Ahora que se acerca la efeméride del Día Internacional de la Mujer, 8 de marzo, en este “mundo que veo” mi filtro está afectado por la relevancia de esta conmemoración dedicada a honrar la dignidad de un grupo humano que históricamente estaba objetivamente muy confinado. Se reconocían derechos universales, pero estos eran aplicables para cierto grupo, no para la totalidad de la gente. Se entendía la necesidad de autonomía e iniciativa de cada cual, pero solo los varones estaban en facultad de tomar decisiones públicas, administrar institucionalmente el dinero u ocupar ciertas decisiones. Consciente sobre la importancia de esta celebración, en estos días veo su pertinencia hasta en ejemplos de la vida cotidiana.
Así, al haber escrito “Un pasaje de ida y vuelta” la semana pasada sobre la evolución de la industria cinematográfica en República Dominicana y estar atenta al contenido de las películas en general, en estos días tengo la conciencia de analizar el contenido de las escasas producciones cinematográficas que realmente veo bajo el prisma de atención a la situación de la mujer. Lo de “las películas que realmente veo” se refiere a un meme que anda por las redes: “Ahora no veo películas, sino que ellas me ven a mí” (me siento a verlas y me duermo mientras ellas siguen en pantalla).
Una película que logró acaparar mi atención y pude ver hasta el final fue “Chicas perdidas”, cuyo argumento relata la historia verídica y heroica de una madre, Mari, que, al enterarse de la desaparición de su hija Shannan se dedica a buscarla con más ahínco que la policía, que el novio de Shannan o que cualquier otra persona relacionada con ellas. Al final, Mari termina encontrando a Shannan, pero en circunstancias muy diferentes de los que le hubiera gustado hacerlo. Un desenlace triste, pero que permite la satisfacción de despejar la incógnita sobre su ubicación y que incluye el logro de la vuelta al hogar. En resumen, una oda a la solidaridad entre mujeres, en una realización dirigida por una mujer y donde se muestran de manera incisiva los abusos de poder de muchos varones y el peso que tienen los lazos afectivos.
La película está bien hecha, bien actuada, bien narrada, es realista sin ser sensacionalista y, sobre todo, demuestra sin alardes que se le puede tener respeto a las experiencias de mujeres que suelen ser invisibles y/o denostadas en la conciencia pública.
Sin embargo, la sensación final es que, aunque la trama esté centrada en mujeres, aunque las inequidades de género sean flagrantes y nocivas en casi cada escena, el problema central de estas protagonistas es el de la pobreza económica y de acceso a salud, educación y empleo. En paralelo, algunas veces hacemos esfuerzos por enfrentar adecuadamente la realidad sin darnos cuenta de que hay problemas flagrantes que están delante de nuestras narices. El cine tiene el mérito de poner situaciones que le interesan a los directores a la vista de muchos. Nuestro mérito es el de hacer algo con esa información.