Asumo como evidente que queda implícito que en este escrito me refiero, exclusivamente, al desarrollo y desenlace de las elecciones presidenciales estadounidenses. Así, pues, sin más, 10 aserciones conducentes al mejor esclarecimiento futuro de contiendas democráticas:
- Entre dos buenos candidatos -o, si lo prefiere a la inversa, entre dos candidatos malos- siempre ha de votarse por el mejor. De no ser así, se contraviene el dinamismo de cualquier democracia electoral que pretenda ser funcional.
- En ninguna elección propiamente dicha predomina la inocencia y el altruismo, pues en todas abunda la manipulación y el ‘naringoneo’ de los electores por medio de la manipulación de sus intereses individuales. Caso contrario, solo restarían los ‘fake news’ y la ingenuidad humana, al tiempo de quedar en el olvido el sabio adagio latino del “primum vivere, deinde est philosophari” (primero hay que vivir, luego filosofar).
- Nunca es tan evidente el contraste entre la verdad y la mentira, los valores y los antivalores, como cuando cualquier candidato vistoso se luce como engreído juez y parte de su propia causa. En ausencia de dicho contraste, las elecciones pasarían con menos expectativas y posteriores desengaños.
- En toda elección democrática se insertan e intercambian el huero nominalismo de las promesas y el egocentrismo ensimismado de los actores. Si no fuera así, difícil distinguir entre quienes se presentan para gobernarnos y, aún menos, el desequilibrio que prima entre, de un lado, el sujeto y, del otro lado, los vocablos y gestos que lo encumbran.
- La paciencia del electorado es inefable, pues queda demostrado que popularizar una candidatura presidencial -competitiva- no requiere más de 90 días. Si no fuera así, imposible explicar lo recién acontecido.
- El quid de todo proceso electoral -dado el inalienable derecho a la indefinida complejidad de cualquier electorado democrático- es aunar la mayoría de esas posiciones y estar dispuestos a gobernar en consecuencia. En su defecto, la victoria del populismo, cimentada en el resentimiento y/o la amargura de los más convencidos, hará estragos en la supuesta unidad republicana de todos bajo la misma ley.
- La lógica política del poder es más emocional y pasional que consecuente y racional. De no ser por esa condición, debiera siempre analizarse mucho, mucho más, punto por punto y tilde por tilde, las afirmaciones, las sonrisas, los abrazos y los silencios, dejados en el aire, a la buena de Dios, por cada uno de los candidatos.
- La democracia electoral, por perfecta o imperfecta que ella sea, es el mejor antídoto republicano a cualquier dejo de tiranía, dictadura, autocracia u otra forma de manipulación y sujeción autoritaria de la ciudadanía. En caso contrario, sería falso el aserto que se tiene por verdadero de Churchill: “La democracia es el peor de los sistemas de gobierno a excepción de todos los demás”, y pasaría a ser verdadero que la asamblea de atenienses que condenó a Sócrates, contrariamente a lo que opina la historia occidental, debería considerarse justa, por el mero hecho de haber sido tomada la decisión mediante el procedimiento de la votación para la adopción de acuerdos en la polis.
- La relación elector-votante depende más de lo que el ciudadano quiere creer a propósito de lo que afirma el aspirante, que en la veracidad de lo dicho o la honestidad del diciente. En ausencia de tanta credulidad, las falsedades del tipo y envergadura que sean pecarían de absurdas e increíbles y no contarían con respaldo alguno en unas relaciones sociopolíticas que, de por sí, son de subordinación individual del elector gobernado ante el gobernante electo.
- En los más diversos regímenes electorales, las autoridades electas nunca son las que los electores se merecen, sino las que más se le parecen. Si los resultados fueran inversos, tendríamos un EE.UU. en el que los próximos cuatro años serían como la Noche de Brujas en Halloween, con supuestos angelitos representando diablitos y brujitas, pero pidiendo caramelos y, sobre todo, muchísimo cacao, pues habría que:
-Finalizar la farsa de que “it’s a man’s, man’s, man’s world” (es un mundo de hombres, de hombres, de hombres), pues sin el voto de las mujeres no hubieran elegido a Trump; y
– Abandonar la banalidad de volver a un añorado pasado malogrado, -implícito en su consigna “Make America Great Again” (hagamos a América grande de nuevo)- puesto que, a falta de padecer alguna dominación extranjera, la supuesta grandeza perdida tendría que ser hechura del declive natural de su propio estado de cosas republicanas. Y, por consiguiente, huelga recordar aquí que, en la historia humana, como el tiempo que la circunscribe, no tiene marcha atrás y ni siquiera cuenta con alguna forma de ser detenida. Ni Josué que volviera a nacer, detiene el sol o para la luna.
A la luz de lo aprendido, por consiguiente, conviene concluir analizando ese desenlace democrático en función del interés patrio de uno mismo.
Eso significa que, a la luz de las opiniones vertidas durante la campaña electoral y antes, sobre la región del Caribe, el ADN de los inmigrantes y, en particular, las particularidades de la población haitiana en los Estados Unidos, es probable que la República Dominicana se beneficiaría de algún nivel de neutralización del impacto adverso que para ella representa el lobby haitiano, en los predios del Potomac; e, igualmente, que la favorecería la relativización de las críticas internacionales que tan frecuentemente recibe debido a las prácticas mediante las cuales ejerce su derecho soberano en materia migratoria. Pero, por supuesto, de no ser así, el éxodo migratorio de nacionales haitianos impedidos de entrar en ese país -o bien, repatriados desde allá- agudizará las presiones sobre los países que como el nuestro reciben involuntariamente una población migrante cuya intención no se permitirá que sea, en ninguna circunstancia, entrar en el territorio de la unión estadounidense.