Desde hace años, diversas investigaciones sobre la gestión y la calidad de las escuelas muestran la importancia del liderazgo. En este sentido, la directora OREALC/UNESCO Santiago, Ana Luiza Machado, (2006) dijo que en América Latina y el Caribe, el principal desafío es cumplir la meta de una educación de calidad para todos. Y para lograr este objetivo estaba segura de que es de gran importancia desarrollar el liderazgo de los directores de escuelas. Sus pronunciamientos fueron en la presentación del primer  volumen de una serie de libros sobre liderazgo escolar, escritos desde una perspectiva ética, humanista y democrática, orientada a su vez por la inclusión y la equidad social. También dijo, que es una necesidad promover en los centros escolares prácticas de liderazgo pedagógico que aseguren que los escenarios de aprendizaje de los estudiantes sean más pertinentes y significativos.

 

Distintos autores consideran que los avances investigativos han constatado que el personal directivo de las escuelas adolece de conocimientos pedagógicos sobre cómo aprenden las personas, lo que dificulta las formas de liderar los procesos de enseñanza y aprendizaje e impulsar el desarrollo profesional del profesorado de los centros escolares. Al respecto, Lambert, (2017) manifiesta que “las mejoras surgen cuando los que integran la comunidad escolar aprenden de forma conjunta y asumen liderazgos compartidos. De esta manera, intencionar la discusión profesional para resolver problemas de prácticas que subyacen en el actuar profesional podría ser una estrategia de liderazgo pedagógico fundamental para develar el enfoque de aprendizaje que prima en las decisiones pedagógicas y directivas que asume la escuela”. Asimismo, Marfán et al., (2012) señalan que tanto el liderazgo como los resultados de aprendizaje, están estrechamente vinculados y marcan la diferencia entre las escuelas, cuando su foco está dirigido al mejoramiento del desarrollo integral de los estudiantes. De manera, que es necesario orientar la acción del personal directivo, así como su proceso de autodesarrollo y formación especializada, estableciendo la dirección en la cual deben orientarse las prácticas directivas para influir en el mejoramiento de los aprendizajes de los estudiantes. Es decir, la política educativa de los países debe procurar orientar mediante principios formativos la mejora escolar de adentro hacia fuera, estableciendo prácticas, conocimientos y competencias indispensables para asumir un verdadero liderazgo escolar. Pues el liderazgo se practica de acuerdo con las particularidades de la organización social, las metas establecidas, las personas involucradas, los recursos y las características del propio líder, entre otros factores. Por tanto, “[…] ninguna fórmula del liderazgo efectivo es aplicable de manera universal” (Leithwood, 2009). Lo que sí se puede afirmar es que el liderazgo escolar es una de las variables que tiene mayor relevancia en los resultados escolares.

 

No obstante, el liderazgo educativo ejerce una influencia importante en el mejoramiento y cambio escolar, pues permite concretar la capacidad potencial de los establecimientos escolares, incidiendo en ámbitos como la motivación, habilidades, prácticas, condiciones de trabajo e impactando indirectamente en los aprendizajes del estudiantado. Aunque el liderazgo educativo es ejercido formalmente por los equipos directivos, también puede ser distribuido a otros miembros de la comunidad educativa. Sin embargo, existen evidencias suficientes que muestran el liderazgo escolar como un factor crítico en el mejoramiento de los establecimientos escolares y, en definitiva, de los logros de aprendizaje de los estudiantes, siendo especialmente significativo en aquellos establecimientos más vulnerables. Además, si bien el liderazgo puede tener un fuerte efecto positivo en dicho aprendizaje, este sería indirecto, pues se ejerce a través de la incidencia de los directivos en ámbitos como la motivación, habilidades, prácticas y condiciones de trabajo en que se desempeñan los docentes (Leithwood, 2006). De ahí que es fundamental que el líder escolar se mantenga informado no solo de aquellas prácticas de mayor impacto, sino también que se aproxime a nuevas concepciones de liderazgo que le permitan conocer estrategias actualizadas y con las cuales pueda generar procesos de mejora, considerando siempre el contexto y el momento histórico en que se dirige al establecimiento, entre otros factores.

 

Para César Rafael Narváez Carrión, (2019) las prácticas sobre liderazgo se agrupan en cuatro dimensiones: 1) Proporcionar un propósito moral, motivación para el trabajo y un incentivo para hacer realidad sus metas personales. 2) Promover el desarrollo de las motivaciones y capacidades del personal, con miras a un desarrollo de la comunidad educativa completa. 3) Concentrarse en el conocimiento y las habilidades, así como en la resiliencia y compromiso, estos últimos como parte de la disposición para construir los primeros. 4) Gestionar prácticas y un constante monitoreo de lo que ocurre en el aula.

