Otredad  es un concepto de la psicología social, “othering” en inglés. Se refiere al proceso de exclusión y marginalización social de una persona o grupo por su raza, etnia, género, orientación sexual o clase.

La otredad puede ser enriquecedora si vemos la diferencia como un complemento, un aprendizaje de la comunicación. Sin embargo, históricamente esta ha sido el punto de partida de guerras y de opresión de minorías. “El otro” no es “uno de nosotros” y esta distancia permite cruzar límites que no serían admisibles dentro de nuestro propio grupo.

Este proceso visible o invisible es corriente a escala mundial. En la generalidad de los casos la “otredad” conlleva el miedo al otro y deja de lado la dignidad humana de este “otro”, acabando a menudo en procesos insidiosos de deshumanización.

En nuestro país son principalmente las élites las que tienden a catalogar a la persona haitiana como un otro amenazante. Todavía aquí se puede ser racista, homofóbico, aporofóbico o sexista sin mayor preocupación. Todos estos rechazos están lamentablemente normalizados y los vemos como algo “natural”.

La nación dominicana se construyó sobre la base de una historia llena de supuestos y omisiones tomando como referencia al “otro” haitiano. Me refiero, obviamente, a la elaboración y desarrollo del antihaitianismo dominicano.

Desde el siglo diecinueve diplomáticos y viajeros, principalmente norteamericanos, describieron a los haitianos como franceses, negros, sin religión, bárbaros, brutales y a los dominicanos como españoles, blancos, católicos y civilizados.

Este story telling contribuyó a sentar las bases de una agenda antihaitiana, asumida por intelectuales y políticos, que se ha perpetuado hasta nuestros días con diferentes suertes según el momento.

Nuestros últimos gobiernos, a pesar de propugnar por la modernidad y el cambio, han asumido en buena medida los puntos de vista de una minoría ultranacionalista (o más bien seudonacionalista), caracterizada por el racismo y la xenofobia, así como por la negación de los derechos humanos, los de la mujer, el aborto y la diversidad.

Esta minoría, activa y agresiva, manipuladora de la información, apenas disimula sus inclinaciones fascistas. Usa el poder de las redes para promover el odio con el laisser-faire del Estado Dominicano.

Esta minoría recogió aparentemente el beneficio de su política con el anuncio del gobierno de su meta de deportar 10,000 haitianos por semana, sin observar que su cumplimiento luce imposible sin irrespetar la ley y los derechos humanos, así como convenios internacionales que tienen rango constitucional.

La masificación de las deportaciones, que es lo que se proclama con la meta de los diez mil deportados por semana, es una puerta abierta a la corrupción y a todo tipo de abusos, y no favorece una solución airosa a la cuestión migratoria dominico-haitiana.

Definitivamente, nadie niega que  hay que poner orden en la casa, regular la migración, controlar los puntos fronterizos, terminar con la corrupción que permite el regreso casi inmediato del trabajador ilegal, otorgar renovaciones de documentos a quienes les corresponden sin diferenciar entre un venezolano y un haitiano para no meter expresamente a los migrantes en una situación agravada de irregularidad.

Lo que no podemos aceptar es una nueva parafernalia de deportaciones masivas que envuelva a justos y pecadores; tampoco podemos permitir amenazas de muerte contra defensores de los derechos humanos.