Desde el final de la Segunda Guerra Mundial las guerras nunca han parado en los más diversos países, incluyendo europeos, con sus destrucciones, matanzas, desgarramientos y secuelas. Sin embargo, pocos conflictos han desatado el nivel de emoción y temores como el iniciado hace algunas semanas entre rusos y ucranianos.
Bombas, tanques, heridos, muertos, sufrimientos, familias destrozadas, ancianos, mujeres y niños caminando sobre las carreteras de Europa, huyendo de las hostilidades, mientras los hombres son llamados a combatir. ¿Cómo creer que este escenario se está repitiendo en los mismos lugares de hace unos 80 años?
He sido formateada por la Segunda Guerra Mundial, que vio el desplazamiento de más de 60 millones de personas, y por los acontecimientos que sucedieron en Europa del Este en esta época. Mis padres, como los refugiados de hoy, huyeron por los caminos de Polonia y de la Unión Soviética realizando recorridos insospechables.
Lemberg, Lwów, Lvov, Lviv como ha sido llamada esta localidad de Galicia oriental en las diferentes épocas de su historia, jugó un papel importante en la vida de muchos polacos, en su mayoría de confesión judía, que buscaron refugio en esta ciudad del este al inicio del conflicto bélico, cuando los nazis invadieron Polonia por el oeste en septiembre de 1939.
Lviv, conocida en la actualidad bajo su nombre ucranio, está situada a 70 kilómetros de la frontera entre Ucrania y Polonia y es un lugar de paso para los refugiados que hoy salen de Ucrania, haciendo el camino inverso del emprendido por mis padres cuando huyeron de oeste a este.
Los diferentes nombres que ha llevado Lvov dan una idea de la inmensa complejidad del tejido de Europa oriental que figura dramáticamente de nuevo en la palestra y de los países de los márgenes que pasaron de dominación en dominación.
Fundada como una aldea fortificada en el siglo XIII, Lwów pasó en el siglo XV, durante más de 400 años, bajo dominación polaca. El pueblo atrajo a numerosos inmigrantes alemanes, checos, polacos, judíos, armenios, tártaros y otros que fueron invitados a Polonia por el rey Casimiro el Grande, que quería modernizar su país, eminentemente rural, creando centros urbanos y comerciales.
Bajo el nombre de Lemberg, la ciudad fue integrada al imperio austro húngaro en 1772 y después de diversas divisiones, con el desarrollo del nacionalismo, pasó a ser polaca de nuevo en 1923. En 1939, como resultado del pacto secreto Molotov-Ribbentrop, la región fue invadida por el ejército rojo hasta que, en junio de 1941, fue ocupada por ejército alemán.
Luego del conflicto Lvov y Ucrania pasaron a formar parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. De una localidad que se consideraba de “Centro Europa”, llamada un tiempo la “pequeña Viena” por sus construcciones imperiales, pasó a ser una ciudad eslava hasta el desmenbramiento de la Unión Soviética.
Desde 1991 Lviv es parte de la Ucraina independiente, donde se afrontan dos memorias concurrentes: la memoria nacionalista y la memoria comunista, y que busca reconstituir su historia entre Europa y Rusia.
En 1939, mi padre salió de Varsovia, al igual que todos los hombres, que fueron llamados por el gobierno polaco a abandonar la capital para constituir un frente al este dada la invasión inminente del ejército alemán. Este frente nunca vio la luz porque el gobierno polaco capituló antes de su creación.
Tomado en sandwich entre los totalitarismos nazis al oeste y soviéticos al este, mi padre prefirió no devolverse y llegó a Lvov, bajo ocupación soviética donde el número de refugiados crecía exponencialmente de día en día pero que parecía más segura para los judíos que Varsovia bajo el yugo nazi que se instalaba.
Lvov fue para centenares de miles de refugiados el punto de partida de extraordinarias circunstancias, muchas veces fatales otras heroicas, que llevaron a destinos insospechados personas comunes y corrientes que un buen día vieron sus mundos destrozados por la locura de los hombres.
En mi juventud me rebelaba frente a los miedos constantes de mis genitores de cara a los acontecimientos de la post guerra mundial y a la guerra fría. Con el entusiasmo de la inexperiencia encontraba mi familia temerosa y desfasada. No compartía su aprensión de la Unión Soviética y el futuro de la humanidad me parecía más bien prometedor.
Creía en los derechos humanos, las Naciones Unidas, la Comunidad Europea, la disuasión nuclear y la descolonización de los pueblos. Me sentía protegida por mi nacionalidad francesa que adquirí por haber nacido en esta tierra que acogió a mis padres al final de un periplo de casi 6 años y donde llegué al mundo gracias a la tenacidad de mi madre que no quiso dar a luz en la tierra impregnada por las cenizas de su familia.
Mis certezas de juventud se han ido desvaneciendo poco a poco. Suben las ultraderechas a nivel mundial. La beligerancia es siempre un recurso amenazante. El horror y el absurdo están siempre presentes. A lo largo de los años hemos creado millones de nuevos sobrevivientes de masacres y guerras. Pareciera que no hemos aprendido nada y que no supimos sacar lecciones de la desolación provocada por los millones de personas que perdieron su vida en todos los conflictos del siglo XX.