En política democrática el corazón cuenta. Una de las razones por las que Abraham Lincoln, Martin Luther King Jr., el Mahatma Gandhi, Jawaharlal Nehru y Nelson Mandela fueron líderes políticos de singular grandeza para sus respectivas sociedades liberales es que “entendieron muy bien la necesidad de tocar los corazones de la ciudadanía y de inspirar deliberadamente unas emociones fuertes dirigidas hacia el bien común”.

 

Este planteamiento pone en primer plano la vinculación entre lo emocional y lo político. El tema ha sido ampliamente analizado por Martha Nussbaum, una de las filósofas contemporáneas más relevantes de nuestra época, en su obra ´Emociones Políticas´ (2014), en la cual explora la incidencia de las emociones en la teoría y la práctica de la política democrática.

 

También trata el  tema en Paisajes del pensamiento, donde establece  que las emociones no son fuerzas extrañas, sino respuestas que nos ayudan a discriminar lo que es valioso e importante, y que implican necesariamente valoraciones cognitivas, formas de percepción y/o pensamiento cargadas de valor y dirigila a un objeto u objetos. (Nussbaum, 2008).

 

Según la autora, todas las sociedades están llenas de emociones. “El relato de cualquier jornada o de cualquier semana en la vida de una democracia (incluso de las relativamente estables) estaría salpicado de un buen ramillete de emociones: ira, miedo, simpatía, asco, envidia, culpa, aflicción y múltiples formas de amor”.

 

En este caso –dirá–  las emociones que tienen por objeto la nación y los objetivos de ésta suelen ser muy útiles para conseguir que las personas piensen con mayor amplitud de miras y modifiquen sus lealtades comprometiéndose con un bien común más general. (Nussbaum, 2014).

 

Hablando en términos generales, y de cara a la praxis política, la sociedad puede muy bien inculcar el desagrado y la indignación por la vulneración de los derechos políticos básicos de las personas.

 

Según la autora, el tema de la vinculación emociones-política no es nuevo, sino que  existen aportes al respecto de los filósofos clásicos, modernos y contempotáneos.

 

Así, en  Del contrato social (1762),  Rousseau sostuvo que para que una sociedad buena permanezca estable y motive a llevar a cabo proyectos (como el de la defensa nacional) que impliquen algún tipo de sacrificio, necesita una «profesión de fe puramente civil», entendida como un conjunto de “sentimientos de sociabilidad, sin los cuales es imposible ser buen ciudadano ni súbdito fiel”.

 

Precisamente el tema de las emociones políticas recibió un tratamiento sobresaliente en la obra más grande de la filosofía política del siglo xx: Teoría de la Justicia, de John Rawls (1971), en la que sostiene que la sociedad bien ordenada teorizada por ese autor exige mucho de sus ciudadanos, pues sólo permite las desigualdades de riqueza y renta cuando éstas sirven para mejorar la situación de los que están peor.

 

Tambien viene al caso  lo propuesto por  Michael Walzer, quien  afirma “que no es posible suponer el compromiso político sino como un compromiso apasionado, lo cual no implica por supuesto una renuncia a la dimensión racional”. (Walzer, 2004).

 

Puesto que las emociones no son simples impulsos, sino que incluyen también valoraciones que tienen un contenido evaluativo, el reto consistirá en asegurarse de que el contenido de las emociones apoyadas por el Estado no sea el de una doctrina comprehensiva en concreto a costa de otras. (Nussbaum, 2014).

En el marco de lo expresado por Nussbaum resulta comprensible lo dicho por Obama en la campaña electoral del 2012, cuando admitió que no había podido sintonizar con las emociones de los ciudadanos norteamericanos durante la mayor parte de su tiempo en la Casa Blanca.

Así lo describió: “El error de mi primer mandato, de primer par de años, fue el de pensar que este trabajo consistía solo en hacer la política correcta. Y eso es importante, pero la naturaleza de este puesto es también la de saber contarle al pueblo norteamericano una historia que les dé un propósito, un sentido de unidad y de optimismo, especialmente en tiempos duros”.

Quedan advertidos los políticos de aquí. ¿Qué sentimientos del pueblo recibirán cuando vengan revestidos de simulaciones a solicitar su voto? Puede ser de esperanza y optimismo o, por el contrario, de ira, asco, rechazo, desprecio o enojo. Que no lo dejen a la suerte. ¡Las emociones democráticas no se hipotecan!