YA LO HABÍA ADVERTIDO EN EL 2018. Cada día nos dejamos intranquilizar, atrapar, perturbar, no sé si por la perplejidad que toca a los protagonistas de esta  época en la cual el testimonio no basta, sino una voluntad colectiva en actitud vigilante ante la demencial «subjetividad» de una sociedad que no reconoce sus fobias o sus peligrosas esquizofrenias, puesto que la cotidianidad aquí se ha hecho un cataclismo todos los días, en este país que da sepultura casi todas las semana a un cuerpo de mujer,  a un  cuerpo que es destrozado cuando un fiero machista, poseído por las fuerzas del caos de su alma, lo agrieta y lo reduce a una cosa, a una cosa-sexual a la que desgarra, y que la prensa  hace una historia trágica, crónica roja.

No sé si hay que colocar el  corazón de los hombres ante el dilema de la indiferencia o  ponerse de frente ante el vivir y al cómo con-vivir, puesto que cada feminicidio hace emerger una consternación desde la intrahistoria desconocida de las otras, de esa mayoría oprimida, expropiadas de sus identidades  y,  que se coleccionan en estadísticas frías, porque no pudieron subvertir el autoritarismo ni transgredir los roles sexuales impuestos, resquebrajadas por las inequidades, navegando en contra-representaciones de discursos, siendo  víctimas de las coartadas y encierro de sus  saberes desde el orden simbólico masculino, que se apropia de sus imaginarios.

No sé cuántas dominicanas más tendrán que hacer el irónico tributo de su cuerpo, para  que se comprendan los excesos de la alienación que trae la educación sexista, lo pernicioso que es continuar, desde el Estado, ignorando que hay que derrumbar a los demonios del patriarcalismo, y a esa perversidad institucional de restringir, de postergar, una transformación  en las  estructuras de poder de la sociedad, suprimiendo la coerción sexual, las descargas de la crueldad psicológica que mantienen  en tensión las relaciones entre un hombre y una mujer heterosexuales. Porque es eso, lo que observamos: la tensión, la violencia hacia la mujer, víctima de los otros —al «igual» que ella— heterosexuales.

Tal parece que lo «femenino», ese  género,  está condenado por la eternidad, en esta tierra, a caer en las trampas de una existencia trágica,  y condenadas —mis aparentes «iguales»— a que su cuerpo no le pertenezca.

Los feminicidios son crímenes de género contra la mujer, por ser mujer, en un país que se vanagloria de ser progresista y posmoderno, pero que es, a fin de cuentas, una nación gris, tribal, que muere grotescamente siendo excesivamente sexista.

Siempre he dicho que, de nada sirve la palabra democracia o la palabra progreso cuando somos espectadores de la barbarie  que sobrepasa al sentido que creemos conocer del vocablo civilización, cuando un cuchillo al cuello  que  sostiene «la autoridad»  de una voz fuerte,  es el aviso de ese caótico limbo en el cual quedan los huérfanos de ese grito de alerta de  otra voz débil, que clama auxilio.

La masculinidad-machista agresiva, el falo erigido en superestructura estamental, lo permea todo;  polariza este mundo ancho de interrelaciones, de roles de sexos, de patrones culturales donde lo «femenino» se proyecta desde la ideología de un misoginismo rampante, que hace a la mujer una cosa encerrada en la dialéctica de la posesión versus la destrucción.

Esa dialéctica, posesión versus la destrucción, se produce en la manera de cómo se  socializa lo viril, la fuerza  transmitida generacionalmente como parámetro de la relación hombre  versus mujer heterosexuales y, es  la evidencia de cómo la política sexual del Estado crea la ambivalencia de los  «valores» del androcentrismo, y un imaginario para las otras paternalista.

Esa es la ideología de la masculinidad opresora.  Así, el mito de la flor como representativa de la dulzura y fragilidad de la mujer  se ha reproducido para ficcionalizar su identidad, y  el amor cortés ha sido desacralizado por el sexo duro, aun  continúe siendo una costumbre el pomposo traje de novia, y la virginidad como algo hipócritamente relevante.

