Los expertos definen las enfermedades mentales o trastornos mentales, así las llaman en el nuevo Diagnostico Medico Psiquiátrico o DSM-5, conforme a criterios claros y específicos, y establecen que muchos varían de una cultura a otra y con tiempo, porque normas y valores familiares y sociales, marcan los límites entre la normalidad y la enfermedad mental. Por ejemplo, hasta la década de 1970, la homosexualidad y la drogadicción las calificaban como enfermedades mentales.  Y en la actualidad la salud mental la definen como un estado de bienestar en el que cada individuo desarrolla su potencial, prospera, afronta las situaciones de la vida, maneja sus emociones, crea ambientes personales, familiares y laborales armoniosos, y contribuye a la comunidad; y no la ausencia de enfermedad mental.

Las evidencias y los estudios demuestran que los trastornos mentales se deben, en primer lugar, a factores ambientales o esporádicos, como eventos dolorosos, las actitudes, la capacidad de adaptación, la alimentación, la medicación, y el cuidado, entre otros. Y en segundo lugar y en mínima proporción, a factores genéticos, o al genoma, es decir, los genes o el material heredado de sus padres. Pero nadie tiene todos los talentos ni todas las deficiencias mentales. Ya que existen casos de personas superdotadas, con cerebros potentes, como los Henríquez Ureña, y sin embargo, a don Pedro Henríquez Ureña, tal vez el más eminente intelectual dominicano, lo arruinó económicamente José Vasconcelos, un intelectual y político mexicano, en un negocio inmobiliario; posiblemente porque el criollo carecía de talento comercial.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que el cambio climático y las pandemias son importantes amenazas para la salud mundial en este siglo; y que una de cada cinco personas que han pasado por una guerra, una pandemia o una situación similar suelen presentar trastornos mentales como depresión, ansiedad, estrés traumático y bipolaridad.  Que la pandemia de la COVID-19 aumentó la desigualdad, la pobreza y el desempleo, lo que agravó la salud mental, principalmente en mujeres, quienes más lucharon en primera línea contra la COVID. Y destaca que el asesinato de George Floyd por la Policía de Minnesota en Estados Unidos en 2020, aumentó los trastornos mentales, precisamente en mujeres y niñas negras o afrodescendientes, quienes sentían temor de que las ocurrieran como a Floyd.

Durante siglos a los enfermos mentales los trataban salvajemente, los enjaulaban como animales, los inmovilizaban con cepos de madera en los pies; y les aplicaban crueles choques eléctricos y sales de litio, tratamientos que estabilizan estados de ánimos, aunque no se comprende completamente cómo funcionan. Pero a partir de la Declaración de Caracas de 1990, en una Conferencia Mundial de la Organización de la Salud, esta situación empezó a cambiar, porque   estableció, que a los enfermos mentales debían respetárseles sus derechos humanos y tratarlos con dignidad y autonomía; que los  servicios psiquiátricos en hospitales aislados de larga estancia y a puerta cerrada, debían cambiarse por atenderlos en las comunidades, en centros de salud o estudios, en cárceles y lugares de trabajo, junto a sus familiares; que debían asignarse un  fondo para la salud mental no menos del 5% del  presupuesto de salud general; que debían evitarse los golpes que matan y las palabras que duelan, y otras más.

Pero, a pesar de estas recomendaciones, lamentablemente en el hospital psiquiátrico Mazorra en La Habana, Cuba, en enero de 2010, murieron más de 30 pacientes por desnutrición y descuido, aunque las autoridades quisieron ocultarlo y declararon que murieron de frio.

Finalmente, recordemos que el diagnóstico y el tratamiento de los enfermos mentales, al igual que en los casos de diabéticos e hipertensos, corresponden únicamente a profesionales de la salud. Y ante el aumento de los casos de COVID-19, debemos seguir las orientaciones de las autoridades sanitarias que recomiendan usar mascarillas en centros de salud y otros lugares.