Leer es mucho más complejo que el reconocimiento de letras y palabras. Leer de manera comprensiva, por supuesto, presupone otras tantas habilidades. ¿Cómo no comprender los problemas que de manera continua se señalan respecto a la lectura en nuestras escuelas, cuando la “simple” disposición de los libros de textos es cada año escolar un tema de primera página en los diarios y otros tantos medios de comunicación, y no precisamente, por su disposición a tiempo?. Esperar que nuestros estudiantes se inicien en la apreciación por la lectura en ese contexto sería casi un sueño de quimeras; y menos aún, en una escuela en que la cultura de la lectura es algo extraño.
Hace ya varios años en un encuentro en que había unos 200 maestros de una regional de nuestro país hice dos preguntas: ¿cuál fue el último libro que quienes estaban allí habían comprado con sus propios recursos? Las risas calladas y las sonrisas tenues pulularon en el entorno. Todos tenían ya entonces celulares y si la memoria no me falla, en promedio, unos $500 pesos se disponían mensualmente para mantenerlos activos. Más risas y sonrisas. La segunda pregunta, más fácil, cuál era el título del último libro leído o que estuviera leyendo en ese momento y que no tuviera nada que ver con alguna asignatura que pudiera estar cursando entonces, muy pocas manos se levantaron. De esas, algunas recordaban el título y autor de la obra en cuestión.
No es extraño, el hábito de leer no es común entre nuestros propios maestros y es que probablemente, en su proceso de formación esta competencia brille por su ausencia, como incluso en el contexto familiar o se limite al contacto visual con las presentaciones hechas en clase por sus formadores.
Se ha planteado en reiteradas ocasiones que en el fomento del hábito de la lectura inciden varios factores importantes, el primero, el contexto familiar, la propia escuela y la valoración que la propia sociedad haga de la lectura. De ser así la generación del hábito por la lectura se encontrará con serios obstáculos pues, así como nuestras familias en general no leen, tampoco se promueve de manera sistemática en las escuelas y qué decir del ámbito social.
La lectura es una actividad subjetiva, casi instintiva, en la que el sujeto se ve inmerso en ella por el deseo de saber y conocer, más allá de la obligación que pudiera tener en un momento determinado por razones de trabajo o de estudios. En ese contexto, no creo que un decreto como alguna política al respecto, resuelva el problema de la cultura lectora, aunque podrían ayudar para su incentivo.
Recién terminó la XXV Feria Internacional del Libro. Es decir, hemos desarrollado veinticinco ferias del libro en nuestro país, y tampoco con ello hemos podido incidir en el incentivo de una cultura lectora. Hay que decir que en muchos de estos eventos el libro no fue el sujeto fundamental de la misma, pues muchas otras cosas y actividades en el marco de la llamada “actividades culturales”, por supuesto, competían con el libro. Atraían más la venta de “chucherías” y los eventos musicales que se presentaban, que el libro como tal. Agréguele a eso los precios de los libros que generalmente los hacen inaccesible para la mayoría de quienes acuden a ese importante evento. Quizás ha hecho falta que la feria del libro, previamente, cuente con una estrategia de acercamiento a la lectura desde las escuelas y otras instituciones, organizando miniferias o jornadas de lectura.
En el libro “Leer en el centro escolar. El plan de lectura” de Lluch y Zayas[1], se plantea que un plan que desarrolle el aprendizaje de la lectura (y de la escritura) debe contar con las siguientes características:
- Un marco conceptual que provea una serie de ideas acerca de lo que se entiende por la lectura y la escritura, entre otras cosas.
- Un marco contextual que especifique quienes son los destinatarios y su vínculo con los centros, las experiencias anteriores de lectura, etcétera.
- Un conjunto de acciones que concreticen el propósito, como incluso su evaluación desde la elaboración del plan hasta su concretización.
Solo será posible instalar una cultura lectora en nuestros centros educativos si, en primer lugar, la lectura se constituye en un hábito del personal, en segundo lugar, si en ellos existiesen bibliotecas de aula o centrales y, en tercer lugar, si el hábito de la lectura fuera parte sustancial del proyecto educativo del centro, en el cual, directivos, maestros, las familias y los propios estudiantes tengan bien definidos sus roles en el desarrollo de la lectura. Se trataría de un plan de incentivo de la lectura por la creación de hábitos lectores para aprender a leer, leer para aprender a leer y leer por el simple justo y placer de hacerlo.
Leer es decodificar, es comprender, es reflexionar y analizar, es hacer uso de lo leído para entender el contexto y las relaciones humanas, buscando nuevas maneras de enfrentar, conocer y actuar en la vida. Leer es ponerse en contacto con un alma humana que cuenta historia y nos plantea ideas.
En el estudio “Aproximación a la evaluación de léxico receptivo escolar en la República Dominicana” realizado por María José Rincón González, se señala lo siguiente: “El nivel léxico de un estudiante, valorado en cantidad y en calidad, puede considerarse una medida significativa, aunque parcial, de su competencia lingüística y de sus probabilidades de éxito escolar”. Citando a Casso (2010:35) sigue diciendo: “el tamaño del vocabulario se convierte en un indicador fiable del nivel de competencia lingüística del individuo; su extensión incide directamente en la calidad de la lengua escrita y en la fluidez de la expresión oral. Conocer la extensión de este repertorio léxico, y su grado de dominio, es imprescindible para planificar lo que debe enseñarse y cómo debe enseñarse”.[2]
Más adelante agrega: “Si se pone el foco en el entorno educativo, los textos escolares constituyen la fuente principal de incorporación léxica en el ámbito escolar. Como indica López Pérez (2008: 206, 213) actúan como generadores de prácticas educativas, modelan el aprendizaje del alumno –puesto que los conocimientos de todas las materias se adquieren a través de estos textos– y reflejan, en gran medida, el vocabulario de la lengua de instrucción, que «da soporte verbal a los distintos contenidos curriculares y compete, por lo tanto, a las diferentes áreas del saber y a las disciplinas que se ocupan de su enseñanza […]».”
Un léxico disponible insuficiente o de baja calidad, que es el que prima en la gran mayoría de nuestros estudiantes, es un factor que considerar en los bajos logros de aprendizajes mostrados por estos en las evaluaciones nacionales e internacionales.
Quizás entonces deberíamos empezar a poner mayor empeño como sistema educativo en el nivel básico, para que nuestros niños, niñas y jóvenes adolescentes tengan la oportunidad de colocarse frente a la lectura de una manera más continua y provechosa, desarrollándose como estudiantes lectores.
[1] Lluch, G. y Zayas, F. (2015). Leer en el centro escolar. El plan de lectura. Ediciones Octaedro, S.L. Barcelona.
[2] Rincón, M. (2021). Aproximación a la evaluación de léxico receptivo escolar en la República Dominicana. Recuperado en Instituto Dominicano de Evaluación e Investigación de la Calidad Educativa (ideice.gob.do)