En este país no hay peor desgracia que ser exalto funcionario, pues ya no tienes quien te cargue los bultos y te abra las puertas; ya no tienes ningún “sí señor”, hombre y/o mujer, que cumpla rigurosamente tus órdenes y caprichos; mientras consigues un chofer, pagado de tu bolsillo, tienes que manejar en los terribles tapones, pues ya los policías de tránsito no te abren el paso; ya nadie se levanta a saludarte cuando entras a tus lugares preferidos; ya no hay lambones que elogien tus falsas virtudes y, para redondear el drama, ya no tienes las jugosas comisiones que hacían del sueldo una simple ñapa…(¡Y ojalá no te llame Yeni Berenice!).