Un millón de familias serán impactadas por la Ruta de la Esperanza que este año contará con la entrega de bonos navideños, canastas y enseres del hogar.

 

Nos debemos regocijar de que el gobierno traiga un poco de alegría a tantas familias necesitadas en estos días festivos. Sin embargo, al mismo tiempo, no podemos dejar de pensar en lo penoso que es que todavía no se haya logrado cambiar este modo tan anticuado y clientelista de dádivas, y que tantas familias dependan del Plan de Asistencia de la Presidencia.

 

Con independencia de cual sea el gobierno de turno este no ha logrado desprenderse de una práctica que refleja la magnitud de la brecha social que se mantiene en nuestra sociedad y que es una de las razones por la cual los barrilitos tienen una vida tenaz.

 

A pesar de la fortaleza de nuestra economía el gasto público social del país  es uno de los más bajos de la región.

 

Son algunas familias entre este millón de familias en situación de extrema vulnerabilidad las que figuran, con toda probabilidad, en las primeras planas de los medios de comunicación en casos de desastres naturales.

 

Es seguramente dentro de estas familias que se guarda el luto por el creciente número de supuestos delincuentes ultimados recientemente por la policía.

 

Es en este grupo que se registra la mayoría del 59 % de niñas y adolescentes que viven en unión libre con hombres adultos que le pueden llevar más de medio siglo de vida.

 

El matrimonio infantil y las uniones tempranas limitan los esfuerzos para combatir la pobreza, aumentando la desigualdad de la sociedad y transmitiendo esas condiciones a las generaciones futuras.

 

La pobreza conlleva todo tipo de abusos; entre ellos, la falta de una educación de calidad, lo que genera más embarazos infantiles y más muertes neonatales, así como obstáculos para acceder a servicios de salud sexual y reproductiva.

 

La situación actual demuestra que los instrumentos jurídicos como la ley que prohíbe el matrimonio infantil, si bien son indispensables, no son suficientes para la erradicación de las malas prácticas y que para cualquier cambio relevante se necesita educación y cambios de paradigmas culturales de parte de la colectividad que propicia y valida las uniones a temprana edad.

 

Por todas estas razones la Ruta de la Esperanza debe abrir la vía a un nuevo modelo  económico que permita una mejor repartición de la riqueza, salarios dignos y una reforma tributaria que haga pagar los que realmente deben pagar.