Linda… tiene 32 años, tres hijos y una hija en edades que van de los 16 a los 5 años. El padre de los varones más pequeños, un militar, mudó a otra mujer más joven que dio a luz recientemente, en la casa de blocks que él había levantado para los hijos que tuvo con Linda.

 

Para cobijarse con su familia, Linda tuvo que alquilar una casita de madera de dos mil pesos en uno de estos tugurios que hay en la cañada de la Puya a poca distancia de algunas de las casas más lujosas de Arroyo Hondo. Una casa que desde que llueve se inunda por el techo y por la puerta.

 

Abandonada por su madre a los nueve años, Linda no fue declarada y no sabe de letras. No tuvo niñez y no tuvo juventud, solo ha conocido relaciones abusivas. Es una pequeña mujer fajadora y valiente. Desde niña no ha hecho otra cosa que trabajar en casas de familia, restaurantes o bancas.

 

Hace solo un par de años que logró juntar 30,000 pesos con los ahorros de un negocito de venta de ropa que tenía en su casa, para poder hacer una declaración tardía, obtener una cédula y declarar luego a sus hijos e hijas.

 

Ella cambió su negocito de ropa, que la ayudaba a complementar su pobre salario, contra la existencia legal de su familia y la posibilidad de brindar a sus hijos e hijas lo que ella nunca había tenido, o sea educación.

 

Nada más con mirar a Linda uno se percata que es una mujer que ha sido golpeada por la vida. La tristeza, la sumisión y el miedo, así como cierta testarudez, se leen sobre su rostro que nunca sonríe.

 

Sufre de un profundo desgaste psicológico y físico que ha ido deteriorando su personalidad, los cabellos se le caen por placas producto del estrés permanente al cual está sometida.

 

Su autoestima está por el suelo: dice que no puede trabajar en un bar porque sabe que tiene una “cara de perro y que es bruta”.  Es una persona que ha aprendido a vivir con miedo y cree que el cambio es imposible

 

Cuenta que “a los 20 días de parir de mi hija, salí a buscar trabajo en casas de familia puerta a puerta para poderle dar de comer porque el padre de la niña, que me golpeaba, no quería saber de nosotras. Cuando mi hija tuvo tres meses me botaron de mi trabajo porque llegaba tarde, porque yo tenía que atender a la bebé antes de salir. No tuve otra alternativa que casarme con el militar para darle un techo y comida a mi hija y a mi hijo mayor”.

 

Sin embargo, las palizas, la violencia psicológica y económica, así como las amenazas del esposo como los celos y llamadas de la nueva compañera de éste, la mantenían  en perpetua zozobra al punto que quiso quitarse la vida hace algunas semanas.

 

Al no haber conocido otro tipo de relaciones Linda banaliza lo que le está sucediendo.

El “marido” la controlaba, revisaba su celular, se lo quitaba, la amenazaba, le prohibía salir. A pesar de eso ella mantiene una fuerte relación de dependencia emocional y económica con su verdugo y no entraba en su esquema mental hacer una posible denuncia por maltrato físico o psicológico.

 

En el más reciente arrebato él le desencajó el brazo por segunda vez y la golpeó muy fuerte por varias partes del cuerpo.  Desde el hospital donde la atendieron pusieron una querella en Línea Vida y se llevaron al abusador preso.

 

Un tanto confundida la víctima llora, e  dice “Él me puede golpear, pero fue bueno conmigo, adora a sus dos hijos y sufre de diabetes. No quiero que pierda su empleo porque no sabe hacer otra cosa que ser guardia y no le quiero hacer daño a nadie”.

 

Insiste en que “lo único que quería era una orden de alejamiento para vivir tranquila”. Linda se olvidó de los golpes y de sus lamentos de dolor y pasa balance de todo lo que le va a faltar.

 

Ahora teme a la familia de su marido que no le da tregua. Además, tuvo una actitud negativa y belicosa con las autoridades. Esta actitud se puede explicar en parte por el trato un tanto rudo que tuvieron en la fiscalía frente a sus gritos cuando trancaron al hombre y mandaron a buscar a sus hijos.

 

Los llevaron cuatro días a un hogar de paso de CONANI, donde fueron interrogados “como si yo fuera una madre criminal, cuando ellos son lo único que tengo y nunca estuve separada de mis hijos, los asuntos de los adultos no son de los niños”.

 

Le devolvieron sus hijos y dice que fueron secuestrados durante cuatro días. No entiende que fue una medida de protección para saber si fueron también víctimas de abusos. Desde entonces, Linda está en un estado de estrés y desemparo , incapaz de discernir y de entender su situación.

A esta mujer valiente pero achacada de múltiples malestares físicos, le ha faltado atención psicológica, medicación adecuada y respuestas claras, sencillas y comprometidas de parte del sistema de apoyo a las mujeres que han sufrido de abuso físico o psicológico. Para salir de este impase se necesitan redes fuertes  de apoyo y respuestas del Estado en lo económico para el sustento de los hijos.

En la mayoría de los casos, con el apresamiento la víctima pierde al mismo tiempo al abusador y al proveedor: al macho que suple a su antojo, con chantaje, con palizas, mal que bien a algunas necesidades imprescindibles del hogar y de los niños.

El terrible dilema para tantas mujeres víctimas de violencia intrafamiliar es el de morirse por golpes o perder el sustento y los pobres beneficios que en el preciso caso de Linda se derivan de la condición de militar del “esposo”.

El corazón del debate es saber cómo de un día para otro, se sustituye y se cambia este cruel entramado que atañe a milles de mujeres dominicanas que sin proveedor son presas para nuevos abusadores y para la trata de mujeres.

Como lo señala un artículo publicado recientemente en el diario El Caribe, la República Dominicana tiene más de 20 mil casos abiertos por violencia, solamente tomando en cuenta las acciones que dependen de las atenciones otorgadas por el Ministerio de la Mujer cuya incumbente, Mayra Jiménez, declaró que si bien hay adelantos con el número de casos atendidos todavía quedan desafíos importantes en términos de las instituciones del sistema.