Cuando más habría que tener la cabeza fría y controlar las pasiones más se desatan la ehemencia y el odio que se vehiculan, hoy en día, a gran velocidad por las redes sociales.

Las llamadas fake news inundan nuestro terruño y el planeta, haciéndonos responder tanto a los estímulos de la desinformación local como a los de la global.

Al final de cuentas, con el flujo cada vez mayor de informaciones al cual estamos sometidos, se hace cada día más difícil hacerse un sano juicio entre los múltiples entramados de mentiras que apelan a las emociones y que son hilados con las malignas intenciones de desinformar.

En estos últimos días hemos podido ver los shows orquestados por representantes religiosos en contra de la OEA a base de informaciones completamente falsas. En sus argumentos se dieron la mano con Vladimir Putin, quien en su discurso del viernes pasado la emprendió contra la agenda occidental y la ideología de género, que sería “puro satanismo”.

 

Hay un factor que no podemos negar y es el crecimiento de las posiciones extremistas de derecha en el mundo actual. Estas tienen como común denominador la cantidad de mentiras absurdas, manipulaciones, tergiversaciones y estereotipos que ponen a circular. Estos ataques, que se cuelan en el flujo rápido de las informaciones, encuentran más cabida en periodos de crisis y desestabilización.

 

Debemos recordar aquí la célebre frase atribuida a Joseph Göebbels, el padre de la desinformación, de los engaños y de la manipulación de la población alemana y del mundo exterior: “las mentiras repetidas mil veces se convierten en verdad”.

 

De todas maneras, si no se puede convencer a la inmensa mayoría con un grupo adiestrado de fanáticos se puede difundir la duda y el terror. Durante el nazismo muchos alemanes se beneficiaron de la confiscación de los bienes de ciudadanos judíos, pero para tener la conciencia limpia aceptaron la teoría nazi de que estos últimos no eran seres humanos sino parásitos que había que exterminar de manera ordenada y limpia en las cámaras de gas.

 

Traigo esto a colación frente a los mensajes de odio que llenan nuestras redes frente a la desgarradora situación que atraviesa nuestro vecino haitiano. De los dos lados de la frontera discursos de odio tratan de envenenar aún más las difíciles relaciones entre nuestros dos países.

En un momento volátil a nivel global, en el que cada día nos aporta un grado insospechable de violencia, tendríamos que ser circunspectos, prudentes, hilar fino sobre la base del estudio, del derecho internacional, del conocimiento, del entendimiento y del humanismo.

No podemos perder de vista la complejidad de la situación y el hecho de que, por un lado, abrimos las puertas a las inversiones haitianas en nuestro país y a las exportaciones dominicanas hacia Haití y que, por el otro, cerramos los ojos a la corrupción a la frontera y al hecho que parte de nuestros empresarios se lucran con una mano de obra barata e indocumentada que ha contribuido de manera decisiva al desarrollo de la República Dominicana.

Sin embargo, hemos asistido estos últimos años a un trabajo de manipulación llevado a cabo de manera estratégica, creando una situación cada vez más confusa donde los conceptos se enmarañan cada día más para agregar dudas, resentimientos, odio, xenofobia y aporofobia en una mezcla explosiva.

Hoy en día, todas las condiciones están dadas para una desgracia. Como acaba de suceder luego del horrible asesinato de tres personas en una finca de Villa Isabela. Partiendo de la información de que el crimen fue cometido por nacionales haitianos, una multitud “espontánea” de Estero Hondo se abrogó licencia para vengarse. Esta destruyó y quemó las casuchas de los moradores haitianos del lugar provocando la estampida de cien hombres, mujeres y niños ejerciendo un acto prohibido por la ley y rompiendo los límites sociales en una forma violenta.

Es inaceptable que se responda a la violencia con más violencia. El Estado, como garante de los derechos humanos, debería ser el primero en ponerle coto a la violencia extrajudicial y a las provocaciones, y no ceder a las amenazas y al discurso de odio.

Es obligación igualmente del Estado proteger debidamente el territorio nacional, preservando el orden y la vida de las personas en la frontera y en todo el país, sean estas nacionales o extranjeras.