“Soy una persona feliz. Quizás esto me permite ver el humor en las cosas, aún en el dolor”. Jorge Pineda
El 5 de enero pasado mis amigas Alicia, Jennifer Marline y yo salimos de Santo Domingo a pasarnos el día en Santiago para ver la exposición Happy de Jorge Pineda y visitar a mi querida tía Yiya. Ese pasadía fue, como el título de la exposición, un día feliz. Alicia y yo fuimos en mi vehículo a buscar a Jennifer Marline a su trabajo, luego en el camino nos fuimos poniendo al día y disfrutando los mágicos paisajes a cada lado de la Autopista Duarte y, por supuesto, nos paramos en Miguelina a desayunar la comida típica dominicana que tanto disfruto cuando estoy de vacaciones. Luego nos dimos el banquete maravilloso que es reírse y hablar con tía Yiya (Lidia Amarante, una de las líderes históricas de la Fundación Mujer e Iglesia) y cerramos con broche de oro viendo Happy en el Centro León.
Las tres conocíamos la obra de Jorgito, como le decíamos de cariño varias de sus amistades. Y tanto Alicia como yo habíamos tenido el privilegio no solo de ver varias de sus exposiciones anteriores sino también de hacerlo en visitas guiadas por Jorge. (De hecho, nos ilusionamos con presentarle Jorge a Jennifer y con la visita guiada que con entusiasmo nos propuso pero sabíamos que era poco probable por lo enfermo que estaba). Por eso Happy, por lo menos para mí, fue una combinación de sorpresas y de familiaridad. Empezando porque cuando llegamos al Centro León nos encontramos y abrazamos con Sara Herman y Orlando Isaac, integrantes del equipo a cargo de Happy y personas queridas tanto de nosotras como de Jorge.
Entre lo que yo ya conocía estaban las esculturas con las que Jorge denunciaba cómo vemos como normales los problemas que viven día a día nuestras niñas y mujeres como el acoso callejero y el embarazo adolescente. También reencontré mi pieza favorita de una exposición anterior de Jorge en el Centro Cultural Español (CCE): el retrato que hizo con docenas de pintalabios de la artista cubana basada en EEUU, Ana Mendieta. Como nos contó Jorge en la visita guiada que hizo en el CCE, su propósito era rendirle homenaje a la Mendieta y su trayectoria y, a la vez, llamar la atención sobre la violencia que muchos hombres ejercen contra las mujeres dada la muerte sospechosa de la artista.
Entre las sorpresas que me encontré estuvo la pieza Redacted Gold inspirada en el Kintsugi, la técnica japonesa que les comenté en una crónica anterior (“El Kintsugi del Amor”), un interés común que Jennifer me hizo ver y que me alegró muchísimo. Y ahora que releo la descripción entre las docenas de fotos que tomé de la exposición veo que esta pieza también se relaciona con otro tema importante para mí: la necesidad de transformar la historia “oficial” (como les decía en “La historia bajo la alfombra”) para incluir a los grupos y perspectivas que deja deliberadamente de lado. Otra sorpresa fue conocer los grabados del inicio de la carrera de Jorge y ver lo provocador que ya era tanto en la forma como en el fondo abordando cuestiones tan controversiales en RD como la hipocresía que a menudo mostramos con respecto a la sexualidad. Pero ya no les cuento más para que vayan a ver Happy y descubran sus propias sorpresas.
