“Mis imágenes son metáforas de una sociedad que se niega a crecer y no asume sus responsabilidades” Jorge Pineda

Esta semana se hizo viral la imagen de una de las obras de mi querido amigo Jorge Pineda. La foto es de un maniquí representando una niña embarazada vestida con un uniforme de escuela pública que acomoda su barriga. Es parte de la XXX Bienal Nacional de Artes Visuales en el Museo de Arte Moderno, uno de los eventos más importantes del arte dominicano dedicado este año a nuestro querido Jorgito, fallecido hace seis meses, y a su obra inmensa.

La imagen se ha hecho viral porque muchas personas la ven como algo que supuestamente “fomenta” el embarazo entre las adolescentes, cuando el objetivo es justamente el contrario: denunciar este problema y obligarnos como sociedad a vernos en el espejo. Como hacía siempre Jorge en vida, su obra nos invita a afrontar las consecuencias de lo que no queremos ver y que sigue ocurriendo por más que nos neguemos a entenderlo. Y solo entendiendo es que podemos cambiar.

Aunque sé que las redes sociales son un reflejo muy distorsionado de la realidad, como socióloga que soy y también como amiga de Jorge que fui, me llaman mucho la atención estas reacciones. Como siempre ocurre con los temas controversiales en nuestro país y en otros lados, una parte de los comentarios son simplemente de gente fanatizada e incluso pagada para compartir opiniones extremas porque eso es lo que genera más “likes” y visibilidad por la forma en que funcionan los algoritmos de esas plataformas.

Sin embargo, también creo que hay gente que honestamente cree que está haciendo el bien y que no ve la contradicción que es condenar al mensajero (en este caso Jorge y su obra) porque no nos gusta el mensaje que nos trae. Y el mensaje es clarísimo: República Dominicana es año tras año uno de los países con los más altos niveles de embarazos de niñas y adolescentes en América Latina y el Caribe y eso que nuestra región tiene la segunda tasa más alta en el mundo solo detrás del África Subsahariana. Uno de cada cinco nacimientos en nuestro país genera una madre adolescente mientras que ocupamos el primer lugar en cuanto a uniones tempranas en la región.

A pesar de todo eso, con el tema del embarazo adolescente seguimos sorprendiéndonos de los resultados pero haciendo lo mismo. Este sigue siendo el país donde todavía mucha gente culpa a las niñas y adolescentes o a sus madres (nunca a los padres) por los abusos que cometen contra ellas hombres adultos: “es que ella es muy chivirica”, “es que cómo salen vestidas así a la calle”, “es que cómo él iba a saber que era menor”, “¿pero dónde estaba su mamá?” o “es que en mi época no se veía eso”.

Somos un país donde tanta gente ve como normal el que hombres adultos tengan sexo con niñas, adolescentes y jóvenes que, como nos dijo una vez la cantante y gestora cultural Xiomara Fortuna, no nos sorprende que muchas de las canciones populares sobre el amor son sobre este tipo de uniones. Hasta un pueblo entero protestó quemando gomas hace unos años cuando metieron preso al alcalde por haberse “llevado” como esposa a una adolescente. De hecho, somos un país donde muchos políticos votaron en contra de la prohibición del matrimonio infantil simplemente porque quieren seguir teniendo acceso a salir con y a casarse con adolescentes y jovencitas que podrían ser sus hijas.

También somos el país donde una parte de la población quiere creer (o por lo menos dice eso en público) que la educación sexual fomenta que la gente joven tenga sexo más temprano cuando los estudios sobre el tema muestran que es lo contrario. Incluso tenemos organizaciones como PROFAMILIA que tienen décadas construyendo el saber y las buenas prácticas necesarias para reducir el embarazo adolescente. Sin embargo, muchas iglesias y otros grupos conservadores las toman, como hacen ahora con Jorge Pineda, como chivo expiatorio sin entender que el problema no desaparece si lo dejamos de mirar.

Y de vez en cuando hay apertura en los ministerios de educación y de salud (y otras instituciones) para implementar iniciativas innovadoras de educación sexual pero las iglesias, especialmente la jerarquía de la Iglesia Católica, logran con presión y chantaje eliminarlas o reducirlas al mínimo. Como me han contado las amistades que han trabajado en varios de esos cruciales proyectos piloto, los materiales educativos desaparecen y vuelven a los armarios en vez de estar en todas y cada una de las escuelas del territorio nacional.

Tampoco queremos escuchar a gente experta como la antropóloga Tahira Vargas que ha realizado los estudios que muestran que el embarazo adolescente también es resultado de la forma en que tratamos a las adolescentes y jóvenes en nuestra cultura. Las múltiples prohibiciones y el trabajo doméstico que las familias imponen a las adolescentes (pero casi nunca a los varones) combinados con el desconocimiento que tienen de sus cuerpos también hace que muchas vean el embarazarse y tener pareja como una forma rápida de salir del yugo familiar y de la pobreza aunque no estén listas ni para una cosa ni la otra. Tahira y otras expertas también han explicado, una y otra vez, cómo agravamos el problema al no incluir a los hombres que embarazaron en las políticas sobre el tema y al no ofrecer opciones a las adolescentes que ya están en esta situación en vez de aislarlas o criticarlas.

Y aunque por fin le hicimos caso a instituciones como Plan Internacional para prohibir el matrimonio infantil, seguimos ignorando sus alertas sobre cómo muchas familias pobres todavía venden a muchas de nuestras niñas y adolescentes a hombres mucho mayores y con más poder económico. También somos el país donde una minoría recalcitrante sigue sin entender que aprobar las causales o excepciones a la prohibición del aborto salvaría miles de vidas incluyendo las de adolescentes como Esperancita que siguen muriendo sin necesidad.

Pensaba en estas contradicciones esta mañana en el acto de bienvenida a las y los estudiantes nuevos de Pomona College, la universidad en la que trabajo en Estados Unidos. Aunque estaba sentada en el escenario con el resto de mis colegas, seguía “ida” pensando en RD cuando escuché a una de nuestras decanas decir algo que creo que a Jorge le habría encantado. La decana habló de que una de las lecciones que le dejó el huracán Hilary al pasar por California fue que de vez en cuando las tormentas en la vida (los cambios, las crisis, los escándalos) son necesarias para llevarse lo que ya no nos sirve. Estoy convencida de que esta controversia fabricada sobre la obra de Jorge Pineda refleja nuestra resistencia a mirarnos en el espejo y asumir lo que necesitamos cambiar. Pero como soy y seré siempre una optimista creo que podemos usar tormentas como esta para que se lleve todos estos prejuicios acumulados para que  podamos crear las políticas públicas que necesitamos crear.