Es por esto que nos preguntamos si: ¿matan los hombres  por ‘amor’, cuando no aceptan una conducta sexual pasiva  de la mujer, como  protesta del deseo no correspondido?  ¿La  asesina  porque ella es  exclusiva  posesión de él, y no puede ser indiferente a él, ni mucho menos  descortés con Eros? Entiendo que, la ideología sexista de la masculinidad machista tiene sus códigos no escritos,  y uno de ellos es el código oculto de que,  no se puede provocar que el hombre llegue a la condición de sentirse una fiera enjaulada por el desprecio de su presa.

Hay que colocar en debate  ese código oculto que el falo erecto ostenta de manera amenazante  y arrogante ante la pareja.

Ernesto Sábato en su ensayo Más sobre las misiones trascendentes de la novela  nos dice que: «La esclavitud alcanza su máxima  y más desagradable culminación en el acto sexual, donde el cuerpo desnudo está expuesto con la máxima indefensidad y en que la palabra «posesión»  adquiere un sentido filosófico, más allá de lo puramente físico. » [1]

Y  también lo creo así, puesto que  está claro que el ser humano es egoísta;  desarrolla un para-sí que resquebraja a la subjetividad de manera demencial, y no se puede excluir —lamentablemente— a nadie de un descontrol posible.

LAS MUJERES TIENEN DERECHO AL DESAMOR.  

Aún cuando las palabras claves para combatir los feminicidios son: reeducación, masculinidad hegemónica,  así como igualdad y equidad y/o nuevas masculinidades, etc.  Sin embargo,  una reacción sexual  violenta  se hace  cruda realidad. Es decir, que aunque también sea  exageradamente atroz decirlo: estadísticamente 100 mujeres pueden estar viviendo, convivían o convivieron conyugalmente con su verdugo y,  así, en ese mismo estado de sitio, de terrorismo conyugal, están miles de  dominicanas atrapadas en el amor-sexual, en el delirio de la posesión de los amantes,  conviviendo  «afectivamente» con sus posibles  asesinos y homicidas, contaminadas sus cotidianidades  y, concluidas  por el  suicidio del agresor, como escape ‘espectacular’ a la justicia y a las leyes patriarcales.

La  tragedia, la ruleta, la enredadera, la telaraña, las garras de la muerte  persiguen a las mujeres dominicanas;  así también la muerte con distintas caras y  el filo de la navaja sobre el cual se vive cuando las amenazas de la pareja o ex pareja son aterradoras  y llegan sin advertirse, y  se escuchan no como murmullos, sino como truenos, como tempestades huracanadas  superando  a la ficción. Pero no voy a ser condescendiente: la sumisión femenina a los golpes y a los horrores de la violencia, el llamado «círculo de la violencia» no es algo inventado: existe en todas las clases sociales y en todos los niveles educacionales.

El «círculo de la violencia»  es lo que es: un rostro conocido, no es la insoportable levedad;  es de lo que nos resentimos ahora, que nos diezma,  que  hace a las mujeres mártires en sus propias casas; es lo que se ha aprendido a llevar como ‘una cruz en silencio’ —de acuerdo a la educación tradicional materna—,  pero es el epílogo de la última vía de escape que se troncha: la denuncia, la separación.

Por eso, no sé si  como sociedad continuaremos siendo miopes ante las mutilaciones, ante las torturas, ante  nuevos  inquisidores,  por  no reconocer los «derechos que tienen las mujeres al desamor».

Quizás, continuaremos necesitando  anteojos para comprender que la  «igualdad», esa palabra creada por los hombres de la Ilustración (para ellos, entre ellos, y entre sí)  sin el derrumbe de los estereotipos y, por consiguiente, del Estado patriarcal, no es posible, puesto que es  una condición «legal»  fallida en las relaciones de los sexos opuestos,  en los roles sexuales.

La crónica periodística de la semana que recién acaba de concluir nos muestra que,  cada día las violencias  de esa «igualdad»  nos destrozan,  y que la muerte  es un celaje, no una despistada parca, una sombra  que se advierte que visita  destinos personales, a  los opuestos, a los amantes,  ex amantes, de sexualidades atrayentes y que se atraen, que  no se comprenden,  desagregando  a familias, y  destruyendo  el cuerpo de la mujer, no su intelecto.

