Soy un libre pensador y, aunque me considero agnóstico, he tenido la fortuna de caminar junto a personas de diversos credos religiosos en mi lucha por un mejor país. A lo largo de mi vida, he conocido a luchadores sociales que han arriesgado sus vidas en defensa de nuestro pueblo, con una sensibilidad humana que trasciende cualquier creencia religiosa. Hoy quiero recordar a algunos de ellos, a quienes llevo en mi corazón.
Durante la Gesta de abril de 1965 conocí al padre José Antonio Moreno, un jesuita cubano que escribió el libro Pueblo en Armas, Revolución en Santo Domingo, donde narra sus vivencias y las de sus compañeros el Padre Lemus, Manuel Ortega y Tomas Marrero. Otro Jesuita que participó activamente fue el Padre Alberto Villaverde.
Manuel Ortega fue más que un amigo, fue un hermano. Su dedicación en la fundación de Participación Ciudadana fue fundamental para construir un puente entre la sociedad civil y los partidos políticos, siempre poniendo la causa común por encima del partidarismo. Tomás Marrero, además de sacerdote jesuita era carpintero. Durante la Revolución de 1965 era párroco de la Iglesia de San Miguel. Era además un gran conversador.
Los sacerdotes Alberto Villaverde y Jorge Cela son otros ejemplos de sacerdotes que, más allá de sus roles religiosos, se entregaron a la lucha social. Jorge Cela, con su inteligencia y humildad, escribió lo que podría llamarse el “evangelio social” de la República Dominicana, dedicando su vida a los más necesitados, viviendo junto a ellos en los barrios de Santo Domingo durante más de 30 años y pionero en el estudio de la pobreza, sus causas estructurales y modos de superarla en nuestro país. De Cela destaca además su capacidad de diálogo y de escucha y su facilidad para tender puentes entre personas de distintos grupos de pensamiento quedaron plasmadas en las distintas organizaciones de las que fue cofundador, como Participación Ciudadana, Ciudad Alternativa, entre otras.
Otro caso es el de Santiago Hirujo Sosa, quien con su humildad y dedicación a los jóvenes de los barrios marginados dejó una huella imborrable en mi vida. A Santiago se le recuerda por su sencillez, reflejada en unas sandalias o chancletas que siempre usaba, su alegría y su entereza. Ampliamente recordado por la manera en que, al igual que Cela, abordó el tema de los desalojos durante el gobierno de Balaguer en los 90.
Pero no puedo dejar de mencionar a mi compañero desde la escuela primaria, parte integral de mi familia, al que para mi hijo mayor es un padre también el Pastor Evangélico Luis Leonor Risek, su labor social y religiosa a tocado varios continente y pesar de la alta jerarquía que alcanzo sigue siendo un ser humano sencillo, entusiasta, a quien los años parecen pasarle por el lado sin mermar su actividad.
En tiempos más recientes, he tenido el privilegio de conocer a muchos jóvenes de ambos sexos, católicos y de otras religiones cristianas de otras que han se destacado por su activismo social y compromiso religioso y ético. Son tantos que me sería difícil mencionarlos en este artículo.
No obstante, entre todas esas personas excepcionales hay una en particular por la siento un especial cariño: Elisa Veras. Elisa es un ejemplo de nobleza, sensibilidad y dedicación. Una profesional valorada en su área, que además dedica su vida a servir a los demás, inspirando a otros a hacer lo mismo.
¿Qué es lo que entiendo que une a estas personas tan diversas? El amor a la gente. Independientemente de nuestras creencias religiosas, compartimos un profundo sentido de responsabilidad social y el deseo de mejorar las condiciones de vida de nuestro pueblo. Luchamos contra la desigualdad, la pobreza, y por una educación y salud mejores. Nos respetamos mutuamente, sin intentar cambiar las creencias del otro, y valoramos la esencia de cada persona.
Como agnóstico no tengo certezas religiosas, pero tampoco niego la posibilidad de algo superior al ser humano. Mi duda y apertura me llevan a valorar la diversidad de pensamientos y a respetar las creencias de los demás. Lo que realmente importa es el compromiso con el prójimo y la lucha por un mundo mejor.
Así, independientemente de nuestras diferencias, lo que nos une es más fuerte: el amor a la humanidad y el deseo de un futuro más justo para todos. Es este amor lo que nos define y lo que nos motiva a seguir luchando, juntos, por un mundo mejor.