La insípida campaña electoral al margen de su tono desabrido tiene facetas de mucho interés, una de ellas la competencia entre los partidos hegemónicos tradicionales presentándose como activos defensores de la soberanía nacional. Situación en real peligro ante la sistemática campaña que pretende disolver la Republica Dominicana, ahora con una fase estratégica que persigue se alojen aquí habitantes del país vecino en condición de refugiados, quizás pensando en un futuro Kosovo. La actitud de esas entidades partidarias es buena pero debe ir precedida de una autocrítica sincera, esos sectores han controlado la superestructura jurídico-político del Estado en las últimas tres décadas y son responsables que se registre de modo oficioso más de dos millones de habitantes de ese país, muchos con sus papeles legalizados como dominicanos, y una buena parte de ellos con sentimientos antinacionales.

Estos partidos tradicionales actúan de este modo porque en sus encuestas internas, no publicadas, se recoge la preocupación de la población por este fenómeno que atenta contra el futuro de la nación dominicana. Antes solo se contaba con un solo barrio de esos ciudadanos conocido como el “Pequeño Haití”, próximo al Mercado Modelo en Santo Domingo, hoy en todas las provincias existen zonas exclusivas de ellos. Algunas como el llamado Hoyo de Friusa en Bávaro, donde es  restringida la circulación de criollos.

Los Judas contemporáneos de ciertas ONG alegaran que estas cuartillas son chauvinistas, manifestando eso no es peligro porque aquí tenemos muchos ciudadanos venezolanos, colombianos y cubanos. La diferencia es muy notoria, los vecinos insulares son educados indicándoles que este territorio supuestamente les pertenece porque el nombre de la isla es Haití y Duarte y sus compañeros trinitarios les “arrebataron este territorio”. Una vulgar tergiversación histórica, pero todavía existen sectores que estiman “una mentira repetida muchas veces puede convertirse en verdad”.

Aunque se considere ocioso, debemos insistir en establecer que una cosa es isla de Haití como originalmente le llamaron los primitivos pobladores que significa tierra alta, tierra montañosa y otra cosa es República de Haití, en virtud de que ese país se formó primero en 1804 y Dessalines y sus compatriotas escogieron el nombre autóctono de la isla para su República. La antigua parte española o dominicana continuó siendo colonia francesa por los inefables dictados del tratado de Basilea, nunca entró ni en la práctica, ni en los documentos en los límites de la recién creada  República de Haití. Por lo tanto una cosa es isla de Haití y otra República de Haití. Verdad histórica que se insiste en reburujar.

Lo correcto es vivir en paz pero con las reglas de terreno definidas, cada uno en el lado que les corresponde. Nuestro primer sociológico Pedro Francisco Bonó, sentenció con justeza posiblemente durante el lapso de la ocupación haitiana, que:

“Boyer conoció mejor que todos el verdadero camino de la felicidad de los haitianos, y no se equivocó sino en un punto: no haber fundado la unión de los dos pueblos sobre una base más equitativa y provechosa, por ejemplo la confederación. Si hubiese sido así, nosotros estaríamos más tranquilos, más felices, más civilizados”. (Emilio Rodríguez Demorizi. Papeles de Pedro F. Bonó para la historia de las ideas políticas en Santo Domingo.  Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo, 1964. p. 610).

No se equivocó Bonó, la última oportunidad de un solo país en la isla estuvo en manos de Boyer y su gabinete, creando un Estado federado como lo eran La Colombia y los Estados Unidos.  Esa última opción fue desestimada por el gobernante haitiano quien decidió no solo anexarse la parte dominicana, sino convertirla en colonia de su país sin otorgarle ni siquiera una mínima autonomía.

Se dividió la isla en seis departamentos y a la parte criolla solo le asignaron dos departamentos (Ozama y Cibao), sin tomar en cuenta que esta era la porción insular más grande. Además nunca se nombró gobernadores criollos, sino arbitrarios generales haitianos, que mucho contribuyeron a crear las condiciones para la separación definitiva, con sus actos represivos.

