Estas lágrimas caen en cubos, corren
a arroyos y ríos.

Estas lágrimas,
despojándose del peso del cuerpo, dejan
una ligera pátina como gotas en el cristal
de la ventana.

¿Cómo puedo seguir
con el día, al cocinar y comer,
caminar y llamar a los amigos
y escribir?

Estas lágrimas no se secan
en el cristal. Se endurecen en rocas
y piedras. Oh, para barrerlas.
Para limpiar el alma en primavera.

Pero no no hay primavera para los hermanos
y hermanas gritando ante camiones
y aviones de comida mientras en la colina,
detrás de sacos de arena, los tiradores
cumplen órdenes de matar al azar, de sembrar
confusión, provocar una estampida,
una diversión, mientras desde el cielo
aviones de guerra lanzan bombas
de dos mil libras mientras las fuerzas especiales
asaltan un apartamento donde hay rehenes.

Todo vale, dicen, el balance de esta
operación, doscientos noventa y cuatro
palestinos muertos por cuatro rehenes
que vuelven a casa vivos sin negociación,
o concesión, o piedad.

Estas lágrimas
derramo aunque no pueda detenerlas
por aquellos que no tienen empatía,
a quienes no les importa lo que
yo diga o haga.