La he escuchado cantar a lo largo de esta pretenciosa modernidad merenguera; la he observado en sus fantásticas actuaciones fiesteras con su dominicanismo puro; he indagado su vida, desde que en Mao, siendo niña, retó a Petán Trujillo a traerla a cantar a la Capital; he descubierto, conversando con ella, un ser auténtico, sin falsificaciones de ninguna índole; la imagino muy niña en su campo, aprendiendo a cantar a solas en el conuco, hasta que, ya famosa, se hizo “Mayimba”, para reinar cantando a plenitud en este gran cacicazgo… (No se rían, pero ¡cómo me gustaría ver a Fefita la Grande en una curul del farandulero Congreso Nacional!).