Entre el momento en que se hizo público lo del segundo atentado contra Donald Trump en su campo privado de golf en la Florida y el momento en que se divulgó quién había sido el asaltante, pasaron varias horas dentro de las cuales me angustié mucho.
Primero pensé que el culpable podría haber sido un patriótico haitiano muy ofendido porque Trump estaba diciendo que los emigrantes legales haitianos en cierta ciudad norteamericana estaban comiendo gatos y perros. Luego pensé que el culpable podría ser un dominicano o latinoamericano ofendido por las falsas acusaciones del ex presidente de que los emigrantes no solo eran ilegales, sino también criminales y hasta desequilibrados mentales. Me sentí muy aliviado cuando me enteré de que el acusado era un norteamericano blanco de 58 años de edad, cuya principal queja contra Trump posiblemente se debía a su interés personal de que Ucrania ganara una guerra que para Trump este la resolvería en un día.
Según las últimas estadísticas serias basadas en una encuesta sobre la cantidad de haitianos que hay en el país y que son muy viejas, en ese entonces contábamos con más de 500,000. Se pelean entre sí, matan a dominicanos y hasta roban, pero no conozco ninguna referencia a que estos haitianos coman gatos, perros o garzas. Si no lo hacen aquí, ¿por qué habrían de hacerlo en Estados Unidos? Es más, la campaña electoral norteamericana es muy fea y errática si la comparamos con la dominicana. El debate entre nuestros candidatos presidenciales fue mucho más civilizado que el que tuvo lugar entre Trump y Harris. Y ahora, en búsqueda del voto latino, Trump hasta nos roba una salsa de un autor dominicano, “Juliana qué mala eres”.
¿Podrá la Harris ganar las elecciones de noviembre? En las últimas décadas más de un candidato ha ganado en Estados Unidos el voto popular, pero ha perdido en el colegio electoral, y eso podría también pasarle a la vicepresidenta Harris. Para ayudar a que gane en el colegio electoral Mark Penn propuso que el candidato vicepresidencial demócrata lo fuera el gobernador de Pensilvania, el Estado “bisagra” más importante, pero tengo entendido que no fue seleccionado porque es judío y si la boleta ya la encabezaba una mujer negra y de madre hindú y, además, el vicepresidente fuese judío, se pensó que sería demasiado para los votantes norteamericanos quienes son muy conservadores. El prejuicio antisemita prevalece entre los estadounidenses. Desde 1891 en la Quinta Avenida y la 60 en Manhattan existe el Club Metropolitano cuya membresía excluye a judíos. Es por eso que en la acera de enfrente los judíos crearon su propio club. En las universidades norteamericanos donde existen las fraternidades estas se dividen entre judías y cristianas.
El debate entre nuestros candidatos presidenciales fue mucho más civilizado que el que tuvo lugar entre Trump y Harris. Y ahora, en búsqueda del voto latino, Trump hasta nos roba una salsa de un autor dominicano, “Juliana qué mala eres”.
Según los expertos, para que la Harris pueda ganar el colegio electoral debe tener cinco puntos por encima de Trump en el voto popular en el promedio de las encuestas. Hoy no los tiene, pues según “Real Clear Politics” entre trece de las principales encuestas estas promedian una ventaja de solo dos puntos a favor de la vicepresidenta. Por eso, todos los días busco angustiado esa plataforma.
Pero tampoco todo es color de rosa en nuestro propio país. Nuestro ministro de Economía, muy valientemente, ha publicado hace poco una encuesta sobre la cultura democrática de nuestra población que indica, lamentablemente, que los dominicanos apoyamos la mano dura, que aceptamos la corrupción dentro del gobierno y que es legítimos que se concedan empleos en el gobierno a correligionarios y familiares. No hay que ser un Oscar Wilde para darnos cuenta que estamos ante nuestro propio lamentable retrato de Dorian Grey.