El profesor Juan Bosch era genial en muchas facetas. Además de fascinante escritor y excelso ensayista, poseía el don de prever, en política, lo que podía pasar en el futuro inmediato de un país. El profesor, sociólogo empírico y conocedor del comportamiento humano, veía lo que no se veía a simple vista. Sabía desentrañar del fondo de los acontecimientos políticos y sociales, lo importante de lo superfluo, lo que le permitía hacer proyecciones certeras.

En su larga lucha contra el dictador Rafael L. Trujillo fundó el Partido Revolucionario Dominicano en 1939 en La Habana, y estudió a fondo las características de su régimen.

Por eso, los acontecimientos que preceden a su ajusticiamiento y a la caída de su dictadura, lo llevan a concluir que el régimen agonizaba. En esos días se movía entre Venezuela y Costa Rica, y desde allí, siendo un agudo estudioso y observador, seguía con atención los acontecimientos, tanto de la República Dominicana como de América Latina y Estados unidos, y se percataba de la difícil situación que atravesaba la dictadura.

Sus conocimientos de la política internacional le hacían ver, con claridad, que el poder norteamericano marchaba contra Trujillo. También veía que las rupturas diplomáticas y comerciales de los países de la OEA y de Estados Unidos, a raíz del intento de asesinato del presidente venezolano Rómulo Betancourt, ocurrido en Caracas el 24 de junio de 1960, afectarían gravemente la estabilidad política del régimen. En fin, veía cerca el final del tirano, y por ello decide escribirle una carta al propio Trujillo, recomendándole salir del poder por voluntad propia para que no corriera la sangre.

Aquella carta, importante y profética, la transcribo completa:

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"General:

En este día, la República que usted gobierna cumple ciento diecisiete años. De ellos, treinta y uno los ha pasado bajo su mando; y esto quiere decir que durante más de un cuarto de su vida republicana el pueblo de Santo Domingo ha vivido sometido al régimen que usted creó y que usted ha mantenido con espantoso tesón.

Tal vez usted no haya pensado que ese régimen haya podido durar gracias, entre otras cosas, a que la República Dominicana es parte de la América Latina; y debido a su paciencia evangélica para sufrir atropellos, la América Latina ha permanecido durante la mayor parte de este siglo fuera del foco de interés de la política mundial. Nuestros países no eran peligrosos; y por tanto no había por qué preocuparse de ellos. En esa atmósfera de laissez faire, usted podía permanecer en el poder por tiempo indefinido; podía aspirar a estar gobernando todavía en Santo Domingo al cumplirse el sesquicentenario de la república, si los dioses le daban vida para tanto.

Pero la atmósfera política del Hemisferio sufrió un cambio brusco a partir del 1º de enero de 1959. Sea cual sea la opinión que se tenga de Fidel Castro, la historia tendrá que reconocerle que ha desempeñado un papel de primera magnitud en ese cambio de atmósfera continental, pues a él le correspondió la función de transformar a pueblos pacientes en pueblos peligrosos. Ya no somos tierras sin importancia, que pueden ser mantenidas fuera del foco de interés mundial. Ahora hay que pensar en nosotros y elaborar toda una teoría política y social que pueda satisfacer el hambre de libertad, de justicia y de pan del hombre americano.

Esa nueva teoría es un aliado moral de los dominicanos que luchan contra el régimen que usted ha fundado; y aunque llevado por su instinto realista y tal vez ofuscado por la desviación profesional de hombre de poder, usted puede negarse a reconocer el valor político de tal aliado, es imposible que no se dé cuenta de la tremenda fuerza que significa la unión de ese factor con la voluntad democrática del pueblo dominicano y con los errores que usted ha cometido y viene cometiendo en sus relaciones con el mundo americano.

La fuerza resultante de la suma de los tres factores mencionados va a actuar precisamente cuando comienza la crisis para usted; sus adversarios se levantan de una postración de treinta y un años en el momento en que usted queda abandonado a su suerte en medio de una atmósfera política y social que no ofrece ya alimento a sus pulmones. En este instante histórico, su caso puede ser comparado al del ágil, fuerte, agresivo y voraz tiburón, conformado por miles de años para ser el terror de los mares, al que el inesperado cataclismo le ha cambiado el agua de mar por ácido sulfúrico; ese tiburón no puede seguir viviendo.

No piense que al referirme al tiburón lo he hecho con ánimo de establecer comparaciones peyorativas para usted. Lo he mencionado porque es un ejemplo de ser vivo nacido para atacar y vencer, como estoy seguro que piensa de sí mismo. Y ya ve que ese arrogante vencedor de los abismos marítimos puede ser inutilizado y destruido por un cambio en su ambiente natural, imagen fiel del caso en que usted se encuentra ahora.

Pero sucede que el destino de sus últimos días como dictador de la República Dominicana puede reflejarse con sangre o sin ella en el pueblo de Santo Domingo. Si usted admite que la atmósfera política de la América Latina ha cambiado, que en el nuevo ambiente no hay aire para usted, y emigra a aguas más seguras para su naturaleza individual, nuestro país puede recibir el 27 de febrero de 1962 en paz y con optimismo; si usted no lo admite y se empeña en seguir tiranizándolo, el próximo aniversario de la república será caótico y sangriento; y de ser así, el caos y la sangre llegarán más allá del umbral de su propia casa, y escribo casa con el sentido usado en los textos bíblicos.

Es todo cuanto quería decirle, hoy, aniversario de la fundación de la República Dominicana”.

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Esa carta, que el dictador no atencionó, por alguna vía no precisada, empezó a circular de manera clandestina y con cautela en Ciudad Trujillo. Era una carta que anunciaba el fin de la dictadura, y eso generaba entusiasmo en los sectores antitrujillistas, que para entonces habían crecido significativamente, a resultas de la política errática del régimen, que se expresaba, fundamentalmente, en un enfrentamiento agresivo con la Iglesia Católica, y en un creciente  aumento de los presos y  muertos. De manera increíble, los errores sucedían uno tras otro.

Para Trujillo lo dicho en esa carta no tenía importancia. El tirano ignoraba que ella era el producto del conocimiento de la sociedad dominicana y de las variables que operaban en la política norteamericana, las cuales le indicaban a Bosch que el régimen agonizaba. Esas palabras las escribió el profesor el 27 de febrero de 1961, y sólo tres meses y cuatro días después se cumplirían con una exactitud pasmosa. La noche del 30 de mayo se puso fin a esa agonía, cuando un grupo de siete héroes lo acribillaron a balazos en el malecón de Santo Domingo. El Jefe se aferró al poder, como se aferra la uña a la carne, y lo que encontró fue una muerte sangrienta, como se la había profetizado Juan Bosch.