Conocí a Jorgito en un grupo de lectura que se juntaba mensualmente a discutir literatura y que se convertiría en un refugio emocional e intelectual cuando regresé a RD después de 10 años viviendo en EEUU. Este grupo fue tan importante para mí que hasta les incluí en los agradecimientos de mi tesis doctoral cuando finalmente la terminé en Santo Domingo. Y creo que nunca se lo dije, pero lo que más me encantaba de Jorge y que vi por primera vez en esos encuentros es algo que tienen en común las personas que más admiro: la capacidad de lograr la grandeza en su oficio y, a la vez, lograr cultivarse como seres humanos expandiendo su humildad y generosidad. Desde que empecé a hacer teatro en Proyección, el grupo de teatro de INTEC, me genera rechazo el mito del genio insoportable (generalmente se refieren a hombres) al que hay que aguantárselo todo porque su obra es supuestamente imprescindible e inagotable. Es un mito que se ha hecho particularmente famoso en las artes pero que también se cree mucha gente en la academia, en el Estado, en los negocios y hasta en los sectores teóricamente progresistas de la sociedad civil en nuestro país, en EEUU y en muchos otros lugares.
Nunca vi esa grandiosidad falsa en Jorge. Nos contaba de su obra, nos invitaba a sus exposiciones o nos mostraba sus proyectos nuevos en su taller con la pasión de quien crea, con la curiosidad casi infantil de quien necesita explorar y aprender todos los días. Pero era por otras personas que nos enterábamos de que su trabajo había sido reseñado en el famoso periódico Le Monde, que sus obras están en colecciones y exposiciones alrededor del mundo o como me acaba de decir Henry, mi amigo querido de Proyección y su pareja de más de 30 años, que la próxima Bienal Nacional de Artes Visuales va a estar dedicada a Jorge.
Por el contrario, Jorgito nos preguntaba al resto que cómo estábamos y en qué estábamos. Y sacaba tiempo entre viaje y viaje, entre proyecto y proyecto y luego también, entre tratamiento y tratamiento cuando enfermó de cáncer, para estar pendiente de cada una y de cada uno. Ahora que vivo nuevamente en EEUU, Jorgito era el que invariablemente leía lo que publicaba o ponía en las redes sociales, veía (¡completas!) mis entrevistas y me daba su retroalimentación lleno de su orgullo dulce de hermano mayor protector; comentarios que me hacían sonreír y me apapuchaban el corazoncito a 5 mil kilómetros de distancia. Era también el que, sin falta, hacía un aparte conmigo en las juntaderas del grupo en su casa para preguntarme que cómo estaba como si supiera que el tiempo sin verme no había sido solo de logros sino también de soledad. Y fue él quien, con su humor de siempre y su voz tan chula, me aconsejó muerto de la risa sobre un nuevo pretendiente que me gustaba la última vez que hablamos por teléfono.
Porque la vida de Jorge fue una vida dedicada, como diría Benedetti, a defender la alegría. Pero no la alegría superficial de los anuncios o de las comedias románticas. Era la alegría que cuidaba todos los días, como cuidaba sus plantas, desafiando el dolor propio y el ajeno. La alegría con los pies sobre la tierra que cultivan los grupos discriminados y la gente sabia para poder centrarse, para poder resistir y, más aún, para poder crecer y brillar con luz propia. Como siempre le digo a mis estudiantes, es la alegría que necesitamos crear y re-crear constantemente para poder hacer frente a los momentos difíciles. Y para eso les cito a la pensadora feminista negra y lesbiana Audre Lorde: “Cuidarme no es un acto de egoísmo sino de autopreservación y eso es un acto de guerra política”.
Por eso Jorge Pineda iluminaba todos los espacios en los que entraba. Como ser humano, nos hacía sentir en comunidad siendo cómplice y testigo bondadoso de nuestras vidas. Como artista, nos hacía ver lo que ocultamos y necesitamos sacar a la luz como sociedad. Incluso ahora que no está físicamente, su presencia se siente cuando se reúne la gente que tanto quiso. Lo pude comprobar cuando Henry me puso a saludar en la cámara del celular al grupo de familiares y amistades que se juntó en su casa el día después del velorio. Happy es un testamento a la grandeza y la vida de Jorge como artista y como ser humano y es una joya que no se deben perder. La exposición va a estar en el Centro León hasta el 18 de junio. Vayan y compartan su luz, vayan y compartan su alegría.