En la historiografía universal se ha cuestionado con frecuencia las razones objetivas que condujeron a los Nazis a cometer uno de los genocidios más abrumadores de la historia: El Holocausto. Desde historiadores del tamaño de Ian Kershaw hasta los testimonios más conmovedores como los del psiquiatra Viktor Frankl, quien permaneció por más de 1 año en el campo de concentración de Auschwitz, se han preguntado cual fue el motivo que impulsó tanto odio y persecución hacia una comunidad que para la época carecía de identidad nacional e incluso de un Estado propio. El diario vivir de los judíos en los campos de concentración era dramáticamente simple: Tenían que levantarse al ruido de una alarma a las 4:00am, hacer prolongadas formaciones al iniciar el día, desayunar una especie de sustituto de café y trabajar en labores extremadamente forzosas por mas de 10 horas bajo pena de ser aniquilados o, en el mejor de los casos, duramente castigados si incumplían mínimamente con la rutina.

Con el propósito de garantizar el orden a lo interno de los campos de concentración los militares nazis disponían de otros reclusos apodados Kapos, personas inadaptadas con evidentes características psicopáticas, quienes se encargaban además de emplear algunos de los crueles castigos a los internos. El objetivo era único: acabar con la raza “corrompida” en estricto apego a la política de tratamiento a la cuestión judía. Naturalmente, era imposible fundamentar un sistema de gobierno impulsor de asesinatos sistemáticos sin que antes se crearan las condiciones sociales que permitirían el surgimiento de un régimen similar. Para Kershaw, en su obra Hitler, la historia definitiva, el Fuhrer no fue el ideólogo del racismo instaurado en la Alemania Nacionalsocialista que surgió inmediatamente después de la República de Weimar, ni se caracterizó por ser el primero en decir que los judíos fueron los causantes de todos los males sobrevenidos a la nación posterior a la Primera Guerra Mundial, sino que fue el hombre más eficiente en difundir lo que parecía ser un sentimiento compartido por muchos; más concretamente y en palabras del autor: “Lo que hizo Hitler fue divulgar ideas pocos originales de una forma original”, y de esa manera sedujo a gran parte del pueblo alemán.

Resalta como un hecho característico que en los años transcurridos entre la primera y la segunda guerras mundiales la animadversión alemana en contra de los judíos se hacía plausible en distintos círculos y sectores sociales influenciados por el movimiento Volkisch; una corriente de pensamiento etnonacionalista activa en Alemania desde finales del siglo XIX. Habían incluso, en los años en que Adolf Hitler fungía como instructor de soldados enviado por el capitán Mayr, diversos clubes con fuertes tendencias antisemita, como por ejemplo la Sociedad Thule, que albergó en su membresía a personajes como Anton Drexler y Rudolf Sebottendorff. Dicha sociedad era de corte esencialmente ocultista, creía firmemente en la superioridad de una raza aria y en la corrupción de los judíos como nación distintiva. Sebottendorff, quien había fundado dicha sociedad, pasó luego a patrocinar junto a toda la secta al llamado Partido Obrero Alemán que se convirtió luego, con la preeminencia de Hitler sobre Drexler, en el Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores o Partido Nazi.

El Partido Nazi fue entonces un producto de la Sociedad Thule y como tal conservaba gran parte de las creencias y supersticiones de dicha organización ocultista. Pero el partido dirigido por Hitler también fue el principal promotor de la ideología política que se oponía a la democracia y a toda creencia concebida sobre los cimientos de la pluralidad. Fue el partido que teniendo a su principal y más carismático líder como vocero difundió la teoría conspirativa de “la puñalada por la espalda”, una teoría que se basaba en creer que los judíos fueron los causantes de la rendición de Alemania en el prime gran conflicto bélico. Se aseguraba con vehemencia que mientras los soldados alemanes se encontraban en el campo de batalla luchando por ganar la guerra, hubo una traición civil impulsada por los judíos y expresada en la suscripción del acuerdo de paz donde Alemania se declaraba vencida y responsable de los costos de guerra. Así las cosas, los judíos estaban identificados en Alemania como una nación y no como simples alemanes que profesaban al judaísmo como religión, y ese fue el sector que, por accidente de la historia, sufrió una de las persecuciones y segregaciones más monstruosas de la historia.

Al cabo de la Segunda Guerra Mundial habían sido aniquilados cerca de seis millones de judíos en la Alemania Nazi y ya para el 1948 se había fundado el Estado de Israel, país sagrado para los judíos…