La semana pasada tuve la ocasión de escuchar a un amante y conocedor del cine. Su fuente de ingresos no es precisamente ni la producción ni la crítica cinematográficas, pero la conversación es tan enjundiosa que la comparto con mis lectores.
La historia de la creación dominicana de cine pasa por tres etapas.
La primera y más sorprendente es saber que desde la misma época del cine mudo hubo gente que se lanzó a la creación cinematográfica. Se trató de Francisco Palau (1879, Santo Domingo – 1937, idem) quien, junto a otros colaboradores, realizó dos producciones: “Las emboscadas de Cupido” y “La aparición de la Virgen de la Altagracia”. A partir de ahí, hubo un largo período donde se usaron de manera mínima los escenarios dominicanos, según conveniencia o interés de productores extranjeros, el país como locación al aire libre. Fue el caso de las grabaciones de El Padrino, La Habana y otras por el estilo. En términos de productos audiovisuales, fuera del formato específicamente cinematográfico, se trabajaba en la difusión de noticias tanto en los canales de televisión como con el célebre “cine revista dominicano”, proyectado en las salas de cine antes de la exhibición de las películas. También se realizaban comerciales que fueron profesionalizándose cada vez más.
La segunda etapa tiene tan solo tres películas y es la realización de obras originales a partir de motivaciones de los directores y cuyo éxito fue inesperado, fue la época de “Pasaje de Ida” y “Nueba Yol”. Esto trajo la posibilidad de hacer, literalmente, cualquier cosa y se consiguieron recursos que no se supieron usar. Fue el caso de la integración a una película local de un actor famoso que acababa de participar en películas de gran éxito en Italia y en los Estados Unidos, pero cuando percibió la mala calidad que arrojaba el esfuerzo desde antes de la proyección solicitó que quitaran su nombre de los créditos.
La tercera etapa correspondería con la producción cada vez mayor de obras que fue dando confianza al tejido social en su conjunto, al punto que se hizo una ley de cine que tiene las características de hacer muy cómoda y muy posible la producción. Le falta la dimensión de atención al retorno artístico o financiero y a la necesidad de inversión de fondos para la distribución y el mercadeo aspectos que ya son parte sustancial de la producción de una obra. También se han ido estableciendo festivales y premiaciones de cine que integran producción local.
La industria cinematográfica es rápida y su ciclo de vigencia es intenso. Entonces tenemos una ley que fomenta las condiciones de producción y, por el simple hecho de fomentarla, ya incide en mejorar la calidad porque crea una masa crítica, condiciones de empleo en permanencia en el sector y colaboración y competencia entre sujetos, lo que termina elevando la calidad.
El próximo paso, el reto, tanto para los creadores como a quienes los apoyan financieramente, consiste en trabajar para elevar la calidad y la rentabilidad de las películas. Esto es lo que trae satisfacción a todos los participantes y lo que trae continuidad.