Lograda la independencia nacional en febrero de 1844, en buena ley, le correspondía a Juan Pablo Duarte, o a Francisco del Rosario Sánchez, ser presidente de la naciente república. Pero quien terminó siendo presidente, y de manera avasallante, fue el hatero Pedro  Santana.

Restaurada la República en 1865, uno de los restauradores debió ser presidente. Pero ocurrió que un general restaurador, José María Cabral, fue y buscó al exilio a Buenaventura Báez, que no era restaurador ni cosa parecida, incluso, ostentaba el rango de Mariscal de Campo del ejército español,  y lo hizo presidente por largos y fastidiosos años.

La Revolución de Abril de 1965 se hizo para devolver al profesor Juan Bosch al poder, pero quien terminó encaramado en el gobierno, y por largos doce años, fue el doctor Joaquín Balaguer. 

Las elecciones presidenciales de 1986 estaban llamadas a ser ganadas por el licenciado Jacobo Majluta. Los conflictos internos del PRD fueron determinantes en producir unos hechos inesperados que posibilitaron la derrota de Majluta y la vuelta al poder de Joaquín Balaguer, que se le creía aniquilado tras la derrota de 1978.

Las elecciones de 1996 se hicieron para que sean ganadas por el doctor José Francisco Peña Gómez, pero quien terminó en el poder fue el doctor Leonel Fernández. Dice José Francisco Peña Guaba, que en una ocasión el propio Leonel Fernández le dijo que llegó al poder por un golpe de suerte, aunque no debemos olvidar que "la suerte, como dice Stefan Zweig, es la preparación en espera de una oportunidad".  Y Leonel estaba preparado. 

En mayo de 2019 Luis Abinader no tenía posibilidad de triunfar. Pero en octubre de ese año el PLD se dividió, y Luis terminó en mayo de 2020 ganando incluso en primera vuelta. Lo que se veía como muy lejos e imposible de darse se puso muy cerca y se dio.

Así son las cosas en la política. En esa actividad lo imponderable muchas veces se vuelve presente y real, y lo que se ve imposible se hace posible.

Lo que hay que tener presente una cosa que Juan Bosch siempre tuvo: los partidos políticos no se forman para actuar en una coyuntura determinada. Se forman para actuar permanentemente.  Los partidos no pueden ver los procesos políticos como de vida o muerte. Ningún proceso es de vida o muerte. Es uno que con los errores de enfoques y de interpretación de la coyuntura, que los puede convertir en algo de vida o muerte. Los partidos, como todo organismo vivo, viven diferentes momentos, buenos y malos. Lo que hay que leer correctamente el momento, interpretarlo adecuadamente, y actuar en función de esa correcta lectura. Esto no es jugar a la ruleta rusa.