Historiadores haitianos que siempre han anhelado ellos volver a controlar toda la isla (la generalidad en sus análisis no se refieren a la República Dominicana, sino a la “parte del Este”) han admitido Boyer trató a los dominicanos como pueblo conquistado. Veamos la opinión de Dorsainvil en su Manual de historia de Haití,  comentó sobre el particular:

“Durante veintiún años toda la isla de Haití permanecerá sometida a la autoridad de Boyer. Desgraciadamente, los haitianos trataron el territorio del este como país conquistado”. (Jean Crisostome Dorsainvil. Manual de historia de Haití.  Editora de Santo Domingo.  Santo Domingo, 1979. p. 160).

Dantes Bellegarde aunque trataba de atenuar la responsabilidad de Boyer, acotaba en torno al tema:

“Desafortunadamente, los funcionarios designados en el Este no  supieron, a pesar de las sensatas instrucciones del presidente, tratar a la población con el tacto y medida convenientes. En su mayor parte, se vieron como país conquistado y allí trajeron los hábitos despóticos de los militares haitianos”. (Dantes Bellegarde. La Nación haitiana.   Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Santo Domingo, 1984. p. 130).

El presidente Boyer no se caracterizaba por tomar decisiones débiles, si era “inocente” de esta imputación debió reemplazar y sancionar a estos funcionarios, todos fueron represivos desde Borguella a Carrie y Desgrotte.

Jean Price-Mars el más enconado cuestionador de los dominicanos, admitió que ambos pueblos tenían profundas antinomias en sus modos de vivir y costumbres, dejando entrever el autoritarismo de Boyer y su cohorte contra los criollos, cuando expuso:

“En una cuestión tan delicada y espinosa, era necesario que la autoridad que ocupaba el territorio respetara las costumbres y los hábitos de los indígenas y esperase que el tiempo cumpliese su lento proceso de asimilación. Medida de prudencia, inteligencia y longanimidad”.  (Jean Price-Mars. La República de Haití y la República Dominicana. Diversos aspectos de un problema histórico, geográfico y etnológico.   Colección del Tercer Cincuentenario de la Independencia de Haití.  Puerto Príncipe, 1953. T. I pp. 198-199).

Para el ilustre historiador veintidós años de pura cajeta, era poco tiempo para cambiar las costumbres y los hábitos de los dominicanos.

En definitiva la última oportunidad de fusión ellos la desperdiciaron cuando ocuparon la parte dominicana, y trataron a nuestros antepasados como un pueblo conquistado.

El laborantismo de las entidades foráneas y locales que pretende un proyecto insular, no pasará. Todo lo contrario esa campaña provocativa coadyuvara a revivir viejas heridas, que deben quedar atrás depositadas en las páginas de la historia. Se trata de dos pueblos que el destino político y social nos ha colocado como habitantes de una pequeña isla, en la que debemos vivir con armonía, pero con reglas claras, al margen de exabruptos limítrofes como los del canal. No somos los únicos que estamos en esa situación de dualidad insular, hay otros casos como Chipre y Timor.

Los organismos que desde hace tiempo procuran la confrontación, quizás pensando en una inútil guerra entre ambos países, para tratar de justificar una nueva “Fuerza Interamericana de Paz”, que ya nos perjudicó en 1965, no desperdician la más mínima oportunidad para pescar en río revuelto.

¿Por qué tiene que ser en territorio dominicano que se organicen campos de refugiados?  ¿Acaso los acontecimientos de violencia se desarrollan en todo el territorio haitiano?   Sabemos el escenario de los aciagos problemas es Puerto Príncipe y Haití tiene otras ciudades con salida al mar donde no hay confrontación, los campamentos de refugiados deben ser instalados en esas ciudades.

 Los dominicanos pasamos por la experiencia de la guerra de Abril y la invasión norteamericana de 1965, los principales sucesos fueron en Santo Domingo y muchos ciudadanos abandonaron la Capital y permanecieron en pueblos del interior hasta el fin de la  guerra. ¿Por qué  no hacer lo mismo en Haití?  Estos señores de las famosas ONG “solidarias”, quieren aprovechar cualquier paja en el ojo para impulsar sus impracticable planes estratégicos.

Que los partidos hegemónicos estén de acuerdo en mantenerse alerta ante cualquier actividad que tienda a menoscabar la soberanía territorial dominicana, merece la satisfacción de todos los buenos y verdaderos dominicanos, como diría Juan Pablo Duarte. Esperamos que después de las elecciones del 19 de mayo no abandonen esa actitud, para que nos demuestren no se trataba de una simple pose electorera. La verdad es revolucionaria.