 

Aunque existen muchos tipos de liderazgos, a continuación, se presentan los más estudiados por la investigación teórica y empírica: 1) Transformacional. Es el liderazgo capaz de producir una transformación fundamental en la escuela, mostrando comportamientos y prácticas que comunican una visión motivadora, expresando altas expectativas del desempeño de los colaboradores, proyectando autoconfianza y confianza en el equipo de trabajo para el cumplimiento de las metas. 2)  Distribuido. El director es un agente de cambio que aprovecha las competencias de los demás en torno a una misión común. La mejora del centro depende de la acción conjunta, donde el directivo identifica, establece acuerdos y metas deseables, estimulando y desarrollando un clima de colaboración, apertura y confianza, lejos de la competitividad entre el grupo. 3) Pedagógico o instruccional. Está orientado a la gestión de los centros educativos, procurando potenciar el apoyo que el director puede brindar a los docentes e ir más allá de las labores administrativas asociadas a su rol. Este liderazgo se centra en la organización de buenas prácticas en la escuela y en el incremento de los resultados de aprendizaje, involucrándose más en el desarrollo profesional de los docentes y en las tareas relacionadas con la mejora de los procesos de enseñanza y aprendizaje. 4) Para la justicia social. Este se orienta hacia prácticas de los equipos directivos para el logro de una cultura inclusiva, practica la justicia, la equidad, el respeto por la dignidad de los individuos, la participación, el trabajo por el bien común y el fomento de la igualdad de oportunidades. Comprende prácticas directivas orientadas a eliminar condiciones de marginalización en materia de raza, clase, género, orientación sexual, discapacidad u otra. 5) Emocional. Para Goleman, (2014) el líder desempeña un papel esencial en el ámbito emocional, influyendo en las emociones de los miembros del equipo, buscando motivarlos hacia la dirección adecuada y al logro del propósito común. Una clave del ejercicio de este liderazgo es cómo el líder maneja la inteligencia emocional. Por eso, es fundamental que desarrolle las capacidades de conocerse a sí mismo y autorregularse, desarrollar conocimientos y habilidades sociales como la empatía y la confianza en los demás.

 

La preparación formal en el área profesional o técnica que se va a ejercer es importante, pero no es suficiente. Obtener un grado académico prepara en la parte teórica y permite contar con una base sólida en el tema, específicamente para el escenario escolar. Sin embargo, Sandra Ivette Cruz, (2018) plantea que para ejercer el liderazgo educativo se requiere formación práctica en: valores, fundamentos de liderazgo instruccional y transformacional, pedagogía, andragogía, inteligencia emocional, inteligencias múltiples, acompañamiento o “coaching” educativo, elementos de currículo, desarrollo de planes educativos, estrategias de evaluación, estrategias de motivación y elementos de comunicación asertiva, entre otros.

 

Diversos autores manifiestan que un buen aprendizaje permite desarrollar habilidades, competencias y conocimientos necesarios para que los estudiantes puedan construir nuevos saberes para liderar su propio desarrollo integral. De ahí que se plantea, que liderar desde una perspectiva centrada en el aprendizaje podría mejorar la forma que tienen estudiantes y docentes de aprender. En otras palabras, es necesario consolidar de manera sistemática espacios de reflexión y diálogos profesionales entre directivos y líderes intermedios para impulsar la transformación de las prácticas de liderazgo pedagógico e impactar en la calidad del desarrollo profesional docente y de manera indirecta en el aprendizaje de los alumnos (Quinn et al., 2022).

 

Muchos tratadistas coinciden en afirmar que la investigación sobre la eficacia educativa demuestra que la calidad docente es el factor de mayor impacto en los aprendizajes. La formación y el desarrollo profesional del cuerpo docente en ejercicio son claves en el diseño, desarrollo y mejora de la calidad escolar. La experiencia de sistemas educativos exitosos sitúa al liderazgo escolar como segundo factor de influencia en los aprendizajes. Tales sistemas presentan una cultura de liderazgo organizacional y una administración escolar enfocada y comprometida con el aprendizaje y el alumno, teniendo como fin último objetivos pedagógicos. Además, la evidencia empírica ha demostrado que una dirección escolar con estos rasgos tiene efectos positivos en los aprendizajes, la calidad de enseñanza y el clima organizacional en la institución educativa.