Es el cuerpo lo que se destruye desde esa opresión genérica; el sexo no poseído  es el que  se persigue, y no se tolera  ser compartido. No es la capacidad femenina  como nos pretenden hacer creer, la emancipación  de ella, la que se «razona» anular, ¡no!, es  el objeto-sexo  que el código penal dominicano no «libera»,  a causa de esa supuesta igualdad legal con el hombre,  al cual se le ha otorgado naturaleza divina, y que la volubilidad de los otros  no deja que fácilmente se lo arrebaten o que se lo nieguen para su goce.

La masculinidad machista, indudablemente,  ha jerarquizado al cuerpo de la mujer como suyo, por eso el  empeño (de  la mujer) de que doctrinalmente, jurídicamente,  se «admita»  otra condición a ella, sobre ella, sobre su cuerpo.

Y digo aquí,  que continúa siendo un error hacer esta demanda  a través de la «igualdad», ya que la vigilancia sobre el cuerpo de la mujer (desde el Estado, hecho hombre opresor) es extremadamente peligrosa, y no nos deja respirar desde la «diferencia». No entiendo el empeño, el fastidio por continuar con la palabra «igualdad».

Demasiadas confusiones para el patriarcalismo traen las palabras género, diversidad, roles de género, ideología de género, perspectiva de género y, al parecer son aborrecidas desde los estamentos religiosos, políticos  y militares. No se piensan tampoco como parte de los vocablos que la divinidad debe re-aprender. Al parecer,  el sujeto femenino  no es digno de la «redención», de que en lugar de ser sepulta, sea  levantada de la tumba,  y se le deje escoger el derecho a vivir en libertad a través de la diversidad de los roles de género. El mundo,  ¿no creen? debería plantearse esta redención: a cada cual dársele la libertad de escoger y litigar el derecho de sus roles de género. 

LAS BARBARIES DEL ALMA

Ernesto Sábato dice  que,  el alma es  «ámbito  desgarrado y ambiguo, sede de la perpetua lucha entre la carnalidad y la pureza, entre lo nocturno y lo luminoso. » [2]

El Estado patriarcal dominicano  no se rebela contra las garras de las barbaries del alma, ni contra  los crímenes de género. Aún venga un diluvio no se le presta atención a esa neurosis de los déspotas machistas. Los castigos que contemplan las leyes han fracasado y, cuando se suicidan, no dudo que, ellos busquen acceder a la promesa de la eternidad por amor y, quizás ese es el vínculo con la muerte que los hombres agresivos esperan encontrar al dar el salto de irse al agujero negro de la inconsciencia, porque la «eternidad», a veces, se vende como una baratija en el adoctrinamiento insincero.  Huir a la «eternidad»  es  el mejor desencuentro con el cuerpo-sexo que no se pudo atrapar egoístamente solo para sí.

Quizás será necesario que ángeles rebeldes se den una visita por aquí, y arrojen desde el cielo desprecio a los culpables de la indiferencia con la educación no sexista, y a los opositores a reeducar desde la perspectiva de género. El seguir rechazando el patriarcalismo y la masculinidad machista a  la educación no sexista,  y a la perspectiva de género, traerá  todas las infelicidades. No sé qué tan positivo es que, se repitan año tras año esas ‘benditas’ conmemoraciones de  invocaciones de paz, de cero tolerancia a la violencia, etc., etc., contra los feminicidios.

Es necesario que  como comunidad tengamos una comprensión un poco más diáfana de porqué ocurren los feminicidios  en  un país de comunicación subliminal (a veces  y/o convenientemente) donde desde  sus entrañas brotan situaciones de vidas truncas, desenlaces inimaginables que descubren la vulnerabilidad de esta sociedad  que coagula sangre de inocentes en las calles, en las carreteras,  en los hogares,  en las habitaciones donde los adultos fracasan en sus intentos de no dejarse enajenar por la violencia.

NOTAS

[1] Ernesto Sábato. Antología (Librería del Colegio: Buenos Aires, 1975): 133. Selección y estudio preliminar por Z. Nelly Martínez.

[2] Ernesto Sábato. Opus citatium, 145-146.