En los últimos años mucho se ha dicho sobre el avance de la ultraderecha en Europa, y es cierto. Aunque no hayan ganado elecciones nacionales en todos los países, la ultraderecha ha aumentado su caudal de votos y se ha instalado en los parlamentos nacionales y de la Unión Europea.

No obstante, las elecciones del pasado jueves 4 de julio en Gran Bretaña y del domingo 7 de julio en Francia traen otros aires a Europa Occidental.

En Gran Bretaña, el Partido Laborista logró una victoria contundente el pasado 4 de julio después de 14 años de gobiernos conservadores que dejaron el país en declive económico y un Brexit que no trajo el bienestar prometido. A todo eso hay que agregar los escándalos de Boris Johnson, el desastroso gobierno libertario de 49 días de Liz Truss, y el desplome electoral que presidió Rishi Sunak.

En su exilio político de 14 años, el Partido Laborista experimentó turbulencias, hasta que se impuso Keir Starmer con una visión centrista, contrario a su rival, el izquierdista Jeremy Corbyn.

En estos 14 años, el sistema partidario británico se fragmentó más. Así, el gran triunfo del Partido Laborista (412 escaños de 650) se debe no solo al hartazgo ciudadano con los conservadores o la moderación laborista, sino también a la fragmentación de los grupos de derecha que quitaron votos al Partido Conservador y facilitaron el triunfo laborista en un sistema electoral uninominal de mayoría simple.

De todas maneras, Starmer ha prometido cambio de ruta.

En Francia, la sorpresiva jugada de Emmanuel Macron de llamar a elecciones rápidas anticipadas después del triunfo del partido de ultraderecha Reagrupamiento Nacional en las elecciones al parlamento europeo a principios de junio pasado, ha salido bastante bien para el presidente. De no haberlo hecho, Macron sería hoy rehén político de Marine Le Pen.

En la primera ronda del 30 de junio, Reagrupamiento Nacional quedó en primer lugar en 294 circunscripciones de un total de 577. Pero para la segunda ronda del 7 de julio, el miedo al triunfo de la ultraderecha, produjo un rápido acuerdo entre los grupos de la izquierda francesa que formaron el Nuevo Frente Popular (NFP) y pactaron con Macron retirar la candidatura que hubiese quedado en tercer lugar en la primera ronda.

Con esa nueva configuración electoral, el NFP ganó la mayoría de los escaños en el parlamento con 182, el bloque de Macron obtuvo 168 escaños, y Reagrupamiento Nacional 143 (más de los 89 que tenía, pero menos de lo que se esperaba).

El llamado “cordón sanitario” contra el avance de la ultraderecha funcionó en unas elecciones con alta participación ciudadana (alrededor del 60%), donde ninguna de las formaciones políticas obtuvo la mayoría absoluta de escaños.

Ahora Macron y los grupos de izquierda deberán negociar el primer ministro y cohabitar.

A pesar del auge de la ultraderecha, con los resultados electorales en Gran Bretaña y Francia, las principales economías de Europa, con excepción de Italia, estarán gobernadas, por el momento, por fuerzas de centro-izquierda en sus diferentes constelaciones.