Detesto el término soledad. No sé, siento que quizá estoy siendo injusta con la gente que me rodea y que está presente cuando hablo de soledad, pero si hablamos de soledad, al hecho de estar soltera después del divorcio, pues bueno, técnicamente hablamos de soledad.
En defensa de la soledad y siendo realista, la soledad me ha concedido muchas cosas y me ha enseñado muchísimas más. Sobre todo cuando se trata de conocerse a sí mismo.
En 2017 hablé en mi libro “Soltera en tiempos modernos” sobre la necesidad de estar sola a veces y aprender a disfrutar o aceptar esa soledad que la vida nos impone. Sin pelear con uno mismo y sin rabietas.
“Quiero flores”
Justamente a mitad de semana me antojé de flores. Sentí el deseo de ver flores en cada rincón de mi casa y así lo hice. Fui a mi jardinería de costumbre, eché unos párrafos con la vendedora y de repente, con muy poco dinero, mi casa estaba llena de eucalipto, ruscus y aliento de bebé.
“Quiero ir a comer a la playa”
Domingo temprano en la mañana es cuestión de hacer un bulto sencillísimo, dispuesta a regresar a casa con la ropa mojada y sin pretensiones. Sin mucho plan, mis hijos, mi mamá y yo ya estábamos en la playa bebiendo cerveza, comiendo, bañándonos y haciendo historias.
“Quiero llevar mis hijos a Bahía de las Águilas”
Por primera vez en mi vida, en 25 años trabajando, voy a tomar vacaciones programada y quiero llevar mis hijos a conocer Bahía de las Águilas a conocerla y vivir la experiencia. Mis viejos desde que supieron de mis intenciones se ofrecieron a ir con nosotros.
Ahora, imagínense ustedes que yo, condicionada por la soledad post divorcio, me sentara a esperar a estar acompañada para hacer las cosas que me gustan y que mis hijos anhelan hacer.
La vida no ofrece pausas. El tiempo es inclemente, nos somete y no deja gran espacio para uno organizarse ni pensar mucho.
Hoy agradezco contar con mi base de apoyo, especialmente mis viejos, que aceptan todas mis locuras sin mucho cuestionar y me acompañan sin reservas.
Ustedes que me leen, no se sienten a esperar que llegue ni la pareja perfecta ni nadie para seguirle el ritmo a la vida y hacer lo que les haga felices.
La soledad me ha enseñado a no esperar a nadie. A autogestionarme lo que me haga feliz bajo la consciencia de que si llega alguien dispuesta a hacerme aún más feliz, sepa que la felicidad ni la vida misma nunca estuvieron en pausa. Que aquí es bienvenido a unirse a mi comparsa.
La vida no espera a nadie.