La historia de la poesía dominicana es la historia de poemas individuales, no de una obra, per se, no del libro donde está contenido el poema. “Ruinas” (1876), de Salomé Ureña, “A ti” (1907), de Arturo B. Pellerano Castro (Byron) y Domingo Moreno Jimenes, con su poema, “La hija reintegrada” (1934). Poemas publicados en periódicos, los lunes o en revistas mensuales, en secciones dedicadas a la poesía; los lunes poéticos esperado con ansias y por lectores ansiosos de novedades donde la vida, la rutina estaba en el primer plano en la ciudad de Santo Domingo. También “For Ever” (1926); de Fabio Fiallo, “Pequeño nocturno” (1915), de Osvaldo Bazil; “Yelidá” (1942), de Tomás Hernández Franco y “Hay un país en el mundo” (1943), de Pedro Mir. El último mohicano de la poesía, de los bestseller de la poesía dominicana.
Estos poemas gustábanle al lector que, una vez lo hacían suyo, lo ponderaban, lo recitaban, releyéndolos fruidamente hasta emparentar su espíritu con el del poema. Induciendo al lector por una lectura cómplice, a una estética íntima muy personal en su relación con el poema, que debería ser el propósito de toda lectura de poesía y en especial, la de ese poema que se destaca por sus logros, por una razón de estado de delirium interno que provoca esa lectura.
Quiérase o no, ese ha sido y es el propósito de toda antología personal o general de la poesía de un país, de cualquier país del mundo. En base de al criterio de un autor hacerle creer al lector que está ante lo mejor de un género que es el que está más cerca de la sangre. En el país, desde la de Lira de Quisqueya (1874), y la del Centenario, Antología de la literatura dominicana (1944) (de poetas muertos), años más tarde la antología de Pedro René Contín Aybar, Antología poética dominicana (1943) y Nueva antología de la poesía dominicana (1953); de Antonio Fernández Spencer y las compiladas después del ajusticiamiento de Trujillo en 1961. Lo cierto es que cada poeta o lector tiene su canon respecto a cada autor, sea novelista, cuentista o poeta; es decir, sus poemas, cuentos y novela preferidos (y si es un lector a lo Borges, su párrafo, su verso o su rechazo total, sin que ningún santo del santoral católico socorra al autor ante el lector) y las antologías lo reflejan. Estos poemas individuales (Bestseller de los autores) rara vez pertenecen a un libro, constituyéndose, los poemas, en especie de libros y los lectores al referirse a ellos pensarlo como tal. En el caso de pertenecer a un poemario, para sobresalir el libro debe de tener más de un poema representativo y pueda “salvar” al libro del olvido, con todo y que, al final, a los años de desaparecido el autor y a veces mucho antes, nadie se acuerda a qué libro perteneció. Total, que un poeta está condenado a ser resaltado por poemas individuales, es decir, la gran mayoría y si nos atenemos a la democracia representativa, es lo que cuenta.
¿Lo mismo podría decirse del cuento? Un rotundo No, a medías. El primer Bestseller de la cuentística dominicana lo fue “La mujer”, aunque no fuera ponderado lo suficiente cuando se publicó el libro, incluido en Camino real (1933), de Juan Bosch publicado en la editora El Diario, de Santiago de los Caballero y que el libro tiene más de un cuento representativo, por eso sobrevivió el título del libro y no el cuento se lo tragó. Aunque el cuento es un género que ocupa el segundo (el primero, la poesía), de la literatura dominicana, de la creación en la república, fuera de Camino real nuestra cuentística carece de un libro del valor creativo per se, que enseñoree, presente el logro de Juan Bosch, en sus comienzos. Después se han publicado cuentos que se han constituido como Bestseller y obsesión para la cuentística dominicana, pero no un libro, un cuento emblemático después de ajusticiado Trujillo que fue otro Bestseller lo es, “Ahora que vuelvo, Ton”, de René del Risco Bermúdez, en las décadas de los 70. Ningún cuento ha obsesionado hasta la saciedad que ese cuento de del Rico, Su influencia raya en el crimen.
De la influencia de los poemas Bestseller en la poesía dominicana merece otro artículo, de las novelas publicadas, no merecen ni sentarse para pensarse.