SEÑOR DORLIN Y LA SEÑORA DARLIN

Doña Darlin nunca supo quien vino a visitarla ese domingo, día de todos los santos. Doña Darlin estaba sola, cosiendo uno calcetines en el jardín, mientras su esposo dormía en el cuarto contiguo. Ese mismo día, alguien entró en la habitación, alborotando el sueño del señor Dorlin. Doña Darlin llamó a su criada, quien con un dedo, después de dar vueltas en el aire, acertó a señalar un punto más abajo, donde se encuentra el cuerpo que gusta devorar el señor Dorlin devorado de su hermano.

LA MUJER DEL PINTOR

Aquella mujer nunca se casó. Extraviada en las rutas del amor, tuvo dos hijos con un pintor, pero nunca se casó. Taciturno y solitario, el pintor solía encerrarse en una habitación a bocetar infinitos lienzos, que después abandonaba  al concluir el alba. De este modo fue acumulando infinitos bocetos que guardaba en su taller. Un buen día estuvo a punto de terminar lo que, según los críticos más exigentes y agudos, hubiese sido, sin lugar a dudas, la culminación de una obra maestra; pero, ¡ay!, el destino le jugó una mala pasada: ese mismo día conoció a esa bella mujer, quien con los años devino en sierpe divina. Desde entonces tuvo que entregarse a ella sin condiciones: días, minutos y horas. Se llamaba Mara, mujer extrovertida y audaz. Gustaba divertirse yendo de noche a los bares del barrio. Mientras el se quedaba en la casa, oyendo música o pintando, Mara se divertía con sus amigas, ausentándose por horas. Una noche, Mara llegó con sus amigas y al no encontrar a nadie en la casa, las invitó a que se quedaran a probar tragos y a tener sexo. Cuando el pintor llegó, entró en su habitación y allí, encima del placard, encontró el mensaje de Mara: “Me fui con mis amigas al Bar Olimpo, no me esperes”! Una vez hubo terminado de leer aquel viejo papel, salió en busca de su amada, pero qué duro fue para él encontrarse con aquella sorpresa: la mujer con la que se tropezó cuando emprendió su viaje lo invitó a pasar la noche juntos, lo que él gustoso aceptó, sin poner reparos. Ya frente aquella bellísima mujer, se desvistió, y entonces pudo comprobar, al mirarse al espejo, que la mujer era la misma Mara, a quien anduvo buscando largos años, sin poder encontrarla jamás.