El pasado 17 de noviembre, la Dra. Clara Melanie Zaglul, escribió un artículo por este mismo medio que tituló El mundo de los sordos: cómo ver el silencio. La sencillez de su exposición no niega su complejidad e importancia del tema expuesto, todo lo contrario. Su lectura me provocó más de una reflexión pues, aunque parezca mentira, una época como la que vivimos con un desarrollo tan significativo de los medios de comunicación como de las redes sociales y en la cual se habla por todos los medios acerca de la importancia de la comunicación efectiva para el logro de los propósitos, vivimos, sin embargo, en una especie de aislamiento tanto en lo personal como lo social. Una especie de sordera selectiva.
Recordé aquella frase que “no hay peor ciego que el que no quiere ver” que también se puede aplicar a que “no hay peor sordo que aquel que no quiere oír”. A mis estudiantes les insisto que la comunicación no es hablar y mucho menos enviar mensajes por la vía que se quiera y solo eso; comunicar es sobre todo conocer qué piensa o piensan los destinatarios y cuál es su reacción ante el contenido del mensaje recibido. La comprensión y la importancia que le atribuimos al mensaje puede estar influido por muchos factores, desde los que son de naturaleza física que pueden llegar a distorsionarlo (son muy comunes) como los que tienen que ver con nuestras ideas y concepciones, que funcionan como predisposiciones de naturaleza positiva o negativa condicionando no solo nuestra comprensión sino incluso, nuestra actitud a escuchar al otro. Es decir, terminamos oyendo o escuchando lo que queremos oír o escuchar, independientemente de las posibles bondades del contenido del mensaje.
En las organizaciones, en las relaciones interpersonales, como en los diferentes ámbitos de la vida social esta es una situación importante, pues podríamos estar todos expresando nuestras ideas y siempre quedará la duda, primero, de si el mensaje fue recibido como leído, pero más importante aún, y en segundo lugar, cuál el sentido de la comprensión del mismo y que tanto se acerca o aleja de las intencionalidades del que comunica.
La doctora Melanie inició su artículo con la siguiente idea: “De todas las discapacidades, la hipoacusia o sordera, es decir, el trastorno sensorial que priva a una persona de escuchar sonidos y que obstaculiza el desarrollo del habla y de la comunicación, es uno de las más difíciles de identificar y de comprender. Nacer sordo no solo afecta a la comprensión de los demás, sino también a nuestro lenguaje”.
¡Qué interesante!, sobre todo esa última idea: “nacer sordo no solo afecta a la comprensión de los demás, sino también a nuestro lenguaje”. ¿Y qué pasa cuando la sordera no tiene ninguno de esos orígenes o etiologías? Pongamos a los políticos y partidarios uno frente al otro desde esa perspectiva: definitivamente ambos son sordos y esa sordera, no se explica por una condición genética, sino más bien, se trata de una “sordera selectiva”. La actitud es siempre negar la veracidad o las bondades de quien es el contrincante político, sin medir siquiera los costos sociales y económicos que ello conlleva. Es lo que explica, en parte, la no continuidad de las políticas públicas, que como todos sabemos, son estrategias de importancia para alcanzar determinados propósitos sociales.
Para sustentar sus ideas, la doctora Zaglul, toma las del doctor Oliver Sacks el cual conocí por mediación de ella en otro artículo pasado, obra que adquirí y leí: “El hombre que confundió su esposa con un sombrero”, y que me ha permitido profundizar en esas cuestiones propias del déficit cognitivo.
Me atrevo a tomar algunas de sus ideas para llevarlas al plano de las “personas normales”, aquellas que hacen lo que la mayoría espera que hagan, para describir el drama de la “sordera selectiva”, que pienso es una de las principales actitudes y comportamientos de los políticos dominicanos y de políticos de otros contextos. El principio es, nada de lo que el “otro” haya podido hacer tiene validez de causa; todo lo contrario, hay que negarlo, aunque finalmente, se termine haciendo lo mismo.
En educación ha sido un tema histórico, que no solo se puede evidenciar en los cambios de gobierno de un partido a otro, sino incluso, de funcionarios aún dentro del propio partido de gobierno. Solo que en el caso de educación el costo ha alcanzado miles de millones de pesos para finalmente seguir obteniendo los mismos resultados: estudiantes que no logran desarrollar las habilidades y competencias fundamentales para la vida. No saben leer, no comprenden lo que leen, alcanza solo niveles básicos en los cálculos aritméticos y la estructura de su pensamiento lógico aún presenta déficits importantes.
¿Cuándo el sentido común primará en el accionar político y social, y juntos todos admitir que nadie por sí solo tienen las respuestas a los problemas de la educación y que, por la naturaleza de estos, más vale ponerse de acuerdo para lograr el país que queremos? Todos reconocen la baja calidad de nuestra educación, además de saber que sus soluciones, en ningún caso, es de corto plazo, sino más bien, de mediano y largo plazo, por lo que ningún gobierno en el tiempo que estipula las normas dominicanas, podrá dar solución efectiva a los mismos.
Los principales retos que hoy se siguen enfrentando en educación fueron señalados en el Decálogo Educativo de finales de los noventa y reiterados en el Primer y Segundo Plan Decenal de Educación. Me atrevería a decir, que esta actitud reiterada de estar siempre suponiendo que solo las ideas propias o del grupo que se asume representar son las respuestas a estos problemas, y que tal situación nos ha conducido por la senda de una educación que en vez de generar aprendizajes no hace otra cosa que constituirse en una fuente generadora de frustración, sobre todo para las poblaciones más vulnerables.
Seguir por el camino de la “sordera selectiva” en materia de políticas públicas sociales, como son las de educación, no hará otra cosa que seguir postergando las soluciones que el país requiere para su desarrollo. El país como sus problemas a cuestas es responsabilidad de todos.