A pesar de que en la República Dominicana la necesidad de una reforma fiscal es algo tan asimilado por la sociedad, de que para muchos no surge con el Informe Atalí, con el de la Universidad de Harvard ni con la Estrategia Nacional de Desarrollo, sino que economistas y organismos internacionales lo veníamos advirtiendo, de que en el país no hay un político ni empresario que no estuviera consciente de que tarde o temprano llegaría, todo parece indicar que solo se estaba esperando a que viniera la propuesta para salir, al unísono, a bombardearla.
Y si ese es el propósito, no hay nada más fácil como encontrar los adecuados argumentos, ni nada más popular y convincente que exponerlos. Mucha gente ha manifestado su sorpresa de que yo, habiendo sido ministro en otro gobierno, no venga a hacer lo mismo, pues se esperaría que lo que me tocaba era hablar de lo mucho que el gobierno gasta y lo mal que lo hace.
Pero no voy a hacer eso. Sí lo acuso de que no alcanzara a ver la real magnitud del problema, y al llegar al poder siguiera actuando como si no existiera, que siguiera nombrando gente y concediendo exoneraciones, cuando desde hace mucho se sabía que eso había que pararlo.
Que se siguieran aprobando incentivos fiscales complaciendo peticiones. Que no se adoptaran decisiones drásticas para pisar callos por vía de la administración tributaria. Y que no se hiciera ningún esfuerzo para enfrentar el déficit eléctrico y del Banco Central.
De todo eso lo acuso, pero no de gastar demasiado ni de aplicar impuestos altos, recurriendo a argumentos que no resisten el más mínimo análisis técnico.
El nivel de evasión fiscal no depende de cuán altos sean los impuestos sino de la conducta cívica predominante en una sociedad. En los países más corruptos la gente evade mas independientemente de que la tasa impositiva sea alta o baja, el que lo iba a cometer es por corrupto y lo hace como quiera. No se combate la evasión bajando impuestos sino enfrentando lo mal hecho.
En cuanto al gasto público, el gobierno gasta mal, pero no mucho. El gasto tiene, a grandes rasgos, cuatro componentes fundamentales: 1) los gastos de operación, para producir bienes públicos; 2) los pagos de intereses de la deuda; 3) las transferencias a instituciones deficitarias, públicas y privadas, y 4) los gastos de inversión en infraestructura.
En el caso dominicano, hay dos de ellos que son anormalmente altos: los intereses de la deuda y las transferencias. En cuanto a los intereses, prima facie, el gobierno no puede controlarlo; el otro, las transferencias, sí es culpa del gobierno. Los principales déficits son los del sector eléctrico y del Banco Central, los cuales no han sido enfrentados con seriedad.
Los otros dos componentes grandes del gasto son la inversión en infraestructura y los gastos operativos en bienes y servicios. Estos son los que impactan el bienestar de la gente por la provisión de bienes públicos, como educación, salud, agua, carreteras, policía y justicia.
Como a nadie en su sano juicio se le ocurriría pedir que bajara el gasto en inversión, los que reclaman al gobierno gastar menos están pidiendo, en definitiva, que reduzca el gasto operativo, el que se usa para producir los servicios públicos, el cual, en términos internacionales, es bajísimo en nuestro país.
Yo desearía, con toda el alma, que no hubiera botellas en la administración pública, que todo empleado sirviera al pleno de su capacidad, que no hubiera instituciones sobrantes, y que todo diputado o senador, fiscal o aspirante a juez, lo hiciera imbuido del más puro espíritu de servir al ciudadano con honradez.
Pero no me voy a unir al coro pidiendo recortes de los gastos en servicios públicos porque va en contra absoluta de todo aquello en lo que creo. Soy un izquierdista empedernido, y creo que la superación de los problemas de la sociedad requiere más Estado, no recortes al Estado. No voy a luchar contra mí mismo.
Y como de todas las opciones para financiar la función pública la menos mala son los impuestos (las demás son emisión inorgánica de dinero, préstamos, bonos o venta del patrimonio nacional), yo defenderé que se necesitan en vez de estar luchando contra ellos, porque sería luchar contra mis propias convicciones. No importa quien gobierne.