Los conflictos por el agua se están acrecentando en el mundo por razones ecológicas, mala gestión y los cambios en las políticas públicas en torno a su disposición y uso.

No obstante, el agua corre, visibilizando diferentes intereses en los territorios locales y entre los Estados que comparten afluentes comunes.  Los lindes espaciales decimonónicos dentro del marco político del Estado/nación crean problemas diversos, en torno a los cursos de agua.

Algunos de estos conflictos, se producen por una mala gestión de dichos bienes comunes o por aparatos ideológicos coloniales que memorizan historias trasnochadas de carácter racista, muy propias de élites nacionales que están encantadas, como los duendes de contar sus relatos personales.  Estos discursos han sido amasados y fabulados por grupillos colonialistas que encubren e ignoran al otro como colectivo.

Con o sin ellos, se cuentan leyendas sobre el agua, los bienes comunes, recursos naturales, territorios y los para bien del deseo. Esto lo reclutan a través de los dispositivos de la masculinidad y el aparcamiento de los vecinos.  Dichas narrativas utilizan los universales de la razón ilustradas para construir los marcos que hacen invisible las desigualdades de ambos pueblos.

El tema de la racialidad y de las clases se disimula con hermosas jaculatorias preparadas por buenos cristianos. Estos embaucadores y ambiciosos no vienen de lejos. Ellos forman parte de las luminarias vernáculas que sostienen, hace dos siglos, al sistema capitalista isleño.

Se les olvida a las luminarias de los dos estados que ambos participan de los mismos chantajes imperiales, según los puertos, los tipos de souvenir o los malos licores de viejas tabernas.

Con su aparataje de estanterías calificadas y legitimadas por memoriales principescos, se construyen historias. Algunas circulan entre el mito y la realidad. Otras simplemente dejan correr lo acuoso y la imaginación se levanta en los lindes del Masacre.

Un río abandonado a su suerte, contaminado desde el inicio de su afloramiento hasta su desembocadura en la Bahía de Manzanillo. Un borde de locura de amor. Un escándalo que circula entre meandros y recovecos. Una cuenca que se comparte. Un pleito de palabras que ni los codos, brazos y cordeles pueden evadir el roce de dos patrias viriles. Un forcejeo irracional y poco sabio, fruto de una cópula fallida por  eyección precoz. Un escándalo teatralizado y refinado por una ambición, la de pillarse algo más que todavía no entendemos.

Y yo me pregunto ¿qué? si desde el paisaje donde habitó no voy a defender a flechazos, catapultas o arquerías a dos Estados que históricamente  siempre han retozado en una danza particular, la de salvaguardar a élites racistas y amasadoras de capitales en detrimento de la clase trabajadora. Si el tercer excluido me sigue, le diría perfectamente que voy a narrarle otras historias de vaqueros.

El proyecto decimonónico quiere volver a tatarear que los dos compadres son enemigos. Se le olvida que ambos comparten una soberanía de pasiones mutuas: utilizar una mano de obra barata y mercadear con bajos aranceles. A ambas naciones, les encantan ocultar sus capitales y negociar en grande con un buen whisky, exhibiendo sus lujos entre jardines colgantes.

Se les olvida a las luminarias de los dos estados que ambos participan de los mismos chantajes imperiales, según los puertos, los tipos de souvenir o los malos licores de viejas tabernas.

La propiedad privada se impone en el río Masacre. Las mieles están sobre la cama. Por eso no me extraña, que van asegurar que las élites se ponga de acuerdo para que las palabras y las responsabilidades, puedan ser gestionada como “Dios manda”, bajo principios no democráticos. El río Masacre es un bien común que comparten dos pueblos, no es propiedad de las élites locales o de los viejos leguleyos imperiales.