, para descubrir, decir, defender y practicar siempre la verdad política. ¡Y debe hacerlo públicamente!
Se consideran intelectuales las personas a las que se le atribuye la capacidad de elaborar, debatir, analizar y transmitir conocimientos, teorías, doctrinas, ideologías, concepciones y opiniones críticas acerca del hombre y la sociedad local y global.
En todas las épocas muchos intelectuales han procurado actuar políticamente. Ellos pueden ser un factor político de cambio o de legitimación. Desempeñan un papel de enorme importancia en la evolución de las ideas y pensamientos políticos y sociales que dan sentido a la praxis política.
La política se ha devaluado. Hay que devolverle la capacidad de volver a dotar de sentido el porvenir, de orientar la construcción del bien colectivo, la justicia, la solidaridad y la libertad. ¡Hay que ir al encuentro de la política!
La política no fortalecerá su importancia y su credibilidad si le sigue llegando la mediocridad social y no el talento. Los intelectuales representan un contrapeso entre el poder del Estado y el poder de los ciudadanos, entre las demandas y las decisiones políticas. Entre la verdad y la mentira políticas. Cuestionan la eficiencia de los resultados de la acción política, especialmente de la acción del gobierno.
Si los intelectuales dominicanos se alejaran de la actividad política habría que solicitar su regreso. La política debe ser repensada, reflexionada, revalorizada y reorientada para que recupere su capacidad de crear opciones que generen nuevos proyectos colectivos realizables. Ellos están llamados a asumir este compromiso.
Nada justifica la ausencia de los intelectuales de la arena política. Su presencia se torna mucho más necesaria en momentos que urge diseñar una pedagogía socio-política transparente e inclusiva para educar al pueblo políticamente para desentrañar el “secretismo político” y las componentas al margen de la representaividad delegada.
Los intelectuales tienen la capacidad de generar, promover y liderar debates relacionados con temas esenciales de la política y de la democracia, la ética pública y el combate contra la corrupción. Así como también realizar el análisis y del discurso de los políticos para separar la verdad política de las manipulaciones, la demagogía y el populismo.
Son necesarios para promover la institucionalidad legítima, afrontar los déficits democráticos, garantizar el fortalecimiento de la sociedad civil activa y estimular el amplio debate sobre el Estado, las instituciones públicas y políticas, las políticas públicas, los derechos politicos y sociales, el desarrollo sostenible, la economía y la globalización. Así como otros grandes temas que afectan a los ciudadanos y que requieran respuestas amplias, urgentes y efectivas.
La participación política de los intelectuales se hace más indispensable en el momento que el mundo experimenta grandes crisis, cambios y conflictos que necesitan ser reflexionados y “monitoriados” con capacidad e independencia de juicio. Idea que se ve reforzada en lo expresado por Habermas (1999): “La política se concibe como una forma de reflexión de un entramado ético de la vida, de la vida no malograda teniendo en cuenta lo que es bueno para todos”.
La sociedad dominicana de hoy reclama de la responsabilidad política de los intelectuales. En democracia nadie es –o debería ser– irresponsable. En este sentido, hablar de responsabilidad de los intelectuales significa que, también ellos, deben responder como todos ante alguien. Los intelectuales dominicanos tienen una deuda pendiente con el pueblo dominicano.
Los intelectuales tienen su propio espacio en la arena política. Tienen un “compromiso crítico”, un compromiso público con los ciudadanos dominicanos. Esta “misión política” es enunciada por Bobbio (1997) cuando afirma que: “si tuviese que designar el modelo ideal de conducta, diría que la conducta del intelectual debería estar marcada por una fuerte voluntad de participar en las luchas políticas y sociales de su tiempo que no le permita volverse ajeno a éstas”.
En la política, los intelectuales tienen una doble condena: traicionar o desertar. Traicionar significa elegir la parte equivocada, desertar significa no elegir la parte correcta. Gran parte de la controversia sobre la ética de los intelectuales se mueve entre uno y otro polo.
¡Resulta más grave la traición que la deserción; pero también la deserción es una culpa!