Sábado en la noche y entre vino, música y muchos párrafos entre amigas, surgió el tema de los años. La más joven, a punto de cumplir los 40 en unos meses, mencionó por lo menos dos veces el tema de llegar a los 40.

Con cierta reserva, como quien espera ser testigo de un cambio excesivamente drástico y trascendental cuando la existencia alcance las primeras 4 décadas. La escuché y sentía como si ella pensara que el mismo día que se cumplan los 40 la vida, disfrazada de villano, te espera con un mazo para aturdirte con un golpe, doblarte las rodillas, encorvarte la espalda y de repente, sin más ni menos, otorgarte el infame grado de doña señora.

Yo con 42, por suerte muy bien vividos, no pude evitar reírme y aprovechar para dar mi discurso de vida después de los 40. Le hablé del desenfado y el pragmatismo que los años, especialmente después de los 40, que la vida te concede y cómo uno aprende a deshacerse de los miedos y de aquello que no funciona. Cómo uno termina buscándole la vuelta a todo y cómo los años, irónicamente con el pasar, se vuelven más prometedores y desafiantes.

A mis 42 ahora siento que el tiempo es un gran aliado, que es mentira que no alcanza para nada, que por el contrario, lo que hay es que ser selectivo en qué se empeña y por ende, se vuelve más sabio.

Las ganas de aprender más se disparan y las oportunidades, sean cuales sean y vengan como vengan, se aprovechan y hasta se comparten.

Del amor, sobra decir que uno ya conoce con seguridad sus gustos, sus prioridades y desarrolla una capacidad asombrosa para elegir o descartar con más acierto. Fallos siempre habrán, sólo que se asumen casi siempre como experiencia o un recordatorio de hacer caso siempre a la intuición, sin tanto reproche ni castigo de uno mismo. Uno aprende a darse el permiso de fallar.

Aquel discurso, entre copas de vino y música, terminó siendo una reflexión personal que me sirvió para recordar lo bueno de la vida y lo bueno de los años. Sin importar arrugas, físico o las libras que los años inevitablemente conceden y se reparten en partes del cuerpo específicas, uno se apega bonito a la vida y renueva el compromiso de vivir intensamente. De forma tal que, los recuerdos y la nostalgia de mañana se sigan forjando después de los 40. Que las historias que nos quedan por contar, no se limiten a cuando teníamos 20 o 30.

A mis amistades y a quienes me conceden el inmenso honor de leer mis Comparsas y que no llegan a los 40, tienen mi palabra de que lo mejor está por venir.

Y aquellos que ya pasan los 50 y mucho más, doy por un hecho seguro que si la vida es buena ahora a los 40, después se pondrá todavía muchísimo mejor.

Nada supera la dicha de estar vivos y disfrutar cada etapa con amor, plenitud y dignidad.